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La casilla de salida del aeropuerto de El Prat: algunos motivos para la ampliación

Detrás del gran enunciado de la ampliación del aeropuerto barcelonés hay poderosas razones estratégicas

El aeropuerto de El Prat tiene una gran red de vuelos domésticos y europeos | iStock
El aeropuerto de El Prat tiene una gran red de vuelos domésticos y europeos | iStock
Òscar Oliver, profesor de la UPC School y ex-director comercial de Aeropuertos de Catalunya
Barcelona
30 de Agosto de 2024
Act. 16 de Septiembre de 2024

Hace pocos días fuimos testigos de la entrada en servicio del vuelo directo entre Barcelona y la ciudad china de Shanghái. Con esta ruta aérea, que ya había estado operativa antes de la pandemia de la covid-19, el aeropuerto de El Prat alcanzaba la cifra récord de 53 destinos intercontinentales directos en todo el planeta. Un hito notable para un aeródromo que aspira a convertirse en un referente en el sur de Europa, compitiendo con otras instalaciones europeas, aunque todavía lejos de su potencial de crecimiento. Y es que el aeropuerto barcelonés puede convertirse en un enclave fundamental en las rutas que enlazan el continente asiático con el continente americano, construyendo un puente efectivo entre las economías tecnológicas del lejano Oriente y el Nuevo Mundo. Sobre el papel, la estrategia parece clara y realizable, pero hay algunas cuestiones que se deben tener en cuenta en este camino hacia la construcción del puente entre Asia y América.

El aeropuerto de El Prat puede convertirse en un enclave fundamental en las rutas que enlazan el continente asiático con el continente americano

La ampliación, o como ahora se llama, la "modernización", de la infraestructura aeroportuaria de El Prat es una de ellas. Si todo va bien, y nada hace pensar que no pueda ser así, el 2024 finalizará con el agotamiento de la capacidad teórica máxima del aeropuerto: El Prat alcanzará con relativa facilidad los 55 millones de pasajeros totales, lo que hará que los próximos ejercicios estén marcados por unas circunstancias muy particulares, operando por encima de su capacidad, con todo lo negativo que eso pueda representar. Una infraestructura tensionada nunca es deseable. En el caso del aeropuerto, esto podría traducirse en retrasos en las operaciones de las aeronaves, colas en los controles de seguridad o en los controles de pasaportes, y otras situaciones que desembocarían en una pérdida de la calidad del servicio, algo nada deseable. Las compañías aéreas que operan en el aeropuerto, pero también el pasajero final, pagarían las consecuencias.

De todo esto se desprende la necesidad urgente de acometer la ampliación: por un lado, hacer posible la prolongación de la tercera pista hacia el norte, para acomodar con comodidad los despegues de las aeronaves que vuelan hacia destinos más lejanos; por otro, la construcción de una nueva terminal satélite con vocación intercontinental, como ya tienen la mayoría de los aeropuertos del mundo que operan con una lógica de hub o aspiran a hacerlo. Este sería el gran enunciado de la ampliación del aeropuerto, detrás del cual hay poderosas razones estratégicas. La primera, la necesidad de transformar el aeródromo catalán en una herramienta al servicio de la internacionalización de las empresas catalanas y, por extensión, de la economía del país. La salida a los mercados exteriores, esencialmente hacia Asia y América, se convierte en una prioridad indiscutible que se debe afrontar con urgencia. De ello depende, ni más ni menos, el futuro del país. La segunda razón no es menos importante: la construcción de un hub intercontinental en Barcelona, con una poderosa oferta de vuelos de largo radio, es la clave para la captación de nueva inversión extranjera. Efectivamente, una de las cosas que primero consideran las grandes corporaciones internacionales al establecer nuevas sedes en un territorio es la conectividad aérea, especialmente internacional, de sus aeropuertos. La atracción de nuevas sedes empresariales es, pues, directamente proporcional a la creación de nuevos enlaces aéreos de largo recorrido. Tengámoslo bien presente.

Hay una necesidad de transformar el aeródromo catalán en una herramienta al servicio de la internacionalización de las empresas catalanas y, por extensión, de la economía del país

Pero Barcelona, a través de su aeropuerto, puede aspirar a mucho más. Lo decíamos al principio: El Prat está en condiciones de convertirse en un aeropuerto de conexión entre Asia y América. Algunas compañías aéreas ya han sabido leer esta oportunidad y han puesto en marcha nuevas rutas que enlazan ambos continentes. Este es el caso, por ejemplo, de la compañía de los Emiratos Árabes Emirates, que enlaza Dubái con Ciudad de México pasando por Barcelona. Hace algunos años, la singapurense Singapore Airlines cubría la ruta entre Singapur y São Paulo conectando también en la ciudad condal, en lo que ya fue un primer intento para reconocer el potencial de la capital catalana para convertirse en un enlace entre Asia y América. Esta es una estrategia que habrá que seguir desarrollando en el futuro, compitiendo con otros aeropuertos de nuestro entorno, que también aspiran a jugar un papel preeminente en los mercados internacionales. El aeropuerto de El Prat se encuentra en la casilla de salida de un futuro lleno de éxitos si las cosas se hacen bien. Esta es una condición indispensable de ahora en adelante, y la ampliación, primer paso indiscutible en este camino, no debe ser percibida como un problema, sino como una fuente de nuevas oportunidades.