No deja de ser curioso que el informe de innovación de la Comunidad Valenciana venga de la Fundación LAB, un organismo promovido por la Asociación Valenciana de Empresarias. Y lo es por dos razones: porque muchas de las cabezas visibles de AVE superan de largo los 60 años y porque (ya lo hemos escrito alguna vez aquí) la queja respecto al trato recibido por otras regiones es sempiterna.
Pero aquí hablamos de datos, no de sensaciones. De iniciativas, no de apoyos institucionales. Y es ahí donde las compañías que representa este colectivo pinchan hasta el punto de rezagar a la región en inversión en I+D+i respecto a Madrid, País Vasco o Catalunya. Y más aún, alejándose con mucho de la media europea. Hasta el punto de ocupar el puesto 128 de 240, en una poco meritoria zona de mitad de tabla.
Se habló de falta de liderazgo en las empresas en el área de innovación y aversión al riesgo, pero suele ocurrir que o los departamentos destinados a este fin apenas disponen de libertad (y fondos) reales o, muchos incluso, son externalizados como si no tuvieran derecho a formar parte del entramado propio.
Si bien es cierto que la autonomía ha sido calificada como ‘innovadora moderada’ en el Regional Innovation Scoreboard elaborado por la comisión continental, un dato que abre cierta esperanza lo supone el hecho de haber conseguido aumentar más de un 18% el indicador desde 2014.
Especialmente grave es el déficit de formación en las élites empresariales, a las las que el informe califica de "cortoplacistas, conformistas, individualistas y con una elevada resistencia al cambio"
El informe es claro respecto a tres aspectos que vienen de muy atrás en la Comunitat y que son difícilmente solventables a corto plazo. Si bien la cada vez mayor presencia de startups puede ir mitigándolos.
El primero es la especialización sectorial, en un territorio lleno de PYMES donde los sectores con mayor presencia son la construcción, los servicios o las manufacturas, lo que supone seguir a los planteamientos innovadores y casi en ningún caso liderarlos.
El segundo, pese a que muchas de las compañías de referencia no se ubican en las tres capitales, es el hecho de que aquellas alojadas de los denominados centros de poder adolecen de un ecosistema que apueste por ideas y acciones disruptivas.
Pero mucho más grave (y preocupante por alargarse en el tiempo durante los últimos años. Y quizá décadas) es el déficit de formación en las élites empresariales. A las que califica de "cortoplacistas, conformistas, individualistas y con una elevada resistencia al cambio".
Todo ello podría parecer reversible merced a la fama de las universidades valencianas de generación continua de innovación. Y, sin embargo, la carencia de incentivos de las primeras para transferir conocimiento a las segundas y lo demasiado genérico de sus proyectos impiden una traslación mayor entre ambos sectores.
La conclusión es que respecto a los últimos años hay más empresas que innovan, pero con inversiones insuficientes y por debajo de la media nacional y europea.
Y las soluciones, al menos las propuestas, tienen que ver la necesidad de políticas públicas para atraer talento y startups tecnológicas, al tiempo que se impulsa la transformación digital de las empresas.
La pregunta es: con un empresariado ‘clásico’ y con aversión al riesgo y al borde de una posible recesión, ¿será suficiente con un informe para abrir los ojos o pasará simplemente como una de las muchas recomendaciones que en los últimos años apenas han obrado cambios en el ecosistema de la región?.