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Todos 'streamers': el big bang contemporáneo

Referentes sociales, ¿de qué?

Canal de la Kings League en Twitch | Twitch.tv
Canal de la Kings League en Twitch | Twitch.tv
Barcelona
11 de Julio de 2023

Gerard Piqué declaró el otro día que en su Kings League los entrenadores y jugadores tienen que acabar siendo streamers si quieren triunfar de verdad; pueden ser muy buenos en el suyo, pero si no proyectan la marca personal a aquellos que les siguen y más allá en todo el espacio público ni ganarán dinero ni acabarán siendo reconocidos. ¿Hará falta de ahora en adelante ir a misa y repicar?

La antigua dicotomía entre el oficio, la sabiduría, la experiencia, por un lado, y el reconocimiento social, la proyección pública, por otro, se rompe en mil pedazos para constituir una nueva identidad conjunta. Un hombre, una mujer, una mascota realizan cualquier actividad, siempre con la cámara en la mano, mostrando el mejor ángulo, o con el dedo mágico clicando, reproducen la escena y la proyectan en las redes sociales, sea Twitch, BeReal, Lemon8, Kick, Kiwi, o cualquier otra de las emergentes: este es lo big bang contemporáneo.

Hace años que la digitalización ha trasladado al usuario muchos trabajos que antes, en la división anterior del trabajo, realizaban varias personas de la organización. Los organigramas de las empresas se acortan y se dibujan horizontales y planos, a medida que cada individuo asume más tareas. Pasa con la actualización de los programas informáticos, con la corrección de textos, con las traducciones, con la organización de los viajes de trabajo, con el control de las cuentas personales, con las compras online, con la programación de la agenda propia, con el teletrabajo, etc..; si alguien se pierde por el camino, tranquilo: vivimos la época más esplendorosa de los tutoriales. Hay para dar y para vender, incluso para después de muerto.

Muy a menudo, el hombre y la mujer digitales se encuentran como el sheriff de Hadleyville, encarnado por Gary Cooper, cuando recibe la noticia que el criminal Frank Miller, al cual el protagonista había atrapado y llevado ante el juez, acaba de salir de la prisión y llega al pueblo en el tren del mediodía: solo ante el peligro. Nadie del pueblo se apunta a apoyar al hombre bueno y justo. Desde esta perspectiva, el nuevo entorno tecnológico abre el camino inexorable al enfrentamiento en solitario con la máquina, convirtiéndose one man/woman show. La digitalización ha aportado grandes innovaciones a la vida laboral y cotidiana. Ha reducido cargas y tiempos de realización de los trabajos. Ha acelerado las capacidades humanas. Ha acortado procesos. Ha abaratado costes. Pero ninguno de estos aspectos han frenado la enorme cantidad de tareas que caen día tras día encima las espaldas del usuario.

Poco oficio

¿Acontece indispensable ser y actuar a la vez? ¿Hacer y representar? ¿Tener una idea, un talento o una experiencia y tener que exhibirlos juntamente? Las industrias de la comunicación y del marketing concentran cada vez más en las personas los atributos de los productos y servicios, de los coches, de los alimentos, de cualquier complemento del hogar, de los libros... Se imponen las marcas personales sobre el resto. El personaje público asume y representa las cosas, las experiencias; sus tics, risas, palabras –"cómo están los máquinas", de Bisbal; el chasco de la "princesa del pueblo" con el PP; los hashtags o los trending topics de cada día- se viralizan, la población los mimetza y se acaban convirtiendo en conducta cotidiana, tanto en formas de actuar como en comportamientos de compra. En medio de esta alboroto, ha aparecido un nuevo sistema de monetización adicional, el hecho de ser influencer.

"Salen de la academia de la nada, cultivan la idiotez y ocupan las horas hinchando el número de los seguidores hasta llegar a ser referentes sociales"

¿Qué pasa cuando no hay ni oficio, ni sabiduría, ni experiencia, ni calidad de producto, y todo esto es sustituido por la presencia, la exposición, la ocupación del espacio público? Este es el caso de muchos de estos nuevos profesionales. Salen de la academia de la nada, cultivan la idiotez y ocupan las horas hinchando el número de los seguidores hasta llegar a ser referentes sociales. El circuito se cierra con el status adquirido. Referentes sociales, ¿de qué? Esta es una buena pregunta, porque en la mayoría de los casos no aportan contenidos, valores, defiensa de los derechos y del planeta, elementos de calidad y mejora, innovaciones o aplicaciones de nuevas tecnologías -las cuales cosas hacen avanzar la sociedad-. En cambio, una vez han llegado por el atajo más corto a ser reconocidos por un número importante de coetáneos, proliferan en el escenario social poblándolo de banalidad.