La riqueza de un país se mide por la manera de cómo trata a sus empresas y muy especialmente a sus pymes.
No tiene ningún mérito tratar a cuerpo de rey a las grandes corporaciones o multinacionales. No lo necesitan. Son lo suficientemente potentes para imponer sus propios criterios a políticos que en su mayoría, nunca han puesto los pies en ninguna empresa, salvo de visita protocolaria.
El sistemático maltrato que los sucesivos gobiernos se empeñan en desarrollar dice mucho de la total ignorancia y desconocimiento que representan las pymes para consolidar la riqueza de cualquier país que pretende ser económicamente fuerte. España ocupa los primeros puestos de ese maltrato empresarial.
Quienes me conocen y conocen mi trabajo, saben que soy un ferviente defensor de las pymes a las que dedico la mayoría de mis consultorías. "Un empresario es aquella persona que emprende cada día", decía Agustín Argelich en un tuit. Por eso, tratar de tú a tú con ese empresario que cada día arriesga su patrimonio para llevar adelante un proyecto, es la fuente de riqueza que nunca te enseñarán en ninguna escuela de negocio.
Las pymes, empresas de menos de 250 trabajadores en la que debemos incluir a los autónomos, representan el 99,8% del tejido económico de cualquier país europeo. Según datos del ministerio de Industria, a fecha de febrero 2022, el tejido económico español era el siguiente.
Si miramos el empleo generado por las pymes, su relevancia e importancia salta a la vista. Más de un 64% del empleo total está generado por ellas.
Y a pesar de estas cifras, nada se hace, nada se piensa para favorecerlas. Todo lo contrario.
Las pymes cohesionan un país. No saben de ingeniería financiera, de sucursales offshore o de cuentas en paraísos fiscales para evadir impuestos. En su gran mayoría juegan en casa, participan y reinvierten en la sociedad, haciendo progresar a su población, creando puestos de trabajo locales y riqueza en el propio territorio. Pero a ningún gobernante le importa eso, salvo en periodo electoral.
La imagen errónea del empresario explotador que la sociedad ha cultivado en la conciencia colectiva demuestra que, en su mayoría España nunca ha sido un país con mentalidad emprendedora
La fiscalidad española busca inexorablemente perseguir, castigar y fustigar a las pymes, que cada año se ven inmersas en montañas de papeleo inútil con procedimientos absurdos, obligándolas a destinar recursos en tareas que no aportan ningún valor y que estarían mejor invertidos en mejorar e innovar. El sistemático control llevado al extremo por una maquinaria fiscal que tiene mucho de inquisición y poco de amigable, no es el mejor marco para atraer y favorecer la creación de empresas.
Los gobiernos no crean empleo, ni crean riqueza. Crean funcionarios y tecnócratas obsesionados con normalizar hasta el aire que respiramos. Son una lacra que en España crece sin control generando montañas de gastos inútiles.
Son las empresas las que crean empleo, generan I+D, investigan nuevos productos, abren nuevos negocios. La imagen errónea del empresario explotador que la sociedad ha cultivado en la conciencia colectiva demuestra que, en su mayoría, España nunca ha sido un país con mentalidad de emprendedores, dispuesta a apoyar a sus empresas, a sus empresarios. Y es una pena, porque este país tiene talento, imaginación y recursos suficientes para estar entre los primeros.
Hoy, tener o crear una empresa en España es entrar en una dimensión desconocida. Es un laberinto con centenares de trampas ideadas por tecnócratas aburridos, reglamentaciones absurdas, procesos artificialmente complicados que acaban desanimando al más valiente. Es significativo que en los últimos años, he tenido muchas consultas de cómo crear una empresa en los Países Bajos o en el Reino Unido, donde la simplicidad es ley.
Las últimas normativas españolas parecen sacadas de una película de los Monty Python. Harían reír si no tuviesen repercusiones directas sobre la eficiencia de las pymes. Unas normas contra las que nadie parece revelarse más allá de unas declaraciones políticamente correctas que no importan a nadie.
Pero no solo los gobiernos son responsables de esa estigmatización de las pymes. De un tiempo a esta parte, asisto atónito a la culpabilización de las pymes por no ser innovadoras, por ser demasiado pequeñas para ser competitivas, por no abrazar ciegamente las nuevas tecnologías, por no entrar en la IA, en la industria 4.0 o el metaverso.
Nada está pensado para las pymes. Ni la mayoría de las consultoras, ni las formaciones ni los sistemas informáticos. Nada
Una nueva casta de evangelizadores de la hipertecnología completamente desconectados de la realidad de ese 99% de la economía. No todas las empresas necesitan innovar, ni incrementar su productividad, ni estar hiperconectadas, ni vivir en Matrix. Muchas de ellas sobrevivirán, crecerán y se consolidarán sin tanta tontería algorítmica.
Las grandes escuelas de negocios son otro elemento clave a la hora de ignorar, minimizar y desacreditar el papel de las pymes. La mayoría de ellas se dedican a formar esa nueva casta de CEO tecnológicos que acaba despreciando todo aquello que no sea Blade Runner o Star Trek. Nuevos CEO con tanta tecnología que se han olvidado de que las empresas son, ante todo, personas. Quizás, por eso, el 99% de los alumnos de esas escuelas de negocio se desviven para entrar en alguna multinacional y nunca pisarán una empresa de verdad.
Nada está pensado para las pymes. Ni la mayoría de las consultoras, ni las formaciones ni los sistemas informáticos. Nada. Suelen ser productos pensados para las grandes empresas y que se intentan adaptar para las pymes aunque sin mucho éxito porque no fueron pensados ni creados para responder a la realidad de este tipo de empresas.
La gestión de la pandemia ha sido un verdadero desastre para ellas que han sufrido, como ningún otro colectivo, los estragos de decisiones gubernamentales tan autodestructivas como inútiles y que hoy se han sentenciado como anticonstitucionales. Cerrar la economía a cal y canto no era la solución, como lo demostraron otros países, y más, sin tener los recursos necesarios para sostener económicamente esas decisiones.
Contrariamente a países como Países Bajos, Alemania, Francia, Inglaterra entre otros, España no ha hecho nada para salvar a las pymes, fomentando, por activo o por pasivo, el cierre de miles de ellas.
El futuro de cualquier país lo construye sus pymes. Por eso cuantas más pymes se puedan crear, más riqueza real podremos generar
Las pymes suelen encontrase solas ante los peligros. En España, no existe un contrapoder empresarial capaz de enfrentarse a una administración que ejerce un poder cada día más invasivo e inquisidor que sería impensable en otros países de nuestro entorno. La mayoría de las patronales parecen haber tirado la toalla, concentradas en hacer declaraciones institucionales sin consecuencias apostando por el eterno “dialogo” de sordos en lugar de enfrentarse al estado. Es imposible defender derechos solo dialogando cuando al final, siempre es el mismo que tiene que asumir los sacrificios. El empresario de pyme.
Aunque me consta que algún presidente de una patronal catalana está trabajando para cambiar esa inercia, la mayoría de las organizaciones han perdido el contacto con la realidad de un empresario que cada vez se siente menos representado por ellas. El políticamente correcto made in Spain, las fotos con el ministro de turno que nunca ha trabajado en su vida, y menos en una pyme, a quien le importa muy poco la realidad empresarial, y que solo viene a cumplir con el expediente, no debería ser aceptado por una patronal cuya única razón de existir es defender a empresarios.
Cada año, tenemos los mismos problemas sobre la mesa, las mismas demandas incumplidas y las mismas reivindicaciones. Lo único que cambia es el ministro de turno que, como siempre, hará promesas que no cumplirá.
“Cuando las leyes son injustas, la desobediencia es un derecho que hay que ejercer” decía M. Luther King.
Las pymes son el futuro de cualquier país. Por mucho que últimamente los gobiernos se empeñen en destruirlas, trabajando duro para dejar nuestras necesidades en manos de los grandes monopolios corporativos, las pymes nunca morirán si no dejamos que las maten.
Hace diez años escribía en la revista del Vallès un artículo titulado “SOS Pymes”. Las cosas no han cambiado. España sigue demostrando cada día que no le gusta las pymes. Los gobiernos de esa nueva casta de una izquierda “desilustrada” sueñan con imponer un paternalismo enfermizo, invasivo y destructivo, que nos venden como economía del bien común, circular u otras “papanatadas” sin consistencia. Por eso les encanta moverse entre grandes corporaciones a las que favorecen de manera injustificada e injustificable esperando obtener un futuro puesto en algún consejo de administración.
No podemos dejar que esto ocurra. El futuro de cualquier país lo construyen sus pymes. Por eso cuantas más pymes se puedan crear, más riqueza real podremos generar.