Barcelona, ¿reina o peón?

El politólogo Miquel Vila analiza la desprotección de las Administraciones en el contexto de la crisis por el coronavirus y lo Mobile World Congress

La entrada del MWC en la edición 2019 | ACN
La entrada del MWC en la edición 2019 | ACN
politólogo especializado en relaciones internacionales y en China
Beijing
28 de Febrero de 2020

En los últimos años, la disputa entre los favorables y detractores del Mobile WorldCongress (MWC) llenaba las tertulias durante estos días. Cualquier disrupción social era considerada como potencialmente fatal para el acontecimiento. Pero, finalmente, la edición de 2020 se ha anulado y, ya fuera por el riesgo del coronavirus o por intereses geopolíticos, los catalanes no hemos tenido ningún tipo de potestad a la hora de decidir sobre su desenlace.

 

Los gobiernos con competencias sobre Barcelona entienden el MWC como el acontecimiento más estratégico para la proyección global de la ciudad. Se opusieron a la cancelación. Aún así, su capacidad para protegerlo ha sido sorprendentemente nula. Aunque el desenlace hubiera sido el mismo, el hecho que las Administraciones no hayan podido hacer nada, nos muestra la debilidad del actual modelo Barcelona para la realidad global.

 

¿Una ciudad desprotegida?

La suspensión del MWC pone encima la mesa un modelo de ciudad con poco margen de maniobra ante los riesgos globales. Esto es fruto de un modelo demasiado centrado en los macroeventos, a jugar a ser un escaparate, ofreciendo mano de obra barata y buen tiempo. Y también una cierta actitud de Bienvenido Mister Marshall, abierto a todo aquello que parezca que tenga que aportar algún dinero, sin una planificación a largo plazo. Las elecciones municipales de 2019, y los posteriores pactos postelectorales, no trataron ninguno de los temas clave para el futuro de una ciudad que aspira a jugar a una liga global.

En ningún momento se pensó que una epidemia en la segunda economía del mundo, podría tener un efecto directo sobre Catalunya. Independientemente del desarrollo posterior del COVID-19 en Europa, la realidad es que en su momento tanto el Gobierno de Barcelona, como la Generalitat como el Estado, estaban en contra de la suspensión del MWC. Pero en vistas de esto, no se llevó a cabo ningún tipo de plan o medida de control sanitario.

Con el modelo actual, Barcelona es un actor pasivo, con poco margen de maniobra, y por lo tanto un peón que puede ser sacrificado

Y a pesar del riesgo del coronavirus, no tenemos que olvidar el factor geopolítico. Las primeras empresas que dijeron no al MWC fueron gigantes tecnológicos norteamericanos, claves en el sector, pero realmente con un peso modesto en el conjunto del MWC. La política es una disciplina todoterreno y, como hemos visto, la crisis del coronavirus se ha aprovechado desde el primer momento para debilitar los intereses chinos.

Aquí el factor clave es el peso que tiene Huawei en el conjunto del congreso. Se puede acusar a las corporaciones de los EE.UU. de haber dejado caer el MWC 2020 para hacer daño a un escaparate para el sector tecnológico chino. En caso de que esto fuera así, habernos puesto en esta posición de vulnerabilidad, sin planes de contingencia, es culpa nuestra. Con el modelo actual, Barcelona es un actor pasivo, con poco margen de maniobra, y por lo tanto un peón que puede ser sacrificado.

La ausencia de debates

La cuestión de fondo no es el hecho concreto, sino la forma de pensar y de hacer que nos han llevado hasta aquí. En junio hablaba de los riesgos y ventajas respeto que podían suponer para Barcelona los diferentes proyectos de integración euroasíatica; y como era necesario empezar a desarrollar un debate público profundo sobre cómo encajaría la ciudad y el país en una nueva fase de la globalización marcada por la tensión y competencia entre los EE.UU. y China.

En una ciudad que quiere desarrollar su sector tecnológico, estos acuerdos tendrían que haber levantado algunas preguntas como mínimo

El pasado noviembre se firmó un acuerdo entre el gobierno municipal y Huawei para desarrollar el 5G en la ciudad de Barcelona. Los EE.UU. han puesto la empresa en su punto de mira y amenazando de limitar las interacciones con sus aliados que trabajen. Es aterrador que mientras que en muchos países europeos se ha desarrollado un debate en los altos niveles sobre los riesgos y ventajas de trabajar con el 5G de Huawei, esta cuestión ha pasado totalmente desapercibida en nuestra casa.

En una ciudad que quiere desarrollar su sector tecnológico, estos acuerdos tendrían que haber levantado algunas preguntas como mínimo. Los posibles riesgos de seguridad tendrían que ser ponderados junto con las promesas de inversión. Se puede defender legítimamente que en Barcelona los supuestos riesgos que presenta trabajar con la empresa china compensan los beneficios y confiar en Huawei como un socio importante para la ciudad. Pero todos sabemos que estas decisiones no han sido fruto de la reflexión, sino de la inercia.

Repensarnos

El problema es que continuamos pensando que este tipo de cuestiones, a pesar de no ser desconocidas, no van con nosotros. La suspensión del MWC tendría que servir como toque de alerta. La simpatía es un valor añadido, pero sin nada más no es más que una consolación de perdedores. Barcelona, como una ciudad con grandes potencialidades y como punta de lanza del país, no puede acabar reducida a una gallina sin cabeza. No podemos continuar con una política de menfotismo y hay que reafirmar la necesidad de empezar a poner ciertos debates sobre la mesa.

Lo más grave de la suspensión del MWC es ver como, después de años de discusiones, los ciudadanos de Barcelona y Catalunya no han tenido nada que decir

Lo más grave de la suspensión del MWC es ver como, después de años de discusiones, los ciudadanos de Barcelona y Catalunya no han tenido nada que decir. Nos hemos mostrado como un territorio impotente e incapaz de hacer frente a una doble combinación de tensión geopolítica y los riesgos naturales de ser una ciudad conectada con el mundo. El destino del MWC tendría que servirnos para repensar un modelo que nos permita prepararnos mejor ante los nuevos riesgos globales.

Y el primer paso es, como siempre, cambiar la forma en que nos pensamos. Para tener agencia propia, primero hay que creer que podemos tenerla. Hace falta que pasamos de interesarnos de lo que pasa en el mundo a qué hacemos en el mundo. Esto es un reto para las administraciones y la ciudadanía y hace falta que nos pongamos a trabajar no sólo para evitar que las oleadas del siglo XXI nos barran, sino para que nos traigan a un puerto con una ciudad más resistente, más autónoma y con mayor bienestar.