
La verdad es que nunca hubiera ido a Sicilia por trabajo si no fuera por la insistencia del director de nuestra oficina en Palermo, quien hizo grandes presiones para que ejecutáramos un proyecto de tecnología para el gobierno regional que le parecía muy interesante. Insistió en ello. Porque esta es una de las características de los sicilianos: son insistentes. En aquella ocasión de forma positiva. El proyecto que llevamos a cabo fue tanto exitoso como provechoso.
Sicilia es una isla de unas dimensiones similares a las de Catalunya. De hecho, si la giran en el mapa y colocan Catania al norte, donde nosotros tenemos Andorra de vecina, verán que casi encaja. Es más bien sequita, con lugares verdes de una jardinería hortícola adorable tanto desde el punto de vista estético como por la calidad de los productos que allí se cultivan. Ahora bien, si la tenemos que calificar agrícolamente, podemos decir que es un granero. Fue el granero de los que la conquistaron sucesivamente, adquiriendo su máximo esplendor productivo -como casi todos los territorios del imperio- en la época de la civilización romana.
Porque la historia de Sicilia es la historia de los que han ido pasando por allí. Como todos los territorios del mundo, tuvo unos ocupantes primitivos -que son los que acostumbran a bautizar cada lugar en cuestión-. Y es así que los sículos dieron nombre a la isla. Pero esto duró hasta finalizado el segundo milenio antes de Cristo. Después la isla cayó en la órbita griega, convirtiéndose en tan importante que constituyó el centro de la Magna Grecia. Es por eso que, hoy en día, se pueden encontrar restos de aquella cultura que son mucho más significativos que los que se encuentran en la actual Grecia. Hablo de Siracusa, Agrigento, Taormina, etc. Posteriormente, vinieron los romanos que la convirtieron en una máquina fabulosa de producir harina. Entre el Imperio de Occidente y el de Oriente, Sicilia fue romana hasta el siglo IX. Este siglo fue dominado por los árabes que controlaron la isla unos cien años. Hasta que llegaron los normandos, que instauraron el Reino de Sicilia, bendecido por el Papa. Los acontecimientos llevaron a que la isla acabara bajo el dominio de Carlos de Anjou, hacia finales del siglo XIII. A partir de aquí entro en más detalles, por razones lógicas.
Llegado aquel punto -el dominio de Carlos de Anjou-, los sicilianos ya estaban hartos de la dominación francesa. Tanto que fue así, que los nobles palermitanos se reunieron en la pequeña capilla de la Martorana -que se puede visitar hoy perfectamente- y allí acordaron pedir ayuda al Casal de Barcelona -o al Rey de Aragón, como prefieran-. Los sicilianos se habían rebelado el lunes de Pascua, 30 de marzo de 1282, y provocado aquello que la historia ha pasado a conocer como “vísperas sicilianas” que, a pesar del nombre, de románticas no tuvieron nada, ya que la matanza de franceses constituyó la tónica definitiva. Incluso, de este acontecimiento, Verdi compuso una ópera. El caso es que nuestro Pedro el Grande entró en Sicilia por Trapani el 30 de agosto desembarcando posteriormente en Palermo el 4 de septiembre. La flota real estaba comandada por el almirante Roger de Lauria.
El Reino de Sicilia, ahora bajo el dominio catalán, fue siguiendo las vicisitudes que fuimos sufriendo los súbditos de este reino. Sicilia se unió al Reino de Nápoles y, con toda la mitad sur de la península italiana, formó lo que se pasó a denominar Reino de las Dos Sicilias. Y permaneció posesión española hasta que Felipe V renunció a él por el tratado de Utrecht. Poco más que decir de lo que vino después. El Reino de las Dos Sicilias quedó bajo dominio de una rama de los borbones, hasta que Sicilia fue conquistada por Garibaldi en 1860. Desde entonces forma parte de Italia.
Y si me he extendido un poco sobre la historia de esta isla es porque, si alguna vez viajan allí, se encontrarán como en casa. La historia pasada en común, sobre todo con los catalanes, ha sido larga. Paseando por las poblaciones y barrios de Palermo uno se encuentra como pez en el agua. El apellido Catalano y Catalani es bastante corriente. Y su mercado principal, en Palermo, se llama Vucciria.
Sicilia se unió al Reino de Nápoles y, con toda la mitad sur de la península italiana, formó lo que se pasó a denominar Reino de las Dos Sicilias
El siciliano, a diferencia de otros habitantes del sur de Italia es un personaje serio, a menudo circunspecto. Poco dado a gritar y al jaleo desordenado. Hacer negocios allí no es difícil desde un punto de vista formal. Las cosas se discuten de manera sensata, sin exasperaciones ni arrebatos. Todo bajo una normalidad aparente muy acusada. Aún se estila el apretón de manos para firmar un acuerdo -que después se verá reflejado sobre el papel, claro-, cosa que quiere decir que, a partir de aquel momento los tejemanejes y las posteriores interpretaciones dudosas dejan de tener lugar. Y esta sí que es una diferencia acusada respecto a los hábitos hispanos, donde la práctica habitual de la trampa hace que cualquier negociación tenga un futuro incierto.

Sicilia forma parte de la Italia pobre. La renta per cápita es de 23.000 euros (la Lombardía tiene 48.200). El peso de la agricultura es aún muy alto (un 3,5% del PIB) y el de la industria es muy bajo (9,5% del PIB). El resto se va en construcción, servicios (ya se sabe, un sector etéreo y de un gran nivel de paro encubierto), etc. Es una región fuertemente subvencionada, y las ayudas principales provienen del estado italiano -Italia es un miembro contribuyente neto de la Unión Europea, quiero decir que paga más que lo que cobra-. Esta subvención permanente de las regiones del sur de Italia han creado fuertes tensiones políticas y sociales entre el norte y el sur. Aunque nunca llegan a hacer sangre, ya que el concepto de unidad nacional está muy arraigado, por encima de todo. Conviene recordar que fue el norte el que empezó la unificación del país. Y es el norte el que manda.
El problema grave que sufre Sicilia es la arraigada mentalidad agraria, en la implantación de la cual los españoles, los catalanes, no hemos sido ajenos. Posteriormente, demasiados años bajo dominio monárquico borbónico -con las correspondientes cortes de aristócratas y otras clases improductivas- impidieron cualquier revolución industrial. Este período de abusos aristocráticos llevó a la aparición de una justicia paralela que mirara de proteger a los campesinos más desvalidos. Y es así que apareció la mafia.
Esta subvención permanente de las regiones del sur de Italia han creado fuertes tensiones políticas y sociales entre el norte y el sur
Cuando llegué por primera vez a Palermo hacía poco que habían sido asesinados los jueces Falcone y Borsellino -la autopista que une el aeropuerto con la ciudad ya llevaba su nombre-. Ellos fueron los iniciadores del proceso de desmontaje de la mafia siciliana que en las últimas décadas ha perdido su gran fuerza. A pesar de todo, llegar a Palermo y ver la prisión donde permanecen los condenados de los macroprocesos que aquel par de jueces iniciaron, causa una cierta impresión. Hablando con gente local, uno se encontraba que la mafia era, al menos cuando yo lo trabajé, un elemento de la vida cotidiana. Quien más quien menos, había ido al colegio con los hijos de algún mafioso. Todo el mundo lo sabía. Era la única manera de sobrevivir. Y si bien el estado italiano estuvo fuertemente amenazado a finales del siglo XX, hoy en día parece que el tema se mantiene bajo un cierto control.
No mucho más que decir. ¿La cocina? Excepcional. Basada en una simplicidad y una calidad del producto que se hace difícil de encontrar en otros lugares. ¿El idioma? Fácil para un extranjero que no sea italiano. Ellos lo hablan de forma un poco forzada y sin la fluidez del norte. Al fin y al cabo, el italiano florentino -el que se implantó como oficial después de la unificación- nada tiene que ver con el dialecto siciliano, que nadie más que ellos comprende. Y es que para vivir intensamente Sicilia se tiene que ser siciliano. Allí las copias aún no se han inventado.