La intensa y prolongada sequía ha propiciado una lógica preocupación a los diseñadores de políticas. Tal como ocurre a menudo, frente a problemas complejos se buscan soluciones simples y esta parece que ha sido la vía escogida. En los últimos días he oido varias veces, desde posiciones de la Administración Pública y desde opiniones profesionales consideradas cualificadas, que no tiene demasiado sentido sostener la agricultura, un sector con un PIB insignificante (1,1%) cuando estamos en un mercado global y nuestra pertenencia a la Unión Europea garantizan el abastecimiento alimentario. El argumento es contundente. Disponemos de poca agua y un sector que representa el 1,1% de la economía usa más del 70% del agua para el regadío, cuyo 50% se hace por riego de inundación, es decir, con un riego ineficiente. Mucha agua para tan poco PIB, según se nos dice.
Así, para compensar la falta de agua, se han limitado drásticamente las dotaciones de los principales canales de regadío. Mientras, en sentido contrario, desde los órganos competentes se han tomado decisiones para garantizar al turismo (que sí aporta PIB) el abastecimiento de agua con consumos elevados sin problemas y se ha propiciado que la sequía en la ciudad pasara casi desapercibida. Son decisiones territorial y sectorialmente desequilibradas. Hay que pensar que éstas responden a desinformación sobre el rol del agua, materia prima para producir alimentos, y sobre el valor de la producción de alimentos. La impaciencia para encontrar soluciones, nos ha hecho descuidar leer bien las estadísticas.
El PIB de los sectores productivos
El sector agroalimentario (industria más primario) representa el 4,11% del PIB de Catalunya, un dato que está por encima de los otros sectores manufactureros. La industria alimentaria sin el sector primario representa el 3,02% del PIB, un porcentaje igualmente por encima del resto de sectores manufactureros. Los sectores que más se acercan a esta cifra son el de fabricación de material de transporte (industria automovilística) con un 2,18% y la industria química con un 2,11%.
Es disfuncional separar sector primario de la industria agroalimentaria
Sin embargo, tal y como señala la ilustración 1, una mayoría de sectores industriales tienen un porcentaje del PIB inferior al del 1,1% de la agricultura. Son los siguientes sectores: industrias extractivas, textil, madera y papel, artes gráficas, caucho y plásticos, productos minerales no metálicos, metalurgia, productos informáticos y electrónicos, fabricación de maquinaria, fabricación de equipos eléctricos, muebles y reparación e instalación de maquinaria, captación, potabilización y distribución del agua. Por coherencia con el argumento de la insignificancia del PIB agrario, deberíamos afirmar que todos estos sectores son insignificantes. Así a cualquier Presidente del Gobierno estos sectores no le deberían importar, lo podríamos comprar todo fuera. Por la misma regla de tres también podríamos añadir al saco de los insignificantes la energía que solamente representa el 1,6% de nuestro PIB. En resumen, Agua, Energía y Agricultura son sectores con PIB insignificante. Lo que tenemos que hacer, según parece, es centrarnos en el turismo y olvidarnos de producir nada, no producir ni ropa, ni muebles, ni casi nada de nada, sin agua, sin electricidad y sin alimentos. Somos ricos y lo compraremos todo fuera.
Desearia poner en evidencia la debilidad de los argumentos de los defensores de la tan repetida poca importancia del PIB de la agricultura, un dato totalmente sacado de su contexto y carente, por tanto, de comparación con los demás sectores. Esta opinión que desprecia a la agricultura, ampliamente asumida por la cultura local, es la que está justificando que no se considere el impacto de sustituir la agricultura por placas solares, o bien que se permita dificultar el regadío hasta hacerlo inviable o que se promueva una visión estética del sector primario incapaz de cumplir su función que es alimentar a la población.
La cadena de valor agroalimentaria
La pregunta pertinente es: ¿dónde están los porcentajes de PIB que nos llevarían hasta el 100% del PIB de Catalunya? La respuesta no por cierta no deja de ser sorprendente: son los servicios. Hemos convertido toda nuestra actividad en servicios, de producción, de transporte, de logística, comerciales, financieros, de asesoramiento, de consultoría, de ingeniería, de abogacía, de gestión económica, controles de técnicos y de calidad, etc. Esta respuesta nos abre la puerta a la realidad de la cadena agroalimentaria.
De entrada es disfuncional separar sector primario de la industria agroalimentaria por múltiples razones. Por un lado, el pequeño campesinado a menudo añade procesos de transformación que la ubican en la industria, por otro lado, las granjas intensivas -mayoritariamente integradas- comparten, según quien sea la propiedad del integrador o el integrado la posición de industria o sector primario y, finalmente, algunas de las actividades consideradas primarias (labrar, sembrar, hacer tratamientos fitosanitarios, recolectar, etc) a menudo son llevados a cabo por empresas de servicios. Es más, algunos campesinos han preferido ser considerados empresa de servicios para huir de la denominación "campesino", a menudo maltratada por la cultura urbana.
Desde diferentes fuentes se ha pretendido analizar el valor añadido del sector agroalimentario incorporando los servicios directamente relacionados. Los datos son muy diferentes según los diferentes criterios metodológicos empleados, en cualquier caso los datos oscilan entre el 11% y el 15%. Este sector agroalimentario de Catalunya es el primer sector productivo y el tercer sector exportador. Más allá encontramos los servicios logísticos, de transporte, de distribución mayorista, de distribución minorista y de restauración hasta llegar al consumo en el hogar y en el restaurante.
A pesar de que Catalunya tiene una balanza comercial exterior equilibrada cuenta con un bajo grado de autosuficiencia alimentaria
Según la estructura del IPC de 2023. El consumo de alimentos y bebidas no alcohólicas alcanza el 19,5% de nuestro consumo, las bebidas alcohólicas el 4% y hoteles y restaurantes el 13,2%. Lógicamente deberíamos restar el consumo a hoteles; no dispongo del dato desagregado pero estimando que el consumo en restaurantes es superior al de los hoteles podríamos inducir que el consumo alimentario se acerca a un tercio de la totalidad de nuestro consumo.
Alimentarnos de fuera o producir aquí? Offshoring o reshoring?
Catalunya forzosamente debe enmarcar su abastecimiento alimentario dentro del mercado global, su reducida superficie cultivada per cápita (la mitad de la media europea y mundial) le obliga a llenar su despensa contando con lo que producen otros. Catalunya importa, sobre todo y por orden, del resto de España, Francia, otros países de la UE, Brasil, Estados Unidos, Argentina, Ucrania entre muchos otros. Al mismo tiempo, Catalunya se especializa en determinadas producciones de las que es especialmente competitivo y exporta, sobre todo y por orden, al resto de España, Francia, otros países de la UE, Reino Unido, China, Estados Unidos, Japón y muchos otros países de todo el mundo. En ningún caso Catalunya puede tener como objetivo un sistema alimentario cerrado o autárquico, al contrario.
Sin embargo, a pesar de que Catalunya tiene una balanza comercial exterior equilibrada, con una tasa de cobertura en 2022 ligeramente favorable (104,86%) cuenta con un bajo grado de autosuficiencia alimentaria por debajo del 50% de acuerdo con varias estimaciones. No son datos contradictorios, al contrario. Catalunya compra materias primas, lo transforma en su industria alimentaria añadiendo valor, lo que le permite exportar productos transformados con más valor. Pero el bajo grado de autoproveimiento pone la alerta ante un hipotético desabastecimiento de los mercados. ¿Es esto posible? La sequía era inesperada pero fue real. Llevamos en los últimos quince años una sucesión de fuertes disrupciones en los precios de los alimentos que han provocado guerras y hambre, con el cambio climático entre las causas. Todo esto es una seria advertencia. Choques graves de oferta vinculados a disrupciones geopolíticas o a consecuencia de fenómenos meteorológicos extremos provocados por el cambio climático son posibles e incluso probables. Solamente hay que recordar las tensiones en las cadenas de abastecimiento del Covid y la alerta alimentaria provocada por el comienzo de la guerra de Ucrania, momento en que la palabra racionamiento alimentario se convirtió en una posibilidad.
A finales de los años ochenta el mundo abrió todas las puertas a la globalización y el offshoring se convirtió en consigna en las políticas industriales. Así convertimos a China en el gran proveedor del mundo. La crisis de 2008 ya creó serias dudas sobre la conveniencia de tal estrategia. Sin embargo la Covid nos abrió los ojos definitivamente cuando muchas de las cosas imprescindibles en aquellos momentos tenían que esperar su abastecimiento de una China bastante ahogada en su propia problemática. Desde entonces las políticas industriales vuelven a mirar hacia casa. Reshoring es la nueva palabra del momento. Pero, en el tema de los alimentos las respuestas comerciales en momentos de crisis son mucho más contundentes. Estamos acostumbrados a ver camiones españoles parados por campesinos franceses, pero mucho más graves han sido las respuestas ante las crisis de precios de los últimos quince años. El cierre de fronteras o limitación de comercio es la primera medida ante un repentino problema de oferta que pueda afectar al abastecimiento del mercado propio.
Al mismo tiempo, las consecuencias del desabastecimiento alimentario provocan respuestas políticas y sociales de la máxima gravedad. Recordemos cómo el incremento de precios del trigo provocado en 2010 por altas temperaturas sostenidas en Rusia, que afectó a su cosecha, fueron la chispa de las guerras del Norte de África, de las que todavía tenemos las consecuencias de inmigración y renacimiento de la extrema derecha.
Nuestro paisaje es la expresión de lo que y de dónde comemos
Ciertamente, la prudencia nos hace pensar en tener parte de la despensa alimentaria muy cerca, pero hay otros argumentos importantes:
- La agroalimentación es un sector económico importante. – Desconsiderar la importancia del primer sector productivo no parece una opción acertada. Un reciente estudio de Carme Poveda señala la baja dependencia del sector agroalimentario de consumos intermedios del extranjero en relación a la producción alimentaria interna, que se fija en un 13,8%. Dato que indica cómo los inputs primarios internos son decisivos para el sostenimiento de la industria. Por ejemplo, la aportación del sector ganadero es crítica para sostener la importante industria cárnica.
- La agroalimentación es un sector crítico.- Nadie está dispuesto a renunciar a los alimentos. La alimentación tiene una demanda fuertemente inelástica y, frente a la escasez, los precios responden con una muy alta volatilidad, con serias consecuencias sociales y políticas, tal como hemos expuesto algunos ejemplos.
- La agroalimentación es un sector anticíclico.- Durante la crisis de 2008-2014 el sector agrario incrementó su empleo, actuando como sector refugio. Al mismo tiempo la industria alimentaria mantuvo invariable su producción. Muy al contrario de la mayoría de sectores que sufrieron fuertes pérdidas. Disponer de un sector agroalimentario fuerte es un cojín amortiguador importante en situaciones de ciclo económico recesivo.
- La apuesta por la proximidad y la frescura tiene un valor medioambiental indudable.- Valor medido en reducción muy importante de emisiones de GEI por disminución del transporte y de las cadenas de frío.
- La producción alimentaria dibuja nuestro paisaje.- Tal y como afirma Abel Mariné nuestro paisaje es la expresión de lo que y de dónde comemos.
- La producción alimentaria sostiene la población rural.- La agricultura y la actividad forestal llegan a todos los rincones del territorio, fijando la población y aportando servicios sistémicos contra la degradación y los incendios.
- No estamos solos en el mundo y tenemos responsabilidades.- No estamos ganando la guerra contra el hambre, a nosotros nos corresponde aportar producción. Hay que ensanchar la capacidad productiva en la medida de lo posible tal y como viene reclamando la FAO desde hace años.
- Desconsiderar la agroalimentación y hacerla más dependiente del exterior es simplemente un mal negocio.- Se ha comentado la importancia del consumo en nuestro gasto y hemos visto los últimos quince años cómo los precios de los productos más importantes pueden doblarse y casi triplicarse. Eso ya lo hemos visto. Duplicar o triplicar nuestra factura de importación de alimentos en un momento de crisis, cuando sabemos que estos son la tercera parte de nuestro consumo, no parece que sea un buen negocio.
Es curioso que el primer sector productivo de Catalunya, un sector crítico como el agroalimentario, sea considerado el pariente pobre de nuestra sociedad. Una afirmación que a pesar de ser negada es patente a partir de las decisiones políticas que se toman y de las palabras que se dicen. La gran transformación verde deberá tener al sector agroalimentario como el principal aliado. Es hora de que nos demos cuenta de ello. Hay que dar un golpe de volante a las políticas y a la cultura sobre el desafío verde. Debemos dejar de lado esteticismos que obstaculizan las soluciones y abordar con seriedad el gran problema del cambio climático y la sostenibilidad con medidas efectivas e innovadoras. En este esfuerzo la agroalimentación tiene un papel muy relevante.