Cuarta entrega de la pequeña historia de la sociedad de consumo desde los orígenes de la humanidad hasta la ligera reactivación económica después de la pandemia, que forma parte del libro 'El Efecto Estic, Nacimiento, Ascenso y Caída de las Clases Medias' (*Profit, 2024). Esta parte pertenece a los inicios de la construcción efectiva que tienen lugar a partir de la revolución industrial hasta 1920, los Locos Años Veinte.
La sociedad de consumo propiamente dicha se estructura entre cinco momentos clave: 1800, 1920, 1950, 2008 y 2020, que marcan definitivamente el modo de vivir en Occidente. En estos dos siglos, el desarrollo económico se acelera, extendiendo el bienestar a una parte importante de la población occidental. El turismo, el ocio, el transporte y el comercio emergen como sectores clave. La digitalización y la desintermediación en el siglo XXI replantean radicalmente el consumo. La urbanización se acelera en esta época.
La sociedad de consumo propiamente dicha se estructura entre cinco momentos clave: 1800, 1920, 1950, 2008 y 2020
Internacionalización de la economía y producción masiva
La Primera Revolución Industrial, alrededor de 1800, se basa en nuevas materias primas hasta entonces poco y nada utilizadas, el carbón, el hierro, el acero y la hidroeléctrica. La máquina de vapor y la siderurgia impulsan la mecanización de las fábricas textiles, del ferrocarril y de la producción masiva, transformando la vida cotidiana. Cambia la economía rural hacia una industrializada, incrementando el PIB per cápita y modificando hábitos alimentarios gracias a la conservación y distribución masiva de alimentos, pero al mismo tiempo se introducen una serie ilimitada de nuevas necesidades en la vida cotidiana.
El capitalismo fomenta el mercado y el libre comercio, influenciado por intereses neocoloniales para acceder a materias primas y mercados globales. La expansión europea en esta época explota recursos y mano de obra en diversas partes del mundo, consolidando un sistema económico globalizado. En el ámbito internacional, el capitalismo establece las bases neocolonialistas para influir en todas las zonas del mundo a fin de mantener el acceso a las materias primas y a los mercados. El planeta ensancha sus fronteras convirtiéndolo en un espacio de intercambio global. Los exploradores y los comerciantes acceden a los lugares más recónditos de la tierra como Polinesia, el Pacífico sur, Australia, el Polo Norte y el Polo Sur, además de toda África. A partir de la revolución industrial, las relaciones entre Europa, principalmente de Inglaterra y Francia, y amplias zonas de América, África o Asia adquieren la forma de protectorado para explotar las materias primas y vender a sus habitantes toda clase de productos. Se profundiza en la globalización de la producción y de la distribución. El éxodo rural y la concentración urbana son fenómenos del siglo XIX. Grandes migraciones transatlánticas llevan a millones de europeos a América y Oceanía en busca de mejores condiciones.
Aunque las epidemias persisten, los avances médicos y las vacunas reducen la mortalidad y aumentan la población mundial. Las grandes ciudades europeas crecen rápidamente, con Londres superando los cuatro millones de habitantes a finales de siglo. De hecho, la población mundial se incrementa, aunque de forma muy dispar entre los países, un 50% entre 1800 y 1900. Las razones de este aumento de la población radican, por un lado, en las máquinas que reducen el esfuerzo humano y, por otro, en los descubrimientos médicos -vacunas contra el cólera, la viruela y otras enfermedades, rayos X y una numerosa lista de innovaciones- que repercuten en la calidad de vida de los humanos, cuando antes mermaban la población. La producción en términos de PIB, que apenas supera crecimientos del 1% desde los inicios de la era cristiana, se dispara al 30%.
Los avances industriales son más rápidos en países como Gran Bretaña, Francia, Alemania y los Países Bajos que en la Europa meridional y oriental
Los avances industriales son más rápidos en países como Gran Bretaña, Francia, Alemania y los Países Bajos que en la Europa meridional y oriental. Los comerciantes y banqueros prosperan, y la burguesía se alía con el Antiguo Régimen para consolidar el capital necesario para la industrialización. El proletariado urbano crece en número, trabajando en condiciones precarias en fábricas y talleres. Las viviendas obreras son insalubres y densamente pobladas, mientras las clases altas disfrutan de mejores condiciones. La educación pública y la alfabetización avanzan, erradicando a finales del siglo XIX el analfabetismo en la mayoría de los países europeos, excepto en países como España, Portugal e Italia.
Los métodos mecanicistas, como el taylorismo, optimizan la producción en cadena, controlan tiempos y subdividen tareas para reducir costos. La Segunda revolución industrial, entre 1860 y la Primera Guerra Mundial, trae avances tecnológicos en la electricidad, el teléfono, el transporte ferroviario, el petróleo y el acero. También se desarrollan industrias químicas y petroquímicas, se introducen mejoras en la vida doméstica, como la máquina de coser.
El salario, el salario
La combinación de producción masiva, demografía creciente y consumo amplio establecen las bases del consumismo moderno. Un factor determinante de este nuevo escenario es la creación del salario. Aunque pasará tiempo hasta que sea una fuente digna definitiva del bienestar, de hecho, emerge como fuente de riqueza personal y reafirmación de la individualidad; se trata de un ingreso fijo periódico que irá cubriendo cada vez más necesidades y aspiraciones. Las condiciones laborales del proletariado resultan duras durante todo el siglo XIX: largas jornadas, bajos salarios y escasas perspectivas de prosperidad. El costo de vida aumenta más que los salarios, agravando o manteniendo los niveles de pobreza de los siglos anteriores. Las luchas obreras y los movimientos cooperativos de este siglo y del siguiente buscan mejorar estas condiciones que se logran con mucha sangre, sudor y lágrimas.