Una vez Francia y Alemania han recomendado a sus nacionales que no viajen a España, se filtrarán algunos turistas internacionales, pero menos de los previstos. Era lógico que en París y en Berlín aconsejaran de este modo, por la situación actual de la quintaola esparcida por todo el país. O es que esperábamos una cosa distinta de nuestros vecinos? Yo no envío mis hijos a un lugar donde hay verdadero peligro de embadurnarse. Ni nosotros lo haríamos si ocurriera algo a la contraria.
¿Salvar el verano por el sector turístico? Hay muchas expectativas todavía de que vengan los ingleses; no se los prohíben viajar a España y aquí no se los vallamos el paso, pero quizás habría sido mejor que los ex-comunitarios controlaran mejor a sus paisanos y mantuvieran criterios unívocos en cuanto a las medidas sanitarias en el interior de sus fronteras. Parece que tratan todos los comunitarios con el recelo del divorciado o la divorciada a los primeros momentos de la separación.
Cuando escucho las sirenas de las ambulancias en ciudad, siento como si volviéramos otra vez en su punto de partida: salvar la economía o salvar la salud? Los quince meses de la pandemia hemos dado prioridad absoluta a la segunda, intentando no hundir la primera. Más o menos. Ahora se emprende la post-pandemia. Aquí, en Francia, en Alemana, en Gran Bretaña y por todas partes. Si la primera fase ha sido larga y cruel, con cuatro millones de muertos en todo el mundo, parece que no hayamos asumido aún que hay una segunda fase que va para largo.
¿Salvar la economía o salvar la salud? Hemos dado prioridad absoluta a la segunda, intentando no hundir la primera
Analizando la curva de las últimas pandemias mundiales aparecen unas constantes que, en estos momentos, vale la pena recordar. En la primera fase, durante los meses inmediatamente posteriores, hasta que se descubre el antídoto, se produce una mortalidad elevadísima. Pero en la segunda, en la que estamos ahora, se reduce considerablemente el número de muertos, a pesar de que no cesan ni mucho menos; penetra el virus en capas inéditas de las poblaciones y en países terceros, a la vez que aparecen las secuelas, los efectos endémicos y las dolencias escondidas durante la pandemia. En fin, queda mucho trabajo por hacer. Así pasó, por ejemplo, en la gripe española de 1918, aunque la mayor parte de los 40 millones de afectados murieron en pocos meses. Lo mismo se puede decir de la gripe asiática de 1957, y la de Hong Kong de 1968, con dos y un millón del muertos, respectivamente. En el caso del VIH de 1983, que ha causado unos 35 millones de muertos, dado que no se ha encontrado la manera de defender los sistemas inmunológicos, el impacto fue impresionante en el comienzo también, pero se ha mantenido con fortaleza; más de treinta años después, a 2015, todavía murió un millón de personas infectadas del sida (Statista).
El rol de cada cual
Al emprender el periodo posterior a la crisis en el que vivimos, justo es decir que la rapidez al encontrar la vacuna ha sido un factor clave. Los científicos han trabajado de lo lindo para descubrirla y en este aspecto ha sido un paso definitivo. Los médicos y personal sanitario han aprendido sobre la marcha; el prueba-error les ha permitido praxis que han reducido sustancialmente el número de muertos y la expansión de la pandemia. Diríamos que la vertiente de la salud ha triunfado.
Donde no ha sido tanto fácil lograr el éxito ha sido en los dos estadios sociales indispensables para afrontar cualquier cataclismo. El de la gestión política y el de la ciudadanía. Por un lado, muchos políticos están preparados para actuar a posteriori: hay un problema y lo afrontan. Un número muy menor están capacitados para actuar con inmediatez, y muy pocos se han preparado para identificar los riesgos y avanzarse a ellos con planes de excepción eficaces. De este modo, en el terreno económico, nos hemos visto abocados a una gran contradicción: se ha obligado a cerrar los negocios, pero el sector público no ha aportado la cantidad suficiente de recursos para que sobrevivan las empresas. El esfuerzo de los ERTEs y de algunas ayudas directas ha equilibrado un poco la balanza, pero nada más.
Las normas tienen que ser claras y las sanciones se tienen que aplicar con contundencia
Por otro, la ciudadanía: se presenta en estos casos como el sujeto pasivo y la víctima de la situación. No tiene vuelta de hoja que los ciudadanos son los perjudicados, pero la verdad es que aquí los damnificados son todos. El derecho a protestar ante las medidas exige la misma intensidad de rigor en el cumplimiento de las obligaciones, y estamos viviendo episodios preocupantes. La reacción de la Comunidad de Madrid revelándose contra todo y contra todos; la actitud de los chicos y de sus padres a Mallorca huyendo hacia casa embadurnando por el camino a diestro y siniestro; la boda española a Italia con 40 infectados como consecuencia de los PCR falsificados; los botellones habituales de fin de semana... Sirvan estos ejemplos de irresponsabilidad grave de una parte de la ciudadanía que choca con los compromisos generales. Los errores de unos no justifican en ningún caso los posibles errores de los otros.
Nos tendremos que acostumbrar a andar durante un tiempo largo por la cuerda floja: medidas que se implantan, medidas que se retiran, medidas que se testan, y vuelta a empezar. A pesar de los cambios que se tengan que introducir y la frecuencia, las normas tienen que ser claras y las sanciones se tienen que aplicar con contundencia. Si no, la post-pandemia se alargará indefinidamente.
Y los negocios, ¿qué?. Perjudicados entre los que más, les toca la peor parte. Sus responsables están obligados a hacerle frente, con el añadido que tienen que innovar haciendo surf alrededor de los cambios de los consumidores y se tienen que adaptar adicionalmente al nuevo entorno digital. Un reto solo apto para los más trabajadores. Salvar la economía y salvar la salud a la vez es cuestión de los científicos, del personal sanitario, de los políticos y de la ciudadanía. De todos juntos.