Venimos de un verano atípico, con una Barcelona sin turistas. Los efectos de la pandemia han sido desoladores para la ciudad. Una metrópoli que cada año, desde la celebración de los Juegos Olímpicos, ha incrementado considerablemente su número de visitantes. De un millón y medio en 1990, hasta nuevo millones y medio en 2019. El covid también ha parado Barcelona, como el resto del mundo entero. A pesar de la precarización de muchos sectores de la economía, la ciudad no iba mal. Ofrecía señales para el optimismo, nuevas oportunidades de negocio, inversiones comprometidas y también la llegada de nuevos acontecimientos como el ISE, el salón más grande del audiovisual del mundo, 81.000 asistentes y 400 millones de euros de impacto económico para la ciudad.
Barcelona dejaba atrás la crisis económica y social del 2009, eso sí, con secuelas, debido al incremento de los desahucios, la carencia de una vivienda asequible fruto de la subida del precio de los alquileres o la consolidación de las desigualdades sociales.
A pesar de todo, el Ayuntamiento de la capital catalana dispone de unas finanzas saneadas y de un superávit municipal no menor. Se empezaba a evidenciar que se había frenado el significativo desplazamiento de la población hacia estratos de renta inferiores que se dio durante la crisis, de forma muy acentuada entre 2009 y 2011. De renta alta hacia media alta, de media alta hacia media baja, y así sucesivamente.
El Índice de la Renta Familiar de Barcelona (RDFB)* actúa como indicador de la renta relativa de los residentes en los diferentes barrios y ofrece una fotografía de las desigualdades sociales referidas a un valor mediano de la ciudad, así como unos resultados muy claros por distritos. El año 2017, la RFD/càpita (€/año) en Sarrià-Sant Gervasi era de 40.022, en Nou Barrios era de 12.045. Para ser más exactos, y aplicando un índice base cero, el barrio de Pedralbes lidera la RFD/càpita más alta con 248,8 puntos, mientras que Ciutat Meridiana es quienes la tiene más baja, con 38,6. Una diferencia de 210 puntos respeto el primero.
El dinamismo de la ciudad, gracias al sector turismo, comercios, restauración, ferias y grandes acontecimientos, seguía teniendo un protagonismo importante. El turismo supone el 12% del PIB de la economía de la ciudad, un porcentaje que pesa mucho en el cómputo global. Barcelona, pero, ha sabido mantener un equilibrio entre el turismo de negocio, que visita la ciudad por trabajo o por un acontecimiento como una feria, con un turismo de ocio, especialmente el internacional, que tiene un bolsillo más lleno y genera más gasto.
Ahora el centro de la ciudad es quien sale más perjudicado. Lo hemos visto estos días cuando los barrios han ido recuperando una cierta normalidad en la vida de calle. En cambio, en la Rambla y alrededores no hay vida. Cada vez hay menos barrio, a los barceloneses los cuesta bajar a comprar al centro de la ciudad. Sienten como si les hubieran robado un trozo de ciudad.
"Ahora el centro de la ciudad es quien sale más perjudicado, cuando los barrios han ido recuperando una cierta normalidad en la vida de calle"
La pandemia ha complicado la situación. Ocho de cada diez autónomos sufren una caída de la facturación, según el barómetro presentado por la Asociación de Trabajadores Autónomos (ATA), poniendo en peligro de muerte, a un 20% de estos, su comercio, tienda o negocio.
Vivimos momentos en que hay que reactivar la ciudad. Se tendría que combatir este desaliento y confiar más en Barcelona. Incluso, se ha instalado la percepción que Madrid nos pasa la mano por la cara, cuando lo que está promoviendo es una insolidaridad injusta con el resto del territorio. El anuncio de la presidenta Ayuso de aprobar una nueva rebaja del IRPF y de promover la Comunidad de Madrid como el territorio con la fiscalidad más baja de España tendría que preocupar al Gobierno del Estado. La fiscalidad no se puede convertir en una arma política entre ciudades o territorios.
Estos días se han puesto de manifiesto dos reivindicaciones con el objetivo de reactivar y recuperar nuestra ciudad. La primera, en forma de libro, Otra Barcelona de la periodista y directora del programa informativo Básicos de Betevé, Eva Arderius. Es el retrato de diez miradas de personas no mediáticas que juegan un papel importante en la defensa de los derechos sociales colectivos de sus barrios. Pequeños héroes anónimos, que luchan cada día para hacer una ciudad menos justa y atender a los que se quedan atrás. Un ejercicio de colaboración ciudadana que vale la pena conocer. Es la cara B de Barcelona. Como Carmen Juares, fundadora de la asociación Mujeres, Migrantes, Diversas que nos pone el dedo a la llaga a los barceloneses: "Barcelona no es tan acogedora y tan diversa como se dice, lo intenta pero no lo es".
Es la cara desconocida de una ciudad de éxito, que al final sale, gracias a la colaboración desinteresada entre entidades, voluntarios y gente del barrio que se convierten en esenciales para estas personas para sobrevivir.
La segunda ha sido en forma de documental, Barcelona 2050. Un llamamiento que la asociación Barcelona Global ha hecho en forma de reportaje y que urge las administraciones a reactivar la ciudad y su región metropolitana. Finalizar La Sagrera, la línea 9 del metro y ofrecer vivienda asequible para todo el mundo son algunos de los retos que señalan todos los entrevistados, expertos nacionales e internacionales. Se reivindica una agenda concreta para la Barcelona del futuro.
¿Por qué menciono estos dos trabajos aparentemente tan diferentes entre ellos? Los dos tienen un denominador común: reactivar Barcelona desde la complicidad y la colaboración de todo el mundo, tanto económico como social. Tanto desde la empresa y la institución, como del barrio y sus redes sociales.
"Hay que reactivar Barcelona desde la complicidad y la colaboración de todo el mundo, tanto económico como social"
Reactivar los valores de la colectividad frente al individualismo; reactivar la lucha por el bien común frente al interés particular; reactivar proyectos a medio-largo plazo frente al oportunismo y el cortoplacismo; reactivar la defensa de la igualdad de oportunidades frente a las desigualdades.
En definitiva, reactivar un espíritu colectivo que defina cómo queremos la Barcelona del 2050, recuperar aquel modelo de colaboración público privada que tantos éxitos ha dado a la ciudad. Los intereses públicos y los privados no pueden ir en paralelo, hace falta que se vuelvan a encontrar. A Barcelona, hoy, le hace mucha falta.