
No era un encuentro previsible. Incluso parecía que ambos defendían los mismos colores. Pero, de repente, en una encrucijada imprevisible y perversa de la historia, Silicon Valley gana el partido a Wall Street. La primera reacción, esperar la revancha.
Sean cuales sean las interpretaciones del nacimiento de la democracia moderna, la revolución industrial fue determinante en sus conceptos básicos: consagra las libertades individuales y entre ellas la nueva manera de hacer negocios de la burguesía industrial, el liberalismo. En Estados Unidos, la firma de las diez enmiendas a la Constitución redactada por James Madison en 1791 pretende frenar el poder del gobierno federal frente a los estados con mayor ímpetu económico. En Francia, el borrador que finalmente se aprueba de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 corresponde a la pluma del eclesiástico, el Abate Sieyès -una posición intermedia entre La Fayette y Robespierre-, que reforzaba el poder de la nueva clase industrial.
Wall Street nace en el siglo XVII de la mano de la ola de emigrantes neerlandeses que crean la Nueva Ámsterdam, la cual posteriormente se convertirá en Nueva York
La democracia se abre camino glorificando la libertad que facilita al nuevo grupo dominante romper los monopolios del Antiguo Régimen y entrar en un escenario competitivo al servicio de buscar materias primas donde sea, de producir sin obstáculos, de abrir mercados y de crear relaciones directas con los compradores sin intermediarios. Liberalismo económico -al que tampoco le desagrada las posiciones monopolísticas- y democracia formal van de la mano desde el primer momento en que se desarrolla la economía moderna.
Wall Street nace en el siglo XVII de la mano de la ola de emigrantes neerlandeses que crean la Nueva Ámsterdam, la cual posteriormente se convertirá en Nueva York. Durante un tiempo es un mercado de esclavos y sede del primer ayuntamiento de la ciudad, para acabar convirtiéndose en el siglo XIX en el centro financiero donde los comerciantes y los corredores realizan sus transacciones. Aunque en el siglo XX se construyen a su alrededor algunos rascacielos que diluyen la importancia de lo que se cuece allí dentro, el distrito financiero que va desde Broadway hasta South Street y el East River es el corazón de los negocios más influyentes del mundo, y desde su balcón juró la constitución George Washington en 1789.
Así que, en 1985 las grandes empresas tecnológicas constituyen el Nasdaq 100, que agrupa las cien compañías tecnológicas más importantes del momento de hardware y software, de telecomunicaciones y de biotecnología. En 2006, cuando las tecnológicas ascienden a los primeros lugares del ranking entre las más grandes empresas del mundo dejando atrás a las alimentarias, a las industriales y al resto de los servicios, deciden ampliar el número de las compañías del índice que pasa a denominarse Nasdaq a secas, y ampliar de esta manera el liderazgo mundial, por encima del Dow Jones -índice formado por treinta compañías- y el S&P 500 -que agrupa las quinientas más representativas-. Las GAFAM -Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft- y todas las grandes plataformas están dentro. El Nasdaq es el cordón umbilical de Silicon Valley, su conexión más directa con el mundo de los negocios.
La revolución digital avanza desde entonces y los digitales tienen prisa. Hasta el punto que nos hace dudar si es el nuevo presidente de los Estados Unidos quien se ha aliado con Silicon Valley, o si ha sido al revés. No es habitual que los candidatos a presidente toquen la campana de apertura de la bolsa en plena campaña electoral como hizo Donald Trump en noviembre, ni que de repente los directivos más destacados del Nasdaq le rindan homenaje, como vergonzosamente sucedió el día de la investidura, y menos aún que los plutócratas desembarquen en un gobierno.
El mundo paralelo

El hecho es que en el mundo paralelo creado por internet y las redes sociales no encaja el perfil de la democracia formal; es una frontera a destruir. Los plutócratas de Silicon Valley -tecnofeudales, como los denomina Yanis Varoufakis en su último libro- la invocan para cargársela. Lo dijo bien claro la semana pasada en Múnich el vicepresidente norteamericano, J. D. Vance -hombre de Silicon Valley e inversor en capital riesgo-, dando lecciones de democracia a la vieja Europa.
La filosofía maga ha conseguido deslumbrar a la mayoría de los norteamericanos y, con semejantes argumentos, a una parte importante de Europa
Consideran que la nueva realidad de internet y de las redes sociales es el único espacio por donde debe transitar la modernidad -la vida económica, la vida privada, las ideas-. Y no solo eso: se debe expandir por todo el mundo cuanto antes y al precio que sea. Esta visión misionera que ha obtenido la mayoría de los votos populares conduce a destruir o desterrar todo lo que haga competencia o impida su desarrollo y dominio: los impuestos, la separación de poderes -checks and balances, los tribunales de justicia, la estructura funcionarial de los gobiernos, los atributos del estado del bienestar, la distribución de la riqueza, los medios tradicionales de comunicación, los organismos multilaterales, el cambio climático, los emigrantes, los pobres y los más débiles... Todos son enemigos de su nuevo orden mundial. La filosofía maga ha conseguido deslumbrar a la mayoría de los norteamericanos y, con semejantes argumentos, a una parte importante de Europa. Sus seguidores son las desencantadas clases medias que tocaron el cielo y han visto cómo en las últimas décadas están perdiendo una parte importante de lo que habían obtenido. Los maga se mueven muy bien en medio de esta decadencia, con sus promesas populistas, ocultando la nueva configuración social que proponen bajo el ala. La digitalización es buena en sí misma en la medida en que mejora las condiciones de las personas y de los negocios y no lo es planteada exclusivamente como negocio monopolizado por unos pocos.
No se puede negar que aunque haya sido un camino sinuoso, dubitativo y demasiadas veces contradictorio, el resultado de las políticas liberales, democristianas y socialdemócratas que configuran la Unión Europea ha ofrecido unas décadas de prosperidad y bienestar para amplias capas de la población, preferentemente las clases medias, ha avanzado en asumir muchos derechos individuales, la diversidad, y a la vez que ha conseguido reducir muchas desigualdades. Es verdad que la democracia moderna nacida con el capitalismo es un sistema perfeccionable, que requiere un gran esfuerzo respecto y confianza entre todos, asumiendo que mantenerla siempre será más caro que los populismos.