Subiendo la Pica de Estats, mi hija de, entonces, 13 años, en un descuido, dejó caer la mochila (imprescindible para hacer noche en el lago de Estats). Su reacción fue ponerse a llorar desconsoladamente. Yo le dije: "Alba, ahora no es momento de llorar, es momento de ir a buscar la mochila". Unos cuantos años después me recordó este hecho con agradecimiento. En el año 2006 el informe de Nicholas Sterm nos abrió los ojos al indicarnos que el cambio climático tenía una lectura impactante en forma de costos. Ahora han llegado los costes. No hemos sido previsores, pero es necesario que seamos valientes en las soluciones. Estamos en medio de una impactante sequía, pero ahora no es el momento de recordar las críticas que fácilmente podrían hacerse, ahora es el momento de ir a buscar la mochila.
Todos los sectores tienen hoy la capacidad, a corto plazo, de reducir consumos
Casi todos los sectores de nuestra economía están afectados. Lógicamente, la población en general por el suministro vital y sanitario, pero también el turismo, el deporte, la industria, el abastecimiento de energía hidráulica, el abastecimiento de alimentos y el sostenimiento de los ecosistemas naturales. De igual manera, todos los sectores tienen hoy la capacidad, a corto plazo, de reducir consumos. Y todos ellos, tienen la posibilidad de acometer actuaciones estructurales a largo plazo para reducir consumos y mejorar las disponibilidades de agua.
¿Y si hoy fuera 2018?
La mejor manera de mirar lejos en este tema es situándonos cinco años antes, pero como si entonces supiésemos con seguridad que en el año 2023 tendríamos una sequía nunca vista. ¿Qué deberíamos haber hecho? O, simplemente, ¿qué podríamos haber hecho para dar respuesta a una posible pero muy previsible gran sequía? Algunas de las opciones que se detallan ya están en la agenda de actuaciones, pero seguramente ha faltado intensidad y convicción.
• Deberíamos haber reforzado nuestra conciencia sobre el problema y deberíamos haber evitado el cortoplacismo de nuestras tradiciones políticas y de nuestra cultura ciudadana. Sin embargo, nuestros políticos son de mirada corta porque si nos hablan de costes presentes para un futuro mejor les retiramos el voto.
• Deberíamos haber incorporado el peor de los escenarios a la planificación. La pereza que hubo en tomar medidas decididas cuando el riesgo era evidente, significa que el plan de contingencia era insuficiente y poco valiente.
• Deberíamos haber actuado sobre la oferta de agua:
1. Definiendo los límites de reserva de los embalses, teniendo en cuenta, entre otros, los requerimientos del uso crítico del regadío para la producción de alimentos
2. Replanteando las políticas forestales. Con un bosque esponjado, con una gestión productiva eficiente, en el seno de un mosaico paisajístico con agricultura y ganadería, habríamos salvado los bosques de los incendios y los ríos habrían recuperado agua.
3. Sosteniendo, y en ningún caso poniendo en cuestión, los canales, los embalses y balsas que disponemos. Preservando íntegras las áreas de regadío como patrimonio clave del país.
4. Aprovechando canales, balsas y pantanos para ubicar placas solares para la producción de energía, sin comprometer el suelo agrario, y reducir la evaporación del agua.
5. Regenerando todas las aguas de depuradoras con una salida hacia la recuperación de caudales naturales y regadío de proximidad
6. Construyendo desaladoras de seguridad suficiente en las áreas de la costa.
7. Impulsando el uso de aguas grises en los edificios y locales diversos
• Deberíamos haber actuado sobre la demanda de agua:
1. Limitando la producción de electricidad a los caudales que garantizaran las reservas estratégicas
2. Transformando tecnológicamente el regadío hacia la eficiencia y la precisión.
3. Impulsando planes de reducción de consumos a industrias y establecimientos ludo-turísticos
4. Estableciendo precios más progresivos para los consumos de agua según tipos de usos, con una especial incidencia sobre los usos lúdicos
5. Limitando coercitivamente consumos excesivos
• Deberíamos haber actuado con el agua de regadío como un bien público.
• Debería haberse establecido la legislación oportuna que impidiera, más allá de la propiedad sobre los terrenos, la cesión de tierras de regadío a otros fines (placas solares, por ejemplo).
• Habría que haber orientado a los agricultores sobre las mejores opciones productivas, en busca de óptimos de productividad, consumo de agua, viabilidad técnica y económica.
• Deberíamos haber abandonado dogmatismos y adoptado las opciones menos malas pero posibles. Uno de los dogmas más resistentes hace referencia a los trasvases. En situaciones de grave sequía, la conexión entre cuencas tiene todo el sentido. Son situaciones excepcionales que deben poder ser abordadas de manera excepcional. El agua no es de nadie, no tiene propietarios, está al servicio de los objetivos generales de la sociedad. En cualquier caso, el posible trasvase excepcional para atender el área metropolitana debería proceder de la parte final del Ebro, después de que este hubiera atendido todas sus funciones y usos, cuando solamente le quedara su entrega al mar. Es la conexión menos costosa, la conexión más segura en relación con el abastecimiento, dado que el Ebro recoge agua de una amplísima cuenca, y la menos impactante en términos económicos y medioambientales. Obviamente descontando las resistencias que tal opción podría provocar.
Deberíamos haber incorporado el peor de los escenarios a la planificación
• Deberíamos haber establecido unas prioridades preparadas para el futuro en lugar de anclarlas en el pasado. Los alimentos serán el gran reto del siglo XXI, las señales hace años que las tenemos. Las cinco graves crisis de precios de los alimentos habidas en los últimos quince años nos lo advierten. La crisis del cambio climático se expresará en forma de crisis alimentaria.
¿Qué hacer cuando no hemos hecho o no hemos hecho lo suficiente lo que teníamos que haber hecho?
Hemos tardado demasiado en tomar decisiones coyunturales y estratégicas y ahora el margen de maniobra a corto plazo es limitado:
• Se deben revisar urgentemente y de manera imperativa las conducciones de agua que tienen pérdidas sin sentido.
• Se deben publicar datos objetivos sobre consumos. La información por sí sola ayuda a solucionar muchas cosas
• Ya se ha flexibilizado la PAC, pero seguramente todavía quedarían opciones para ayudar en esta situación.
• Se deberán sostener los seguros y garantizar los equivalentes a regadío, ya que al tratarse de regadío no hay seguro de sequía.
• Se deberán proveer apoyos por zona catastrófica.
Pero lo más importante es adaptar los consumos posibles a las disponibilidades excepcionales. Sin embargo, en este tema ha habido mucha pereza y falta de criterio. Todos los sectores deberían implicarse en las restricciones. Incluso el consumo prioritario, que nadie discute, que es el agua doméstica, es susceptible de medidas de limitación del consumo para que den conciencia a toda la ciudadanía de que estamos en guerra contra el cambio climático y que, de momento, vamos perdiendo. Ahora bien, siempre habrá unas elecciones que impedirán las medidas impopulares. Desde esta misma lógica electoralista, desde mi punto de vista, se han tomado decisiones dentro de una escala de prioridades inadecuada.
La sequía no nos ha cogido por sorpresa
Estábamos avisados pero no suficientemente prevenidos. Hemos estado observando cada día los efectos crecientes del cambio climático, hemos sabido de sequías históricas de las que hablan canciones y literatura, hemos conocido la sequía de 2007-2008, pero no nos habíamos preparado. Así, cuando ha venido de nuevo la sequía, de manera nunca vista, lo primero que hemos pensado ha sido destruir aún más, si cabe, nuestra producción de alimentos. En lugar de proteger la producción de alimentos en regadío, lo que hacemos es destruirlo con un discurso nostálgico sobre el secano, olvidando que el secano en sequía es el desierto y en el desierto no se producen alimentos. Desde hace 160 años por primera vez hemos cerrado los canales de Urgell. Ya compraremos los alimentos fuera. Ahora hay que esperar los precios de los alimentos, que nadie se sorprenda.
El agua, tal y como ha expuesto hace poco el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, es necesaria para sostener nuestro bienestar vital, la vida natural y nuestra alimentación. Son tres prioridades. Pero, nosotros hemos considerado que la alimentación "no nos tenía que hacer perder el tiempo". Se ha hecho lo que es más lógico desde la ignorancia cartesiana. ¿Quién usa más agua?: la producción de alimentos. Cortamos la producción de alimentos y ya no tenemos problemas de agua.
Todos los sectores deberían implicarse en las restricciones
Hace años que asistimos a un sostenido y creciente alejamiento cultural del origen de nuestros alimentos. Desde la distancia hemos podido olvidar hechos naturales elementales como, por ejemplo, que el agua es el elemento básico para producir alimentos y que esta agua, cuando no se obtiene de la lluvia, hay que transportarla a través de canales hasta aportarla a los cultivos con el regadío. Este hecho, artificial, nos provee del 70 % de nuestra producción agrícola y el 50 % de la del mundo.
Los alimentos son prioridad estratégica
Todos los países del mundo tienen como prioridad estratégica garantizar la seguridad alimentaria (food security) de su país. Para garantizarlo, obviamente, la producción propia se convierte en un activo crítico. Cataluña tiene limitaciones en este apartado del que se ha hablado extensamente en otros artículos. Pero no parece importar. Hasta el punto de que se ha construido un discurso despreciativo basado en desinformaciones relativas, por ejemplo, a la falsa edad avanzada del campesinado, a la falsa insignificancia de su aportación al PIB o al falso retraso tecnológico de las explotaciones.
En estas páginas se han desmentido estas desinformaciones, pero cabe preguntarse ¿por qué existe esta ignorancia? Las estadísticas y los datos objetivos parecen no importar. Sin duda, el sector primario ocupa una posición por encima de la mayoría de los sectores manufactureros catalanes y el sector agroalimentario (primario, más industria) ocupa una posición claramente por encima de cualquier otro sector manufacturero. El consumo de alimentos en el hogar y restaurantes representa una tercera parte de nuestra renta. Tenemos solamente una cuarta parte de nuestro territorio destinado a cultivos, de esta cuarta parte solamente un 30 % es de regadío, pero contra este limitado territorio lanzamos todas las dificultades.
Desde hace 160 años, por primera vez, hemos cerrado los canales de Urgell. Ya compraremos los alimentos fuera. Ahora hay que esperar los precios de los alimentos, que nadie se sorprenda
Destruir el sector primario es como descalzar la pieza que aguanta toda la arquitectura del sector más importante de nuestra economía. Las consecuencias previsibles serán unos precios más altos de algunos alimentos, caída de empresas agrarias, reestructuración industrial y nueva realidad más integrada con unos costes de recuperación para nuestra economía muy importantes. La decisión de cerrar los canales de Urgell ha sido precipitada y desenfocada. Ciertamente, no hay agua, pero debería haberse reforzado de manera imperativa el ahorro en zonas de costa y poblaciones con consumos altos.
El turismo puede sobrevivir con consumos de agua mucho más bajos. En referencia a las tres prioridades que señalaba Antonio Guterres se ha obviado la alimentaria. Era momento de compartir canales ecológicos con agua doméstica y alimentos. Había que buscar óptimos de consumo dentro de las posibilidades en función de estas tres prioridades, no descartar una de las necesidades. El 49% de las tierras regadas lo son con riego eficiente, a este respecto se debería haber dado facilidades al riego gota a gota (los que sí han hecho los deberes) y, según disponibilidades, al riego por aspersión. Habría sido una forma de estimular la transición a riego eficiente.
¡Estamos a tiempo de corregir!. ¡Ay no! Que vienen elecciones.