Trump y nosotros

En cuanto que líder del país más avanzado del mundo, Trump ha tenido el olfato y la valentía de dar respuesta a las preocupaciones de amplias capas de la sociedad estadounidense

Donald Trump se ha impuesto a Kamala Harris y volverá a la Casa Blanca cuatro años más tarde de su salida | Europa Press
Donald Trump se ha impuesto a Kamala Harris y volverá a la Casa Blanca cuatro años más tarde de su salida | Europa Press
Barcelona
07 de Noviembre de 2024
Act. 07 de Noviembre de 2024

Trump ha ganado con una Europa que se siente abandonada por el amigo americano. Una victoria anunciada porque viene favorecida por otra todavía más decisiva: haber conseguido imponer gran parte de su relato entre el mundo y los gobiernos de los países occidentales. Planteamientos que hace ocho años a menudo parecían excéntricos, ahora son objeto de cada vez más consenso entre las cancillerías por un lado y la otra del Atlántico. Siempre con matices, sobre todo de formas, pero con objetivos cada vez más similares. Esto incluye, en primer lugar, los planteamientos de los demócratas estadounidenses. Repasemos los principales:

1.- La reindustrialización forzada. O también podríamos decir la sustitución de las importaciones de manufacturas por producción propia. Pretende ser una respuesta a la deslocalización generalizada de actividad manufacturera hacia China y otros países emergentes en busca de menores costes laborales y menores restricciones ambientales. Durante el primer mandato, su cruzada por el retorno de actividad deslocalizada tuvo menos efectividad de la que Trump esperaba, pero bastante más de la que la mayoría de analistas pensaban que lograría. De una forma más sutil, pero con la misma intención, la administración de Biden ha seguido una estrella similar a través de la denominada Inflation Reduction Act, con subsidios y facilidades a la inversión industrial en detrimento, en este caso, de las empresas y las manufacturas europeas.

Trump ha prometido en esta campaña nuevos aranceles a todas las importaciones

Para afrontar la competencia china -ahora ya no se habla de la japonesa- la política arancelaria es su estandarte. En el fondo es el retorno a la vieja tradición proteccionista del país que adoptó desde su fundación para protegerse de las importaciones británicas y que no abandonó hasta conseguir la plena hegemonía planetaria después de la 2.ª Guerra Mundial. Trump ha prometido en esta campaña nuevos aranceles a todas las importaciones del 10% al 20% y del 60% a las importaciones chinas. Recordemos que en Europa, campeona del libre comercio hasta ahora, hace cuatro días que han entrado en vigor los aranceles extraordinarios europeos para frenar el alud de vehículos eléctricos chinos que amenazan la industria automovilística autóctona.

2. Los límites a la inmigración. Si el primer mandato de Trump tuvo como emblema el muro levantado en la frontera mexicana, todavía inacabado, esta campaña ha planteado hacer deportaciones masivas. Hace pocos días Canadá, que siempre se había caracterizado por una generosa apertura a la inmigración en un país de tan baja densidad de población, el gobierno de Trudeau ha empezado a poner- también restricciones. Y ya no hablemos del consenso mayoritario en Europa para seguir el ejemplo italiano de Meloni y la externalización de los flujos migratorios a Albania o, eventualmente, a otros países del Mediterráneo. Parece muy lejano ya el gesto de la cancillera Merkel de acoger centenares de miles de refugiados sirios en un país que, precisamente, está falto de mano de obra. Los tribunales europeos, en Italia o Gran Bretaña, con las pretensas deportaciones masivas a Ruanda, pueden poner límites, pero en Europa también seguimos confundiendo la consecuencia con la causa, que es precisamente lo que hace Trump cuando promete bajar el coste de la vivienda a base de expulsar inmigrantes. Y es que no resulta sorprendente que buena parte de la comunidad hispana apoye a Trump: los penúltimos en llegar siempre son los más beligerantes con la competencia que le harán los últimos.

Muro en la frontera entre California, EEUU, y México | Europa Press
Muro en la frontera entre California, EE. UU., y México | Europa Press

3.- La apuesta por los combustibles fósiles. En los últimos años, el fracking ha vuelto a colocar a Estados Unidos como gran exportador de gas y de hidrocarburos, que era una de las bases de su hegemonía durante el s. XX y hasta que los yacimientos tradicionales entraron en declive. Ahora mismo, las exportaciones de gas licuado en Europa son una de las principales fuentes de sustitución del gas ruso, a un precio, eso sí, bastante superior. Esta práctica, con elevado impacto ambiental -y, por eso mismo, prohibida en Europa- tiene una presencia muy importante en estados como Pensilvania, uno de los estados que, a priori, tenían que hacer decantar la balanza por Harris o Trump. El caso es que Harris, que hace cuatro años se declaraba contraria al fracking, ahora ha cambiado de opinión y ya no se opone.

Harris, que hace cuatro años se declaraba contraria al fracking, ahora ha cambiado de opinión y ya no se opone

Como siempre, el juego de intereses se disfraza de ideología, en este caso de negacionismo del cambio climático. Pero la ideología se usa para aquello que conviene y en esta campaña uno de los principales aliados de Trump es Elon Musk, abanderado del vehículo eléctrico con Tesla. Por lo tanto, el candidato ha reorientado su cruzada favorable a los vehículos de combustión en provecho de su nuevo aliado.

En Europa, como ya hemos comentado en alguna ocasión, la apuesta por la descarbonización también ha ido encontrando crecientes dificultades normativas. Desde limitar el acceso a vehículos eléctricos baratos con los aranceles a las importaciones chinas, hasta disminuir las exigencias al sector agrícola a causa de las revueltas campesinas pasando por declarar la energía nuclear como energía limpia y dar largas a la utilización del gas natural.

4. Los oligopolios. Una de las novedades más significativas de este ciclo electoral ha sido la alianza de conspicuos miembros de las nuevas tecnologías -como Musk- y de Silicon Valley con el candidato republicano, cuando siempre estos habían estado del lado demócrata de forma masiva. Ha llamado la atención -y las protestas de periodistas y lectores- que el Washington Post esta vez no apoyara explícitamente a la candidata demócrata, cuando tradicionalmente siempre lo había hecho y tal como es tradición pronunciarse entre la prensa de Estados Unidos. Jeff Bezzos -Amazon- es el propietario desde el 2013 y esta vez no ha querido que el diario se mojara explícitamente.

Hay quien explica que esta atracción por Trump proviene de la promesa que dejará actuar a los gigantes de las TIC sin trabas y con plena libertad. Plena libertad ante las incipientes regulaciones de la inteligencia artificial. Plena libertad para ejercer su poder oligopolístico. Y es que la administración Biden se ha atrevido a enfrentarse al todopoderoso Alphabet -Google- y sobre la mesa hay una eventual fragmentación de la compañía para evitar su poder excesivo. Hacía más de 100 años que no se recurría a la legislación antimonopolio norteamericana para limitar el control excesivo del mercado por una sola empresa ya existente. Desde que se aplicó a la petrolera Standard Oil del magnate Rockefeller en 1911.

Trump, en cuanto que líder del país más avanzado del mundo, ha tenido el olfato y el atrevimiento de dar respuesta, más o menos acertada, a las preocupaciones de amplias capas de la sociedad estadounidense después de veinte años de globalización acelerada. Estos sectores de la población que se sienten abandonados por los gobiernos respectivos, en América y Europa, ante un escenario de futuro cada vez más incierto, donde la gran amenaza exterior se personifica en China y en que la añoranza de un pasado idealizado favorece las pulsiones aislacionistas y conservadoras.

El legado de Biden

Sería inexacto otorgar en exclusiva a Trump el liderazgo en el cambio de las políticas económicas de los gobiernos occidentales. Hay al menos dos tipos de medidas que tienen una clara inspiración en la administración Biden:

Joe Biden a Washington | EP
Joe Biden en Washington | Europa Press
  1. La fiscalidad efectiva de las empresas globales. Ha sido la iniciativa de liderazgo más relevante y efectiva del actual presidente norteamericano. La elusión fiscal de las grandes empresas globales -muchas también de Silicon Valley que son más propensas por la desmaterialización de su actividad- a partir del aprovechamiento de las ventajas fiscales de diferentes países -Irlanda, Holanda, Luxemburgo...- donde fijaban la sede y donde trasladaban gran parte de sus beneficios gracias a las transacciones internas entre sus filiales. El acuerdo para establecer una imposición de beneficios mínima del 15% para limitar estos movimientos contables internos no se habría conseguido sin el liderazgo efectivo de Biden.

    Recordemos que hace muy pocos días que este acuerdo europeo e internacional se trasladó de forma efectiva a la fiscalidad española dentro del paquete de medidas fiscales acordadas por la mayoría gubernamental. Las grandes empresas pagarán al menos el 15% de sus beneficios -en el último ejercicio la imposición efectiva de las empresas del Ibex fueron solo del 7%- y, entre otras medidas, se establece una rebaja del impuesto para las pymes -un principio que ya establecía el acuerdo entre PSC y ERC- en función de las dimensiones y el volumen de beneficios. Así se espera que las diferencias en la fiscalidad real no perjudiquen a las pymes como hasta ahora.
  2. La fiscalidad especial para las grandes fortunas. Diferentes grandes fortunas -de Warren Buffet a Bill Gates- habían argumentado en varias ocasiones que las grandes fortunas tendrían que pagar muchos más impuestos. En los presupuestos para el 2023 Biden ya presentó un impuesto especial para las fortunas de más de 100 millones de dólares. En Europa, después de la pionera e intermitente fiscalidad francesa, los gobiernos conservadores de Italia y Francia han retomado el camino de una fiscalidad especial para las grandes fortunas. En todo caso, las crecientes demandas y necesidades sociales y el impacto sobre los recursos públicos y las diferencias cada vez más escandalosas en la distribución de la renta, pueden llevar muchos más países occidentales a hacer de la necesidad una virtud y a adoptar fiscalidades específicas para las grandes fortunas. Veremos si la victoria electoral de Trump consigue revertir el signo de estos acuerdos y tendencias fiscales.

Evidentemente, la influencia de Trump no se acaba en el mundo de la política económica ni en el más general de los valores y las ideas. El gobierno efectivo de la primera potencia mundial tendrá otras muchas consecuencias para todos. De momento tenemos cuatro años por delante para continuar hablando.