Artículo extraído del diario de un tendero del siglo XXI:
"Antes de los años ochenta a los comerciantes nos trataban como a los ricos del pueblo. A partir de entonces nos ubican dentro de las clases medias o altas. Ahora no sé muy bien donde estamos: pero seguro que ni en un sitio, ni en el otro.
Mis tatarabuelos firmaron las Bases de Manresa en 1892; eran mayoría tanto entre los redactores del documento fundacional de la constitución regional catalana, como de los representantes de las asociaciones que proclamaban el texto fundacional del catalanismo político. En los años 80 y 90 nos llamaban para elegir a los alcaldes. Ahora me encuentro peleándome con el ordenador para conseguir que los clientes que vienen a la tienda me puedan comprar a través de internet, es decir, que no se vayan a cualquier plataforma o al primero que le ofrezca lo mismo que yo.
"En los años 80 y 90 nos llamaban para elegir a los alcaldes. Ahora me encuentro peleándome con el ordenador para conseguir que los clientes que vienen a la tienda me puedan comprar a través de internet"
Mis padres me dejaron un establecimiento limpio y en perfecto estado. Los dos bajaban juntos cada mañana a levantar la persiana. Mi madre subía un rato antes a mediodía para hacer la comida, y por la tarde para preparar la cena. Digo que bajaban porque vivíamos en la planta superior del edificio que era nuestro.
Hice carrera, pero nunca la ejerci; mi determinación era entrar a trabajar con mis padres en la tienda. La haría grande. La hice grande: apertura de dos establecimientos más en poblaciones próximas e incluso había una en Barcelona que me hacía un guiño; redefinición del espacio de venta y del escaparate; ampliación del portafolios de los productos más vendidos; y participación en una sociedad de compras -la base principal del negocio es comprar barato, nos decían-. Mi mujer y yo, y los empleados que hemos seleccionado cuidadosamente, tratamos a los clientes primero como si fueran los que siempre tienen razón, después como reyes, y desde hace un tiempo, intentando provocarles una buena experiencia de cliente.
Aunque se diga lo contrario, los tenderos luchamos contra el franquismo; es verdad que somos un colectivo conservador, nunca hicimos una huelga, a pesar de que un par de veces me obligaron a cerrar la tienda por imperativo gubernamental; esto no quiere decir que no nos movamos.
El Banco de los Comerciantes
El hito máximo del poder del comerciante llegó en 1980. Estaba decidido que el Banco de Girona se convertiría en el Banco de los Comerciantes. Las acciones no fueron baratas, a 1.750 pesetas cada una -algo más de diez euros-, pero merecía la pena invertir por el comercio y por el país. Doble orgullo.
El 30% del nuevo banco estaría soportado por Banca Catalana, lo cual era motivo de tranquilidad para todos, porque era el décimo grupo bancario español y el primer catalán con 352 oficinas, unos depósitos de 1.600 millones de euros, un cinco mil empleados y oficinas en París, Londres y México. Yo formaba parte de los 12.000 comerciantes implicados en la operación. Todo era alentador. Algunas reuniones, recuerdo, se acababan con el canto de Els Segadors. Menos de veinticuatro meses después, Banca Catalana hizo suspensión de pagos. Todo se fue a pique. Aquellas acciones adquiridas todavía traen dolores de cabeza a algunos comerciantes que participaron cuando alguna nueva operadora adquiere la cartera de deudas no cobrados.
"Pude organizar mi tiempo a tercios: uno en la tienda, otro a temas de asociacionismo comercial y el último a la sociedad"
Siempre he sido fervoroso promotor del asociacionismo entre nosotros. Cuando mi padre me traspasó la tienda impulsé muchas iniciativas locales, comarcales e incluso nacionales. Todo iba bien. Compraba las mercancías a buen precio y aunque al comienzo llevaba una contabilidad nada homologable -cogíamos dinero de la caja cuando lo necesitábamos-, a finales de año el balance era positivo. La familia aumentaba el patrimonio. Yo pude organizar mi tiempo a tercios: uno en la tienda, otro a temas de asociacionismo comercial y el último a la sociedad. Abríamos y cerrábamos a la misma hora. Hasta el 2004 cuando el Estado implantó la libertad de horarios; la Generalitat ha aguantado lo que ha podido, pero el peso de los grandes y de internet nos ha dejado sin margen de maniobra sin saber qué hacer; la experiencia me dice que tengo que abrir cuando le va bien al cliente y bastante.
Imposible competir con las rebajas permanentes
Antes no era partidario de la conversión de las calles comerciales en zona de peatones, el mío el primero; después me he dado cuenta que los clientes pasean y compran más tranquilos si no pasan coches. Cuando el de Amazon nos vino a ver para negociar colectivamente la venta de productos nuestros a través de su plataforma, lo vimos muy claro: el futuro pasa porque puedas vender tu producto en cualquier lugar del mundo, nos repetían. Así lo creímos... hasta que poco tiempo después nos dimos cuenta que no rentabilizaban ni la cantidad que habían avanzado mientras ellos ganaban siempre.
En mi pueblo celebramos el inicio del milenio como el comienzo de la mejor época del comercio de toda la historia; eran fiestas de Navidad y los tenderos nos lucimos y en el pueblo todo el mundo lo reconoció. Bien es verdad que fue el comienzo de la caída. El primer dolor de cabeza fue el low cost: No sabía cómo competir. Peor después con las rebajas continuadas. El experimento de ofrecer descuentos más o menos permanentes era un fracaso porque perdía margen en la mitad de las operaciones; intento que los clientes me valoren por el producto, por el servicio, por el entorno y no por el precio.
"En mi pueblo celebramos el inicio del milenio como el comienzo de la mejor época del comercio de toda la historia, pero bien es verdad que fue el comienzo de la caída"
Mi hijo ha hecho carrera. Como yo. Pero él no quiere saber nada de la tienda y estoy contento. He tenido que cerrar dos de las tres, quedándome sólo con la de mis padres. A mi lado, en mi misma calle, han cerrado tres de cada diez tiendas. Diga lo que diga el artículo 32.2 de la LAU, en vez de aumentar los traspasos se han reducido a la mitad. Yo aguanto, aunque no sé si la acabaré vendiendo; un amigo inmobiliario me llama cada dos por tres ofreciéndose a construir pisos a cambio de darme el ático.
Como colectivo no somos irrelevantes, pero ya no es el mismo, como cuando en el siglo pasado mi padre y yo éramos consultados para hacer las candidaturas a alcalde o para presidir las numerosas sociedades cívicas del pueblo en las cuales participo, que ahora ya no son tantas".