Los charcos llenan las calles de la ciudad donde vivo y siento envidia. Envidia porque aquí no valoran un agua que en casa hace tanta falta. Mi tío mira los niveles de los pantanos por quinta vez en una tarde y afirma con contundencia en el grupo de familia que ya estamos por encima del 25%. Esto no es suficiente, y todos lo sabemos, pero ha llovido tres días y ya parece que la sequía ha terminado y todos celebramos la recuperación con alegría.
Hace dos semanas levantaron las restricciones de sequía. Según el gobierno del momento era una buena noticia que había llovido lo suficiente para eliminar la emergencia y dejar algo de margen para aquellas personas que llevaban mucho tiempo en tensión por el estrés que conlleva la falta de agua. Así, 14 comarcas abandonaron la fase de emergencia en el estado de excepcionalidad, aumentando la disponibilidad de agua por habitante de 200 a 230 litros. Para los ganaderos, esto ha significado un uso del 30% contra el 50% que era hasta ahora, y del 40 al 80% en el caso de la agricultura. Para usos industriales se ha reducido del 25 al 15%. Pero para las personas que no se dedican a las palabras "emergencia" o "excepcionalidad" quieren decir pocas cosas, y el levantamiento de las restricciones unos días antes de las elecciones se han visto, para algunos, como un gesto demasiado optimista y, por otros, como un intento electoralista. El resultado, sea cual sea la interpretación, ha sido un país demasiado eufórico por su estado de sequía y una percepción generalizada de que "ya no estamos tan mal como antes". Y en un contexto como el actual esto no es solamente peligroso, también irresponsable.
Para los ganaderos, esto ha significado un uso del 30% contra el 50% que era hasta ahora, y del 40 al 80% en el caso de la agricultura
El agua está injustamente distribuida, incomprendida y mal gestionada a pesar de ser uno de los recursos más esenciales de la vida humana. A menudo, por la naturalidad que hemos adoptado respecto a su disponibilidad, no le damos la importancia necesaria ni emprendemos medidas para preservarla, valorarla y cuidarla. Así, cuando la cantidad de agua en una zona comienza a reducirse, no es hasta que llega a un punto crítico que se logra una movilización por parte de los actores clave. Las crisis del agua son un claro ejemplo de las crisis lentas, ya que comienzan de manera casi imperceptible, pero a medida que erosionan y se necesitan en el territorio, pueden dar pie a grandes catástrofes. Hasta ahora, gobernar el agua no ha sido una prioridad en muchas agendas, y su mala gobernanza ha conducido a graves desigualdades de poder y acceso desigual en todo el mundo. Si bien los retos del cambio climático aumentarán en los próximos años, es importante construir sistemas resilientes que permitan tanto a las sociedades como a los ecosistemas establecer dinámicas sostenibles, sobre todo si hablamos de agua.
Durante dos meses recorrí Ciudad del Cabo de arriba abajo. Hablé con investigadoras, expertas, políticas, activistas y mujeres de barrios residenciales marginales y empobrecidos. Después de más de treinta entrevistas y de visitar algunos de los embalses de la ciudad, así como el lugar que albergó en su día algunos de los proyectos de la desaladora que debía solucionar la sequía que casi lleva a la ciudad a la ruina. Entre los años 2015 y 2018 Ciudad del Cabo fue reconocida como la ciudad que superó una sequía, pero sus habitantes saben que no fue ni por buena gestión ni por benevolencia divina, sino más bien por los pelos y con bastante gracia. Y pronto la ciudad fue el ejemplo patente de que las crisis de agua, más que ser momentos de excepcionalidad, son catástrofes lentas.
Es importante construir sistemas resilientes que permitan tanto a las sociedades como a los ecosistemas establecer dinámicas sostenibles
Una catástrofe o un desastre lento es un marco teórico utilizado para describir aquellos conflictos ambientales que, más que entender un recurso natural como una entidad inertes que puede resolverse con una medida técnica o un conjunto de medidas, lo entiende como un fenómeno complejo construido a la intersección entre sistemas naturales, imaginarios culturales e intereses sociales, políticos y económicos a lo largo del tiempo. La conceptualización de los desastres lentos es bastante nueva en el ámbito académico, pero tiene un gran potencial explicativo de los conflictos ambientales (Joyner & Orgera, 2013; Shepherd, 2019; Knowles, 2020; Millington & Sheba, 2021, entre otros). La mayor aportación del término es el añadido de lentitud, que permite entender el conflicto en cuestión no sólo como una víctima del cambio climático o la gestión de los recursos, sino como un problema técnico que se puede resolver con un conjunto técnico de medidas.
Este enfoque teórico innovador aporta algunos beneficios para la comprensión y conceptualización de los desastres climáticos, de los que los tres siguientes representan sus contribuciones más relevantes. En primer lugar, los desastres lentos ponen de manifiesto la variable crucial que constituye la historia para entender las causas y las implicaciones de un conflicto ambiental. En segundo lugar, se centran en cómo las desigualdades persistentes y la opresión en un sitio concreto son clave para entender qué está pasando. Y tercero, como no suelen ser sólo los aspectos relacionados con el cambio climático, los que generan un conflicto ambiental. Sin embargo, un enfoque de desastres lento también plantea dificultades para fomentar la planificación proactiva y la inclusión de las comunidades, ya que el impacto se realiza, tal y como expone Joyner y Orgera (2013), "a lo largo de años y décadas en vez de unas pocas horas o días". Por ello, este planteamiento puede permitir a los analistas e investigadores profundizar en los efectos que el conflicto ambiental ha tenido y sigue teniendo en el territorio y en la vida de su población.
La conceptualización de los desastres lentos es bastante nueva en el ámbito académico, pero tiene un gran potencial explicativo de los conflictos ambientales
Para construir soluciones es necesario tener primeramente una visión, una estrategia de gobernanza. En esto vamos muy tarde, pero en este mismo punto también encontramos una oportunidad: si conseguimos gobernar el agua en una región como Catalunya, si conseguimos articular soluciones innovadoras, podemos liderar una transformación sistémica que abarque nuevas formas de gestionar nuestros bienes comunes y adaptarnos a una crisis climática de la que ya no tenemos escapatoria. El agua se presenta así como un primer momento de respuesta política, económica y social a una crisis planetaria, que puede suponer un primer paso firme para la búsqueda de soluciones climáticas.
Una parte de este artículo se encuentra publicado en un informe que se presentará en breve.