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Pequeña historia de la sociedad de consumo (2)

Los años 2000 a.C. son los primeros momentos de la historia en los cuales se produce una aproximación a la oferta y demanda internacionales, con los fenicios y los cretenses

Souvenirs libaneses | iStock
Souvenirs libaneses | iStock
Josep-Francesc Valls
Profesor y periodista
Barcelona
14 de Enero de 2025

Segunda entrega de la pequeña historia de la sociedad de consumo desde los orígenes de la humanidad hasta la ligera reactivación económica después de la pandemia, que forma parte del libro “El Efecto Stick, Nacimiento, Ascenso y Caída de las Clases Medias” (Profit, 2024). Esta parte pertenece al modelo de consumo de las civilizaciones mesopotámicas, egipcia, griega y romana

 

Las civilizaciones arcaicas se dotan de los atributos más rudimentarios del consumo, relacionados sobre todo con el desarrollo de los productos alimentarios, de la ropa y de la mínima expresión de hábitat. Ocurre en Mesopotamia y Egipto entre el 3500 y el 3000 a.C., en el Egeo, en torno al 2000 o en China, alrededor del 1600 a.C. Son civilizaciones que usan la escritura, las técnicas hidráulicas al servicio de la agricultura y la ganadería avanzadas, organizan ciudades, construyen edificios singulares, estructuran sociedades estratificadas y complejos sistemas políticos. El sedentarismo facilita de esta manera el incremento de la producción de alimentos, aprovechando los recursos del suelo y del agua, construyendo diques contra las inundaciones o canales para el riego; la organización de la producción de determinados bienes; y la distribución de los recursos entre los miembros del grupo humano.

Poco a poco, comienzan a utilizar la baratija entre los miembros de la misma comunidad ampliada o limítrofes; para el intercambio habilitan la sal, los metales, el ganado, las pieles, el trigo, la cebada, la obsidiana o las conchas marinas. Así se refleja en diversos códigos como el de Hammurabi, que data de 1700 a.C. o el de Eshnunna, de unos doscientos años antes; se fija lo que valen algunas cosas. La acuñación de oro y plata para las monedas se hará esperar hasta que sobrevenga en el reino de Lidia, en Anatolia occidental, en torno al 600 a.C. Se realiza la aleación de oro y plata -el electrum- como el primer soporte moderno de cambio, que se expande rápidamente por todo el Mediterráneo; en cualquier caso, sirve de baremo para los salarios de los militares, de los funcionarios o de las transacciones comerciales primitivas.

 

La existencia de una determinada producción y de una moneda incipiente que sostiene su valor comporta el desarrollo del comercio. En efecto, los fenicios, procedentes de la actual Líbano, Siria, Palestina e Israel, y los cretenses comienzan a moverse por el Mediterráneo 2000 años a.C., creando colonias y centros de distribución.

Los años 2000 a.C. son los primeros momentos de la historia en los cuales se produce una aproximación a la oferta y demanda internacionales

Trasladan en sus barcos los productos disponibles y los dejan como cimbel en los puertos para intercambiar con los pueblos más ignotos y estos, a su vez, les devuelven los propios; de esta manera, incitan la demanda de artículos y el intercambio comercial. Negocian con el vino; con el aceite de oliva; con la fruta seca; con la madera, sobre todo de cedro; con las telas teñidas a base de lana o algodón; con el cobre; con el cristal; con animales; con la artesanía, las piedras preciosas; con el marfil… La mercancía se almacena en los puertos bien protegida y no sale de allí hasta que algún comerciante local paga el valor fijo asignado. Son los primeros momentos de la historia en los cuales se produce una aproximación a la oferta y demanda internacionales. Estas civilizaciones consumen verduras; frutas; fruta seca; huevos; cereales; aceite de oliva; lácteos; miel; carne de animales domésticos como la oveja o la cabra, y otros como la liebre o el ciervo; peces y moluscos; salazones; vino; hierbas aromáticas como la menta, el laurel. Tal era la riqueza gastronómica que expandían por todo el Mediterráneo, Arabia y la India.

El Nilo y el Mediterráneo

Antiguo templo egipcio | iStock
Antiguo templo egipcio | iStock

Los egipcios siguen el legado fenicio y más allá del Mediterráneo amplían el mapa comercial por todo el Nilo, los oasis, la India y África Subsahariana. Comercian de aquí para allá oro, cobre, madera, hierro, minerales, animales de cría, objetos de piedra, cerámicas, utensilios, papiros, telas. En las tumbas de los faraones aparecen muchas escenas relacionadas con la alimentación. Ellos, los sacerdotes, los funcionarios y algunos artesanos comían carnes de aves o exóticas, como la de hiena o el ratón, pescados exquisitos o platerets, y bebían vino. El resto de la población sufre grandes hambrunas motivadas por las riadas del Nilo -benefactoras, por otra parte- y se alimentaba a base de pan y cerveza, verduras y hortalizas, legumbres, carne de ave, cerdo, oveja o cabra y huevos de avestruz; este festín de productos no oculta la elevada desnutrición.

La esperanza de vida alcanza los treinta o treinta y cinco años. La sociedad es altamente estratificada en torno al poder absoluto del faraón, que lo ejerce a través de sus cortesanos, escribas, sacerdotes, arquitectos, guerreros, administradores y recaudadores de impuestos; todos ellos representan una proporción ínfima de la población. El pueblo se dedica en su mayoría a la agricultura, pero también al comercio, a la artesanía, a los servicios, mientras los esclavos a las obras faraónicas, a la minería o a los trabajos domésticos.

En la Grecia Antigua la expansión se ejecuta para ensanchar el poder de las ciudades-estado situadas tanto en la zona continental europea, en la insular y en asiática -las tres Gracias-. La dominación da acceso a nuevos territorios que disponen de productos de los cuales la metrópoli carece. Se expande el comercio ofreciendo aceite de oliva, vino, mármol o cerámica a cambio de telas, metales, especias o papiro. Los estrategas y militares se encargan de ampliar el imperio y los mercaderes de transportar a través de las rutas terrestres y marítimas aquellos productos necesarios para la población. En las ciudades, la actividad comercial se celebra en las ágoras -una para la venta al por mayor y otra para el detalle-, que además sirven para la realización de actividades festivas, políticas o judiciales. La expansión extraordinaria llevada a cabo por Alejandro Magno hacia Asia sirvió de poco para abrirse a nuevos mercados, ya que el imperio no se consolidó y duró apenas dos siglos, del IV al II a.C.

Los mercados y la pax romana

El Foro de Trajano, en Roma | iStock
El Foro de Trajano, en Roma | iStock

Los romanos establecen el derecho comercial, de manera que la pax romana consigue toda clase de transacciones. Los principales intereses comerciales de Roma se circunscriben a obtener recursos para alimentar a las legiones que expanden el imperio, así como a la población creciente de las ciudades que se va ampliando; los foros, que estaban controlados por el Estado, actúan como punto de intercambio con los compradores. Aceites, vinos, sedas, metales, especias ocupan sus lonjas procedentes de cualquier lugar del Imperio, que llegan majestuosos a través de las calzadas romanas.

Roma se provee a través del mercado central generalista y de una red de centros comerciales especializados en pan, vino, carnes, pescados, verduras. Las ciudades del imperio disponen de macellum, que son mercados estables próximos al foro, además de mercados de calle periódicos más baratos. El Mercado de Trajano, gran atractivo turístico en la actualidad situado en la Vía del Foro Imperial de Roma, es el precedente de los futuros centros comerciales; de planta semicircular, y construido a seis niveles, alberga unas 150 tiendas especializadas en frutas y verduras, vino, aceite, pescados y toda clase de alimentos.

En el Edicto sobre Precios Máximos del emperador Diocleciano se publica una serie de salarios en función de la tipología de trabajo

El suministro de vino, aceite de oliva, fruta, verduras, embutidos, carnes, pescados y la profusión de especias y hierbas aromáticas provienen de los confines del Imperio y se trasladan a través de las calzadas y de las rutas marítimas. Por un lado, se encuentran los emperadores, senadores, magistrados, concejales, sacerdotes de los diferentes templos, gladiadores, es decir, la aristocracia y los patricios que poseen tierras y pueden convocar banquetes con toda clase de comida; esta casta representa un grupo de unas 30.000 personas, que no alcanza el 0,1% de la población. Por otro, los plebeyos que se dedican a las tareas agrícolas, artesanales, militares y comerciales; no gozan de ningún privilegio ni tienen acceso a la formación y a los cargos públicos, representan el 25% de la población. Y finalmente, los pobres, los soldados, los esclavos, los libertos -que mantienen obligaciones con sus amos, pero pueden prosperar-, los bandidos, los piratas y los mendigos con más obligaciones que derechos. La subocupación es crónica; el medio denario de salario al día que ganan los que gozaban de un trabajo no da para subsistir a la mayoría de la población, expuesta en todo momento al riesgo de morir de hambre o sufrir cualquier desastre. La esperanza de vida rondaba los cuarenta años.

En el Edicto sobre Precios Máximos del emperador Diocleciano se publica una serie de salarios: 25 denarios al día un porteador, un trabajador agrícola, un limpiador de alcantarillas y precios de servicios, y un escriba por cada cien líneas; 50, un carpintero, un panadero, un constructor de barcos, un maestro por cada alumno; 15.000, un legionario; 19.000, un miembro de la guardia pretoriana. Y además los precios de los productos cotidianos: 100 denarios, un modi -8,7% kg.- de trigo, de cebada, de lentejas, de judías o de sal; 200, el arroz; entre 8 y 16, un sextario -poco más de medio litro- de vino de mesa y el doble si era de Rioja; entre 2 y 4, la cerveza; 40, el sextario de aceite de oliva; 12, una libra de carne de cerdo o ciervo; 8, de carne de vaca; 60, un pollo; 250, un faisán; entre 16 y 24 una libra de pescado.