El teletrabajo ha sido potenciado especialmente en nuestro país por la peor pandemia de los últimos 80 años, la covid-19. Todo empezó en 48 horas desde el Real Decreto 463/2020, de 14 de marzo de 2020 de estado de alarma, con medidas excepcionales y de reclusión domiciliaria que iba aprobando el Gobierno y que en el mismo sentido, también eran aplicados por todos los países del mundo con distintas particularidades. Esto supuso que empresas y administraciones se tuvieron que repensar de pies a cabeza para continuar dando servicios a sus clientes y usuarios.
Todo el mundo en casa, con ordenadores, wifis, redes, códigos de seguridad, controles de presencia digital, videoconferencias permanentes, revisiones de procedimientos de fabricación, de aprovisionamientos, de las cadenas logísticas, del marketing. Todo rediseñado para poder operar sine die en remoto. Pasamos del 4% a cerca del 16% de la población catalana trabajando desde casa de forma habitual según los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA). Un prodigio de la capacidad de adaptación humana y la confirmación por parte de un sector de la sociedad de que el teletrabajo no solo era posible sino conveniente por motivos de sostenibilidad ambiental. Las emisiones de gases de efectos invernadero, fruto de la reducción de quemar energías fósiles fue notable, la conciliación laboral y familiar se hacía más fácil, aunque la tasa de divorcios se incrementara notablemente, se reducían los accidentes in itinere, se dejaban de perder muchas horas por desplazamientos hasta los puestos de trabajo y la pérdida de tiempo en reuniones presenciales innecesarias o improductivas se minimizaba.
Con el inicio del teletrabajo la conciliación laboral y familiar se hacía más fácil, pese a que la tasa de divorcios se incrementara notablemente, se reducían los accidentes 'in itinere' y se dejaban de perder muchas horas por desplazamientos hasta los puestos de trabajo
Este crecimiento de 12 puntos de teletrabajadores usuales entre la población laboral catalana se dio, básicamente, en el sector servicios y en las funciones administrativas del sector industrial. Si hablamos de la administración pública es constatable que durante la pandemia casi todos los trabajadores fueron enviados a casa con o sin herramientas para trabajar. Un porcentaje significativo de servidores públicos, bedeles, subalternos estuvieron dos años sin hacer nada, cobrando su sueldo íntegro esperando volver a sus actividades de apoyo. Lo más grave es que todavía hoy, gran parte del conjunto del funcionariado ha consolidado el teletrabajo como un derecho adquirido y no hay forma de que vuelvan a su puesto de trabajo presencial. Solo hace falta escuchar a muchos responsables políticos y a los directores de área para darse cuenta de la gravedad de la situación. La realidad la sufrimos todos cuando queremos utilizar algunos servicios públicos o contactar con las administraciones, te van pasando de un teléfono a otra percibiéndose claramente que ninguna de las personas está en su puesto de trabajo habitual. Una maravillosa forma de traspasar al usuario la ineficiencia del sistema.
Estudios recientes de Funcas apuntan que España ha perdido un 14,7% de productividad en los últimos 20 años debido a diversos factores como el bajo nivel de innovación, un bajo stock tecnológico y de capital productivo per cápita, poca formación de los trabajadores y menores dotaciones de capital público. ¿No existe otro elemento poco estudiado que tiene que ver con la reducción del tiempo de trabajo efectivo? La idiosincrasia del régimen jurídico de la administración pública dificulta el control interno y la mejora de procesos. Todo se hace más lento y enrevesado si se logra reconducirlo.
En el sector privado también experimentamos sucesos delirantes como videoconferencias donde el 50% de los asistentes están supuestamente activos y conectados, pero con las cámaras apagadas o encuentros con personas que te manifiestan estar teletrabajando y que cada hora repasan si tienen algún correo electrónico o mensaje pendiente mientras se dedican a realizar una conciliación personal “permanente”.
Cuando queremos utilizar algunos servicios públicos o contactar con las administraciones, te van pasando de un teléfono a otro percibiéndose claramente que ninguna de las personas está en su puesto de trabajo habitual
¿El mal uso que estamos haciendo del tiempo de trabajo y de las tecnologías disponibles podría explicar también el fenómeno paranormal de la caída de la productividad colectiva? Estoy seguro de que no ayuda nada.
¿Se mantendrá el teletrabajo en el futuro? En 2023 su uso cayó del 16% al 7% por encima de los datos precovid, pero 9 puntos por debajo de los que llegamos. Es muy interesante el estudio del Banco de España que constata que aproximadamente el 30,6% de los puestos de trabajo podrían desarrollarse en modalidad de teletrabajo, existiendo un amplio margen de mejora. En España, los sectores de actividad con mayor margen de mejora son algunos que en la actualidad ya utilizan de forma más intensa este tipo de trabajo (actividades financieras y seguros, información y comunicaciones, actividades inmobiliarias), y algunos donde el teletrabajo todavía es limitado.
En el marco de la economía española, varios estudios apuntan dos obstáculos para seguir avanzando con el teletrabajo habitual: en primer lugar, una presencia importante de modelos organizativos jerárquicos y con un marco de relaciones laborales con una débil confianza entre empresa y trabajadores, en segundo lugar, la elevada tasa de temporalidad también podría influir en la baja proporción de teletrabajo, ya que este tipo de trabajo suele aplicarse a trabajadores con una relación más permanente con la empresa, porque a menudo requiere cierta inversión y formación por parte de la empresa.
España ha perdido un 14,7% de productividad en los últimos 20 años debido a varios factores como el bajo nivel de innovación, un bajo stock tecnológico y de capital productivo per cápita
Un estudio reciente de la Comisión Europea, a partir también de los datos de la Labour Force Survey (LFS), apunta a que la alta heterogeneidad en la proporción de teletrabajo en los países de la Unión Europea se explica por las diferencias estructura productiva (los países con mayor empleo en sectores intensivos en conocimiento, como los países escandinavos, muestran una alta participación del teletrabajo), pero también por factores adicionales: el estilo de gestión empresarial, de supervisión y de organización del trabajo, junto con las políticas dirigidas a aspectos como la flexibilidad en el trabajo; la dimensión empresarial (las empresas grandes tienen mayor probabilidad de adoptar el teletrabajo que las empresas pequeñas); la proporción de trabajo por cuenta propia; y, por último, los conocimientos digitales de la población ocupada.
Yo creo que hay recorrido en el teletrabajo para seguir creciendo de forma importante en la modalidad ocasional y mucho menos en lo habitual. Sin embargo, es necesario para ver un crecimiento importante un cambio de cultura organizativa basada en la confianza y la reducción de jerarquías, una mejora en la inversión de los procesos de trabajo y un crecimiento de actividades económicas basadas en el conocimiento. Esto lo iremos viendo y, por tanto, crecerá el teletrabajo pero no al ritmo deseable. Ajustar presencialidad y teletrabajo no es fácil. El sector privado es más ágil y rápido en ajustarse, entre otras razones porque si no lo hace, el mercado se encargará de borrar del mapa a los ineficientes y eso lo tiene claro todo el mundo, tanto sindicatos como empresarios.
Para fidelizar a los equipos se necesita facilitar la conciliación laboral de cada colaborador con la generación del clima interno adecuado. En un marco en el que la movilidad laboral crece, la fidelidad disminuye y encontrar talento es un arte casi imposible de los responsables de gestionar personas, un teletrabajo mal ajustado puede jugar en sentido contrario al que necesitan las empresas. No digamos ya poder innovar, compartir visión, experiencias y necesidades entre departamentos y resolver presencialmente los conflictos interpersonales inevitables. Todo esto requiere sudar juntos en un mismo espacio físico. Pienso que gran parte del empresariado es consciente de ello y, poco a poco, va ajustando este equilibrio entre presencialidad y teletrabajo con acuerdos en la empresa y vía negociación colectiva con fórmulas flexibles, pero el reto no es fácil. ¿Ocurre lo mismo con la administración pública? ¿Este equilibrio será posible? ¿Quién se enfrentará a sus sindicatos y a contestar a los “derechos adquiridos” de tantos miles de funcionarios? Aquí pienso que como ciudadanos tenemos la batalla perdida hasta que no se realice una auténtica revisión del actual modelo de la función pública.
Es necesario un cambio de cultura organizativa basada en la confianza y la reducción de jerarquías, una mejora en la inversión de los procesos de trabajo y un crecimiento de actividades económicas basadas en el conocimiento
El sector público representa más del 50% de la economía del país y puede ser un motor de transformación positiva o un lastre insoportable. Desgraciadamente, diría que cómo están gestionando el teletrabajo ha pasado a ser un lastre más que sufrirán los servidores públicos responsables, la ciudadanía y las empresas.