Estamos en medio de la temporada estival y resulta evidente que el turismo ha vuelto. Aeropuertos a rebosar, aerolíneas en huelga, playas saturadas y en las calles del centro de Barcelona vuelve a ser difícil oír alguna palabra en catalán. Y casi en castellano. Los hoteleros callan y calculan cuántos veranos como este les harán falta para descargar las mochilas cargadas de deudas que han acumulado durante la pandemia. Bien, todos no, el diez por ciento de plazas que han ido a parar a manos de inversores foráneos reduce el número de empresarios autóctonos y aumenta el volumen de capital que busca rendimientos elevados, de poco riesgo y de menos trabajo.
Los datos macroeconómicos continúan siendo positivos gracias al empujón del turismo. Situados en una posición de segundo orden dentro del sistema capitalista mundial, aquí siempre vamos atrasados, tanto a la hora de la recuperación como en la de la crisis y quizás los datos de ocupación y del PIB continuarán mejorando seis meses más. Preocupados como estamos todos en recuperar el tiempo perdido durante la pandemia -sea en forma de ocio los consumidores, o en forma de ingresos los empresarios-, olvidamos las asignaturas pendientes: la modernización del sistema productivo, el turismo de calidad, ...
Para lograr un turismo de calidad, lo primero que tenemos que hacer es ponernos de acuerdo en que significa este objetivo tan escurridizo
El turismo de calidad es el mantra que define aquel desiderátum de un sector que beneficie a todo el mundo y no perjudique a nadie. O lo que es el mismo, que genere riqueza y no provoque deseconomías externas. Vemos enseguida como es tan o más importante la parte afirmativa de la definición como la parte negativa. Por lo tanto, para lograr un turismo de calidad, lo primero que tenemos que hacer es ponernos de acuerdo en lo que significa este objetivo tan escurridizo. Turismo de calidad no es turismo para ricos, pero tampoco es turismo de bajo coste. No es turismo para minorías elitistas, pero tampoco lo es para masas desenfrenadas. No es turismo que distorsione la vida y la actividad diaria de los residentes, pero tampoco es turismo de enclaves o resorts aislados del país. No es turismo exclusivamente cultural pero la cultura, en el sentido más antropológico del término, debe jugar un papel capital.
Suiza, Noruega, ... son países de calidad y, por eso, reciben turismo de calidad
Seguro que todos coincidíamos en que el turismo que visita Suiza es básicamente un turismo de calidad. O lo mismo podríamos decir de Noruega y Escandinavia. Y probablemente incluso del que visita Alemania. ¿Qué tienen todos estos países en común? Son países de calidad. Y por eso reciben turismo de calidad. Países donde el salario de los empleados del sector -y del resto de sectores- no generan trabajadores pobres. Son países que siempre han controlado la especulación inmobiliaria y han velado por la protección del paisaje y del entorno. Son países limpios, ordenados, donde el respeto a los conciudadanos y el cumplimiento de la norma es general y no anecdótico. Son países muy bien dotados de infraestructuras de transporte y de todo todo tipo.
Las ratas de la plaza Catalunya
Lamentablemente, nosotros todavía estamos lejos de casi todos estos estándares generales de calidad. Aquí el negocio no es tanto la explotación turística sino la construcción inmobiliaria y la Generalitat -que llega tarde- solo ha podido cancelar la mitad de los desaforados crecimientos urbanísticos que muchos municipios costeros y de montaña habían aprobado en los últimos veinte años.
Aquí el incivismo -ruidos, suciedad, graffitis...- es norma por parte de una minoría ante una gran mayoría que mira hacia otro lado y unos poderes públicos ineficientes y siempre desbordados. En Malmö, los suecos toman el ferry para ir a emborracharse a Dinamarca, donde el alcohol no es tan caro. O vienen de vacaciones aquí cuando pueden. Mientras, las ratas se pasean por la plaza Catalunya.
Aquí solo quieren trabajar de camareras de piso las inmigrantes sudamericanas porque muchos hoteleros se han aprovechado de la normativa del gobierno Rajoy que facilitaba retribuciones por debajo del convenio de hostelería.
Aquí, la implicación de los empresarios del sector en el cuidado del entorno y la promoción de la cultura es prácticamente nula
Aquí, la implicación de los empresarios del sector, individualmente o colectivamente, en el cuidado del entorno, la promoción de la cultura o en cualquiera de las economías externas que hacen que los visitantes acudan a nuestra casa y ellos lo puedan hacer su negocio es prácticamente nula. En Suiza, hay valles donde los hoteleros subvencionan a los campesinos para que no dejen los prados abandonados si la explotación ganadera no da suficiente rendimiento.
Aquí cualquier avispado monta un negocio de despedidas de soltero dispuestos a hacer lo que en su casa no les permitirían, de estudiantes de fin de curso que vienen a emborracharse en los after hours o una red de venta ambulante de alcohol. Para no hablar de los alojamientos clandestinos, siempre explotados en red o por la plataforma de turno.
Requisitos para conseguir un turismo de calidad
Todo esto, lo podemos resumir en unas pocas premisas:
El turismo de calidad es antónimo de turismo de bajo coste y del turismo masivo.
Los empresarios que quieren un turismo de calidad, además de su cuenta de resultados, se preocupan de evitar matar a la gallina de los huevos de oro: procuran no generar anticuerpos entre la población residente -que pueda llegar a ver a los turistas como enemigos- y refuerzan aquellos elementos que hacen atractivo el destino donde prestan sus servicios a los visitantes.
Los ayuntamientos que quieren un turismo de calidad no pueden dejarse deslumbrar por los ingresos -licencias, tasas- que genera la nueva edificación destinada a usos turísticos. Tienen que esforzarse en la pulcritud y el mantenimiento. Tienen que garantizar una convivencia lo más armónica posible entre residentes y visitantes y evitar un uso demasiado predominante de los espacios públicos por parte de los turistas. Y deben controlar aquellas actividades basadas en el desmadre y los excesos.
A la Generalitat no le debe temblar el pulso en el momento de establecer límites: esto va desde los planes urbanísticos a los cruceristas
Desde la Generalitat, no les debe temblar el pulso en el momento de establecer límites cuantitativos, pese a las presiones sectoriales, de los promotores y de los mismos ayuntamientos. Esto va desde la aprobación de planes urbanísticos demasiado expansivos hasta la limitación de los cruceristas. Desde la inspección de trabajo hasta las tasas turísticas. Y, con los ayuntamientos, deben velar para limitar la oferta turística que se aprovecha de la tolerancia y permisividad de nuestra sociedad.
Hay que continuar aumentando el Salario Mínimo Interprofesional para evitar trabajadores pobres con trabajos mal pagados que solo quieren realizar los inmigrantes extracomunitarios
Desde el Estado, y mientras tenga las competencias, hay que continuar aumentando el Salario Mínimo Interprofesional para evitar trabajadores pobres con trabajos mal pagados que solo quieren hacer los inmigrantes extracomunitarios. Y por extensión, una estrategia empresarial basada en los bajos costes laborales para captar el mayor número de clientes turísticos.
Como sociedad, debemos evitar confundir la tolerancia con la inhibición con todo lo que se acontece en el espacio público. Y debemos ser más exigentes con la administración y los empresarios para gestionen de forma eficiente el turismo.
Para acabar, cabe ecordar las dudas y ajetreos que provocó la implantación de la tasa turística a los alojamientos, con un sector que clamaba desesperado por la pérdida de competitividad que provocaría. Ya hemos visto la inocuidad de la tasa turística, que con el tiempo se ha extendido y ha aumentado los importes. Hoy, es casi una excepción la región o la ciudad europea que no la aplica. Por cierto, en la Comunidad Valenciana todavía se lo están pensando.
Ahora es necesario asegurar que estos recursos recaudados, y muchos otros, no se destinen a hinchar todavía más el globo, sino a hacerlo más resistente ante la coyuntura, menos agresivo con el entorno y una fuente de riqueza más repartida. En definitiva, es necesario hacerlo de más calidad. Aun así no nos engañamos, si queremos un turismo de calidad, tenemos que convertirnos un país de calidad. Casi podríamos decir que son dos caras del mismo objetivo.