No son solo los salarios bajos y los horarios intensos lo que ha dejado tantas vacantes en el sector servicios, principalmente en el turismo. El secretario de Estado de Ocupación, Joaquim Pérez Rey, ha hecho un Biden diciendo que si los hoteles y restaurantes pagaran más -y permitieran unas jornadas laborales más conciliadoras y resolvieran los elevados precios de los alquileres- no tendrían falta de personal de servicio. Aunque es indispensable que estos profesionales reciban salarios más dignos, esta interpretación se queda corta, porque esto viene de lejos: el desprestigio histórico de la profesión del contacto con el cliente ha hecho mella; con la pandemia, muchos supieron bien pronto que el sector no sería como antes y que menguarían los puestos de trabajo. La emigración hacia otros trabajos se les presentaba como la mejor salida. Probablemente, sin retorno. Con las políticas restrictivas de mano de obra internacional, no sabemos ahora qué personas harán la reposición.
Primera constatación: aquí, de momento, no se está produciendo la renuncia masiva y el abandono de los puestos de trabajo, como ha acontecido en los meses post-pandémicos en Estados Unidos; la tasa de paro del 3,6%, que no llega ni a poderse denominar técnica, no tiene nada que ver con la nuestra, 13,65%. La mayoría de los trabajadores de USA tiene la certeza de poder encontrar otro trabajo al día siguiente de despedirse. Este hecho les da una seguridad de la cual no pueden disfrutar los de aquí, que se enfrentan a una gran incertidumbre si se van. El abandono masivo del puesto de trabajo en Estados Unidos es previsiblemente coyuntural y actúa como un efecto de descompresión después de la pandemia; ya veremos la evolución de aquí a cinco o seis meses. Por el contrario, el ritmo de la revolución digital allá permite prever que, con la autoreciclaje y la autoformación a la cual están acostumbrados históricamente los norteamericanos, los que abandonan los puestos de trabajo actuales dispondrán de mejores condiciones de encontrar uno de mejor.
Segunda constatación: en nuestra casa, con tres millones de parados que cobran prestación de desocupación, las ofertas del sector servicios no encuentran candidatos. Ni colas ni aludes para ofrecerse y ganar el trofeo en el sector económico que más empleo ofrece, el 8,3% del total de los puestos de trabajo. Aquí las expectativas de la digitalización y el plan de choque formativo en las empresas y en la población en general avenzan slomo, con la condición sine qua non de que sea la iniciativa pública quien tome la iniciativa. Los trabajadores que huyeron del sector servicios se han buscado la vida en otros sectores, dado que no disponen de ninguna alternativa mejor.
Las ofertas del sector servicios no encuentran candidatos
Y tercera constatación: frenan los grados de FP, las facultades de Turismo y la formación directiva en la materia. Es una mala señal en un país donde hasta hace poco el turismo aportaba en torno el 13% del PIB.
Bajo prestigio
¿Por qué en este contexto el sector servicios, y en concreto el turismo, se sitúan al límite de no poder satisfacer las demandas que presentan las empresas en los meses próximos? Por una razón muy clara: aparte de la baja remuneración, trabajar en el sector da poco o nulo prestigio social. A comienzo de los 2000, realizamos unas encuestas para conocer el grado de complacencia profesional en el turismo: solo los directores de hotel se sentían lozanos de su trabajo; el resto, sin excepciones, lo contemplaban aburrido y abominaban su tarea. Desde entonces hasta ahora, no ha mejorado la relación entre los trabajadores y su puesto de trabajo. El tiempo del virus ha permitido muchas horas de reflexión; entre ERTE y ERTE, la decisión de abandonar ha sido una consecuencia razonada.
El prestigio de una profesión tiene que ver con el valor que refleja la sociedad. Pues bien, la de los servicios, y en concreto del turismo, se alaba constantemente, pero ni se remunera suficiente ni se aprecia de forma adecuada. En el nivel directivo no aparece ningún problema; la población es estable, aunque se aceleran las emigraciones a otros sectores. En el nivel medio y bajo la quebradiza es mayor. Faltan incentivos, pero sobre todo, reconocimiento profesional de la importancia de contacto con el cliente. Los emigrantes han ocupado en los últimos años los vacíos que poco a poco abandonaban, pero ahora no queda margen por la reposición. El modelo de sol y playa, la madre de todo el turismo español, era simpático en la primera época y permitía un contacto con los visitantes extranjeros ni tan estúpido ni tan candoroso ni tan servil como el que protagonizaban en las películas de la época del desarrollismo Alfredo Landa, Pepe Sacristán, Paco Martínez Soria, José Luis López Vázquez, o Laurita Valenzuela, por poner unos cuántos nombres.
De aquellas primeras épocas del turismo masivo se deriva una parte importante de la frivolidad en la construcción de la arquitectura de las empresas: mucho apalancamiento con los tour operadores, total dependencia exterior, alta estacionalidad y voluntarismo profesional. Las correcciones en el modelo, incluyendo el turismo urbano y otros, no han atacado nunca ni a la alta estacionalidad, ni sobre todo a la baja implicación de los empleados; los salarios, que siempre han estado entre los más bajos del Estado, solo son una pequeña muestra de la escasa valoración profesional. Unos cuantos esforzados han roto la norma. Han valorado realmente el talento y han repartido mejor las ganancias.
La intranquilidad la provoca el bajo interés social por el personal de contacto, que es lo que los clientes valoran más
¿Qué pasará cuando a partir del otoño 22, primavera 23, se descreme este desazón de viajar post-pandémico de ahora, espoleado principalmente por los nacionales de Japón, Estados Unidos, España, Francia, Alemania y Suiza (WEF, 2022) que encabezan frenéticamente los viajes? Los turistas postcovid tienen poco que ver con los anteriores al 2019. Son más exigentes con todo, enemigos de la masificación, más radicalmente ecológicos, más digitales, harán más viajes de proximidad y menos de larga distancia; a pesar de saber que ir de un lugar a otro será forzosamente más caro, estarán dispuestos a pagar más si hay mayor valor. Los desplazamientos por acontecimientos, congresos, reuniones y MICE se reducirán y las ciudades especializadas sufrirán para encontrar alternativas en los viajeros presenciales desaparecidos. Este panorama no tendría que preocupar desde el punto de vista de la rentabilidad de los negocios, por qué aunque vengan menos turistas, los márgenes podrán ser superiores. La intranquilidad la provoca el bajo interés social por el personal de contacto, que es el que los clientes valoran más. Por lo cual, no se trata solo de ofrecer un mejor salario, estabilidad laboral, trato social, capacidad de profesionalización y plan de carrera -que exigen un reparto más equilibrado de los beneficios- si no que la situación reclama trabajar para cambiar la imagen del sector, por prestigiar la profesión, después de tantos años de malograrla. No somos un país de camareros, como (sí/no) dijo un ministro, pero disfrutamos de las condiciones de liderazgo que nos permiten 60 años de industria turística. Atraer al mejor talento para desarrollar la tarea del contacto con el cliente es ahora la mejor inversión.