Hace pocos meses, un informe de la OCDE ponía la historia económica reciente de España frente al espejo. Los salarios reales -una vez descontada la inflación- están estancados en España desde hace treinta años: una ganancia neta total del 8,1 %, que se concentraba en los tres primeros años del período. A razón de 0,26 puntos por año de media. En estos mismos treinta años, esta Francia enfadada que ahora vota a Le Pen había ganado un 36 % de poder adquisitivo y Alemania un 34. Entre los países europeos occidentales, España solo superaba a la Italia que poco después votaría masivamente a Meloni.
Las obligadas prevenciones ante los datos
Aunque los periódicos informes económicos de la OCDE gozan de una confianza generalizada, todas las metodologías tienen sus limitaciones. La primera proviene del hecho mismo de calcular valores medios que pueden ser muy representativos de la situación general o pueden esconder valores muy desiguales. Después, el concepto de salario medio también puede ser muy genérico, ya que hay notables diferencias entre sectores productivos y entre el lugar que ocupa cada uno dentro de una empresa, que puede ser más grande o más pequeña, lo que también influye. Además, en el salario medio no se tiene en cuenta la población desempleada ni la economía informal. En todas estas variables no parece que España esté entre los países líderes. Después profundizaremos en ello.
Finalmente, la inflación es también otro valor medio. Tanto en términos territoriales -en Cataluña tendemos a sufrir una inflación un poco más elevada que la media española y en las ciudades que en los pueblos- como, sobre todo, entre las familias. El impacto de la inflación sobre las familias viene condicionado por el peso que tenga el gasto cotidiano y la inversión o el ahorro en sus gastos, por cuál sea la composición de su cesta de la compra y por cómo afecte la inflación a unos productos o servicios o a otros.
A pesar de estas limitaciones, resulta bastante orientativo detenerse con un poco de detalle en la evolución histórica y reciente del salario real medio en comparación con los países de nuestro entorno.
Baja productividad: las razones
La productividad del trabajo está íntimamente relacionada con la evolución de las ganancias reales de los trabajadores. La productividad española por hora trabajada está estancada al menos desde el 1995. Solo -otra vez- Italia tiene un comportamiento igual de débil -con un crecimiento del 0,1% anual- e incluso Portugal los supera a los dos -0,5%. Nada que ver con Francia -1,1-, Alemania -1,2. Y todos bien lejos de los Estados Unidos -1,4%. No hay unanimidad del porqué de esta baja evolución de la productividad en los países del sur de Europa. Hay quien insiste que la gran afluencia de capitales foráneos ha sido capturada mayoritariamente por actividades de baja productividad, en sectores como el turismo y la construcción. Probablemente, hay que combinar esta explicación con otra: la deficiente incorporación de las nuevas tecnologías de la información a los procesos productivos.
La productividad española por hora trabajada está estancada al menos desde el 1995
Varios especialistas atribuyen la reducida mejora de la productividad a la gestión deficiente de los directivos, especialmente para adaptarse a la llegada de las tecnologías de la información. De hecho, a partir de datos de la OCDE, hay quien coloca a los países del sur europeo, además de Irlanda y Nueva Zelanda, como los de gestión empresarial más deficiente. De este modo, las empresas del sur de Europa serían igual de eficientes que las norteñas en la gestión de tecnologías básicas. Pero han acontecido mucho más ineficientes a la hora de incorporar las tecnologías de la información. Lógicamente, esta falta de conocimiento se traslada también al diferencial de salarios entre norte y sur.
Evidentemente, la productividad no depende exclusivamente de la eficiencia del trabajo. La empresa tiene que dotar la organización de las inversiones -tecnología, innovación- y el modo de funcionamiento para hacer el trabajo más productivo, lo cual nos enlaza con la calidad de la gestión que decíamos antes. Esta influirá decisivamente en la motivación y la responsabilidad de los asalariados.
Hace cuatro días, la gran patronal catalana se quejaba del gran número de bajas diarias que se producen en España: 1,5 millones de bajas, más del 7% del total de asalariados, con picos puntuales que llegarían al 30%. Estas bajas generarían una disminución del PIB del 3,1%. Todo ello pone en evidencia un círculo vicioso entre la cultura del trabajo y el nivel de excelencia en la gestión que condiciona las condiciones en las que se desarrolla el trabajo.
La distribución del valor añadido penaliza los salarios
Pero no solo es una cuestión de productividad, sino también de cómo se reparte el valor añadido generado por la empresa entre retribución al trabajo -incluidos los directivos- y al capital. Y aún cuántos de estos beneficios se reinvierten o van a parar a las arcas públicas. En la medida en que esta distribución evolucione o sea muy diferente de la que se produce en el resto de Europa, tendremos un comportamiento de los salarios reales u otro.
Estudios puntuales indican que la retribución de los altos directivos aumenta mucho más rápido que la del resto de trabajadores. El fenómeno es mundial, pero en el caso español -entre 2020 y 2022- el ingreso medio de un alto directivo de una gran empresa aumentó cinco veces más que el de los trabajadores de la propia firma. Con datos de Hacienda, las grandes empresas españolas aumentaron sus beneficios en un 17% de media durante 2022 y la recaudación por el impuesto de sociedades lo hizo en un 20,8%. Ese mismo año, el salario nominal -sin descontar la inflación- crecía un 4,2%. El IPC de 2022 fue, tal vez ya no lo recordamos, del 5,7%, y, por tanto, la pérdida media de poder adquisitivo de los salarios fue en un solo año de un 1,5%.
Es evidente, por tanto, que cuando la inflación es elevada, aunque las cosas vayan razonablemente bien -el PIB español creció en 2022 un 5,8% en términos reales-, no son los salarios los más beneficiados, sino el resto de remuneraciones y, por extensión, la recaudación fiscal.
Trabajar en una gran empresa industrial sale mucho más a cuenta que hacerlo en una pyme del comercio o el turismo
Decíamos también que tanto el sector como el tamaño de la empresa condicionan la remuneración de los respectivos asalariados. Un estudio reciente de ICSA y EADA calcula que el salario de los trabajadores de una empresa pequeña equivale al 83% de los de una empresa mediana y al 79% de una empresa grande. Evidentemente, hay una correlación entre dimensiones de las empresas y la productividad, el nivel de organización sindical y la especialización en unos sectores u otros.
Y aquí vamos al segundo elemento, el sectorial. No será ninguna sorpresa para nadie que el estudio sitúe la industria como el sector con salarios medios más elevados, seguido muy de cerca por banca y seguros. En el nivel más bajo se encuentran, en este orden, los servicios, el transporte y el comercio y el turismo. De hecho, la remuneración media de los trabajadores industriales es un 66% superior a la del comercio y el turismo.
El estudio sitúa la industria como el sector con salarios medios más elevados, seguido muy de cerca por banca y seguros
Todo ello configura un mercado de trabajo cada vez más dual y segmentado, en el que las ganancias de los trabajadores asalariados pierden poder adquisitivo, al menos desde 2007 hasta aquí. Y los que trabajan a tiempo parcial o con contratos temporales, además de los desempleados, aún lo viven peor.
Desigualdad en las rentas
El llamado Coeficiente de Gini se utiliza comúnmente para evaluar el nivel de desigualdad entre los ingresos -no solo los salarios- de las unidades familiares. Establece la proporción acumulada de la población ordenada por los ingresos obtenidos. Toma el valor 0 en caso de una equidad perfecta y el valor 100 en el caso de una desigualdad absoluta. Según datos del INE, desde 2008 el índice -la desigualdad- aumenta desde el 32,5 hasta un pico en 2014 -34,7. Desde entonces, vuelve a bajar -la desigualdad disminuye-, hasta que en 2020 se sitúa por debajo de las cifras de 2008, con un 32,1. Hay un repunte al año siguiente y vuelve a bajar en 2022 y 2023, que se sitúa en el 31,5.
Aunque se necesitaría un análisis más detallado, vemos a grandes rasgos cómo el nivel de desigualdad aumenta a raíz de la crisis financiera de 2008 y no empieza a reducirse hasta seis años después. Ahora es ligeramente inferior a los valores iniciales de hace quince años, probablemente porque ha mejorado la situación de la franja con menores ingresos fruto de la disminución del desempleo y de la revalorización del salario mínimo. Como miembros de la Europa occidental, nuestro coeficiente es moderado en términos internacionales aunque aún más elevado que el de los países nórdicos, paradigma de la igualdad en el contexto de las economías avanzadas.