Cuando se quiere medir la corrupción se acostumbra a medir la percepción que la gente tiene. Es lógico, los corruptos no están censados en ninguna lista. La cantidad estafada, tampoco. Por lo tanto, lo único que se puede medir es la percepción. ¿Tienes a menudo la sensación de que te están estafando?
Yo soy de los que piensan que Catalunya, toda España, es un país profundamente corrupto. Pienso que más que Italia. Pero mantenemos una sensible diferencia con ellos: la percepción sobre la corrupción es mucho más baja. Los italianos se reconocen como un país corrupto. Nosotros no. ¡Ah, no! Aquí todo el mundo es muy decente, pero cuando rascas no hay un palmo de limpio. No nos reconocemos como corruptos porque el umbral que tenemos sobre a partir de qué punto se es corrupto lo ponemos muy alto. Tan alto que nos permite tener un rey que fue corrupto y que, siendo emérito, se le continúa respetando el estatus a pesar de haber delinquido -regularizar una situación delictiva cuando Hacienda ya te ha pillado es del todo irregular, pero a la Corona se le permite-.
Para medir la corrupción de un país, les recomiendo el método del aterrizaje. Funciona de la siguiente manera: cuando lleguen en avión a una ciudad de un país cualquiera, miren por la ventanilla y observen los desastres urbanísticos. Al aterrizar en Lima son horrorosos. Al aterrizar en Zúrich son casi inexistentes. Al aterrizar en Barcelona -previa visita aérea a la costa- el espectáculo es lamentable. Mucho más lamentable que aterrizando en Milán o, incluso, en Roma. Este método es insensible a las sensaciones. Hablamos de realidades. Es gracias a este método que descubrí que somos un país eminentemente corrupto e hipócrita, ya que somos incapaces de reconocerlo aunque nos lo pongan en bandeja. ¿Qué es la destrucción de pueblos y ciudades y parajes naturales de Cataluña sino corrupción? ¿Qué es el llamado -con absoluta naturalidad desvergonzada, por cierto- sottogoverno sino la institucionalización de la corrupción?
Hace unos años en Italia -que, como repito, se manifiesta conocedora de los defectos propios-, llevaron a cabo una serie de estudios sobre los efectos de la corrupción. Estos estudios eran fruto de las leyes anticorrupción que el gobierno de Matteo Renzi impulsó entre 2014 y 2015. Una vez pasados los años -quiero decir que las cifras han evolucionado a causa de la inflación-, pienso que podríamos proyectar aquellos resultados sobre la realidad española. De hecho, las conclusiones sirven para cualquier sociedad.
- Precios. La corrupción fuerza al alza el precio de las cosas, ya que se trata de un coste añadido. En la Italia de hace 10 años, estos sobrecostos fueron estimados en 60.000 millones de euros. Es decir, un 4% del PIB italiano de entonces.
- Inversiones domésticas. La incertidumbre creada por la corrupción -recordemos que nunca se tienen datos y que el problema es la percepción de la corrupción- provoca una baja en las inversiones. La gente prefiere invertir en otros asuntos o, lo peor, fuera del país. El crecimiento se ve resentido.
- Inversiones extranjeras. Los efectos sobre los extranjeros son similares a las domésticas, lógicamente. Pero contienen un agravante que se suele obviar: la transferencia de tecnología. Cuando un extranjero invierte en una nueva empresa comporta la instalación de nuevos métodos, procedimientos, maquinaria, etc. ¿Qué vale esto? Incuantificable.
- Competencia. Una de las razones de existencia de la corrupción es la intención de abolir la competencia mediante el soborno. En cualquier economía, la falta de competencia favorece peores servicios y precios más caros.
Emprendimiento. A consecuencia de los puntos anteriores, el emprendimiento se ve afectado. Los nuevos proyectos desisten ante las barreras que impone la corrupción generalizada. Menos proyectos nuevos, menos innovación, menos riqueza.
Gasto público. Como resumen global, las acciones económicas de gobierno se ven afectadas en dos sentidos. Todo es más caro y el gobierno se ve obligado a dedicar más dinero a los sectores más corruptos en lugar de ser destinados allí donde hacen falta, o allí donde conviene.
La Unión Europea (UE) va testando periódicamente el estado de la opinión pública en cuanto a la corrupción entre los estados miembros. Y estas fueron las respuestas el mismo año en el que se producía el estudio italiano de referencia.
¿Para cuándo unos estudios que analicen el fenómeno de la corrupción entre nosotros? Creo que tardará. En el mismo barómetro donde salían estas respuestas que he mostrado, España encabezaba la UE en cuanto a la percepción (75% de la población) de que la principal corrupción se encontraba en el financiamiento de partidos políticos. Poco más que decir: ¿quién vigila al vigilante?