Cada ratón que se utiliza en investigación médica vale entre 20 y 120 euros; el alquiler del estabulario (el espacio donde viven los animales para ensayos clínicos) y los cuidados que necesitan sube a entre 10 y 50 euros por caja y semana. No son ratones corrientes, sino que para la investigación biomédica son necesarios animales con unas características concretas, como por ejemplo, que sean inmunodeprimidos para que no rechacen las células humanas que se les introducen. Esto hace que haya un ecosistema de empresas especializadas en la cría y comercialización de estos.
Charles River, Janvier y Harland son tres de los laboratorios más conocidos del sector, donde compran ratones los investigadores de las facultades de Medicina y Biología de la Universitat de Barcelona. "Es importante que sean compañías especializadas, porque tienen que tener unas condiciones muy concretas", indica Jordi Alcaraz, investigador de la UB que lidera proyectos sobre el cáncer. Tienen que ser animales modificados genéticamente y con un control sanitario muy grande, para que no tengan ningún patógeno previo al empezar el ensayo. De hecho, hay una empresa catalana que nació a raíz de una falta de oferta que identificaron: Specipig, que creó una raza de cerdo exclusiva para la experimentación.
Patricia Fernández, también investigadora de la UB, asegura que "todo el mundo recurre a las mismas empresas; hay un poco de monopolio". Fernández afirma que "experimentar con animales es muy caro; quien no lo hace es por dinero". Teniendo en cuenta el precio de cada ratón y del alquiler del estabulario, Fernández indica que para un proyecto de tres años de unos 195.000 euros de presupuesto, el coste asociado a animales puede representar hasta un 9,2% (18.000 euros). Si tenemos en cuenta solo la partida para material, de 70.000 euros, el porcentaje gastado en animales es del 26%. El coste es solo una parte del problema de experimentar con animales. La otra es el tiempo que implica. "Para empezar, los investigadores tienen que tener un curso específico según la regulación actual, que se debe ir reciclando cada cinco años", explica Fernández.
Jordi Alcaraz (investigador): "Es importante comprar los animales en compañías especializadas, porque tienen que tener unas condiciones muy concretas"
Además, asegura que España es de los países de la Unión Europea con un control más estricto de esta práctica, hecho que la investigadora destaca como positivo, pero que a la vez comporta mucha burocracia: "Cuando se presenta el proyecto de investigación, hay que indicar cuál es la finalidad del uso de los animales, qué cantidad será necesaria, los criterios de bienestar animal, cómo se hará el control veterinario, etc". Todo esto, pasa dos filtros; primero, el comité ético de la entidad donde se lleva a cabo la investigación y, después, necesita la aprobación de la Generalitat. Pero a pesar del dinero y el tiempo que hay que invertir en los animales, los dos investigadores coinciden en que es un proceso necesario en la investigación biomédica.
Las alternativas
"Es un punto intermedio necesario para confirmar lo que probamos con las células", explica Fernández. Y Alcaraz añade otro factor que convierte casi en un requerimiento para los proyectos la experimentación con animales. "No sales en las revistas más prestigiosas de Estados Unidos si no haces; nos pasó con el último ensayo que publicamos, que nos dijeron que les había convencido la experimentación con animales más que todas las pruebas que habíamos hecho solo con células", indica el investigador.
La empresa catalana Specipig creó hace unos años una raza de cerdos pequeños dirigidos exclusivamente a hacer ensayos clínicos
Alcaraz tiene claro que todo el debate ético que hay alrededor de los ensayos con ratones y otros animales es un problema importante, que los propios investigadores se plantean a menudo. Además, los animales son inmunodeprimidos, y en el caso del cáncer, a veces los tratamientos eficaces en ratones después no lo son en los pacientes, asegura. "Sería mejor experimentar con animales más próximos a los humanos, como los cerdos, los chimpancés o los perros", añade. Pero esto todavía incrementa más dos de los problemas: el ético y el de tiempo, puesto que tienen una vida más larga y esto alargaría la experimentación. Es por eso que es en etapas más avanzadas de la investigación que se usan otros animales, según explica Patricia Fernández: "Las farmacéuticas suelen utilizar conejos o perros, por ejemplo".
¿Hay alternativas? Sí. La compañía Specipig creó una: los cerdos en miniatura que ha generado específicamente para hacer ensayos clínicos. La empresa indica en su web que es una raza pequeña, que puede llegar a entre 35 y 40 kilos -ante los 150 a 400 a los que llegan otras razas de cerdo-, hecho que los hace más fáciles de manejar. A pesar de que la web no especifica el precio que tiene cada animal, Alcaraz asegura que es más caro comprar un cerdo que un ratón.
Hay más alternativas: utilizar embriones de pollo. No se considera un sistema de pruebas in vivo, puesto que se hace en la membrana corioalantoidea (por eso se conoce el método como CAM) del huevo, y no al embrión de los pollitos en sí. Fernández explica que se trata de un sistema intermedio, que permite ahorrar dinero: "Compramos huevos fecundados en granjas, que valen 0,35 euros cada uno, además del transporte". Así, el coste total de un experimento con huevos puede subir a un máximo de 20 euros. "El problema es que solo tenemos 10 días para hacer el experimento, mientras que con los ratones, podemos alargar hasta dos o tres meses, entre que crecen las células y se les inocula el tratamiento", indica la investigadora. Hay alternativas, cada vez más.