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La niñofobia que aflora en verano (y afecta a la economía)

No deja de ser curioso que numerosas empresas se entreguen a la gamificación para paliar sus enormes problemas de retención de talento y desmotivación laboral

Niños disfrutando del verano | iStock
Niños disfrutando del verano | iStock
Valencia
14 de Agosto de 2022

Siempre he veraneado en localidades de la Comunidad Valenciana. Como niño nacido casi en los 80, dispuse de muchísima libertad para moverme sin apenas control. Tuve la suerte de que los meses de calor de mi infancia fueron en general muy felices. Y que nunca sentí que los adultos nos dejaran de lado.

Jugábamos al balón en parkings con coches y portales con cristales (con el riesgo que ello conllevaba, obviamente). Y comíamos en la mesa de los padres, mientras ellos hablaban de sus cosas y alrededor había más familias con más niños. Gritábamos, sí. No había pantallas y a veces éramos impertinentes, sí. Pero me gustaría preguntarle a los mayores de hoy si cuando eran pequeños ya eran tan serios. Si no querían divertirse. Si no hicieron nunca ninguna trastada, incluso en épocas donde podían suponer una bofetada.

Hoy ni siquiera en espacios abiertos de comunidades grandes está permitido jugar a la pelota. Mucho menos patinar. O simplemente correr sin recibir un apercibimiento por parte de quienes se ocupan más de cuchichear que de darse cuenta de la suerte que tienen de disfrutar de un entorno así. Afloran, además, hoteles y restaurantes bajo el cartel de Adults only. En un régimen entendible a nivel de negocio. E incluso de tranquilidad (o eso dicen, porque siempre hay personas maleducadas que se comportan bastante peor que infantes de cuatro años). Lo cual, dicho sea de paso, es inconstitucional. Porque una cosa es el derecho de admisión y otra la discriminación por razón de sexo, raza… o edad.

Me gustaría preguntarle a los mayores de hoy si cuando eran pequeños ya eran tan serios. Si no querían divertirse. Si no hicieron nunca ninguna trastada

Comentaba la periodista Diana Oliver en la presentación de su libro Maternidades precarias el coste de tomar la decisión de ser padres hoy día. Y cómo eso va a afectar a la configuración de nuestro territorio en los próximos años. E incluso décadas. Ya tenemos la población más envejecida de toda la Comunidad Europea. Y esa pirámide NO se va a invertir. Los sueldos son bajos. Una generación entera (la que hoy, en teoría, ya debería tener descendencia) se incorporó al mercado laboral con la crisis del 2007, cuando sacó cabeza se encontró con la covid-19 y ahora va a vivir una recesión.

Pero, además, nada empuja a plantearse traer hijos al mundo. Cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) dice que como mínimo debe ofrecerse lactancia materna a los bebés durante seis meses, la baja por maternidad es tan solo de cuatro. Y en lugar de estimular que las familias cuiden de sus hijos y luego se incorporen con ganas a sus empleos, se fomentan los cuidados externos, que acaban generando reducciones de jornada e incluso renuncias, con todo lo que ello supone para las economías micro y macro.

A esto se une que los únicos momentos del año donde se permite la creatividad a los menores, se les coarta. Lo que deriva en que, a medida que crecen, son menos propensos a arriesgar y por lo tanto profesionales más ‘comunes’. Lo que implica falta de liderazgo pero también búsqueda de oportunidades en lugares donde se premia lo diferente. No deja de ser curioso que, cada vez más, numerosas empresas se entreguen a la gamificación para paliar sus enormes problemas de retención de talento y desmotivación laboral. Sin darse cuenta que el origen de muchos de estos problemas lo provocaron sus mismos directivos, cuando decidieron colgar un cartel que decía ‘Prohibido jugar a la pelota’.