Todavía no hace ni tres semanas que Bruselas hacía las primeras estimaciones sobre crecimiento e inflación de los estados comunitarios para el 2022 y todo el mundo estaba pendiente de una subida de los tipos de interés por parte del Banco Central Europeo que parecía inminente. Si había alguien que había pensado que el conflicto entre Rusia y Ucrania acabara estallando, y qué repercusiones tendría en la economía europea, se lo calló. O, simplemente, desde Europa no se quiso creer que fueran verdad las previsiones de una invasión rusa que continuamente anunciaban desde Estados Unidos. ¿Querían evitar alarmismos? ¿O es que nadie se había parado a pensar?
Pero los dirigentes europeos no fueron los únicos. Los mercados bursátiles, siempre tan sensibles a las expectativas, ni se inmutaron cuando Putin firmó por sorpresa el reconocimiento ruso de las autodenominadas repúblicas del Donbass. Tres días después, empezó la invasión y entonces sí que lo hicieron. A la vez los precios del petróleo y, sobre todo del gas, se dispararon. Pero no duró mucho, al día siguiente las bolsas recuperaban terreno y el gas y el petróleo retrocedían sustancialmente. Las expectativas de una paseada militar de los rusos y de un colapso de los defensores ucranianos parecían apuntar hacia una guerra corta con daños económicos acotados.
El fracaso de la invasión relámpago aumenta la incertidumbre
Pero de momento, los ucranianos oponen más resistencia de la esperada y Putin anuncia que pondrá toda la carne en la parrilla, incluida la alerta de sus fuerzas nucleares, para acabar pronto. Mientras tanto el bloque occidental ha ido elevando el tono de su respuesta económica, siempre atentos desde Europa a que las sanciones no se le giren en contra. El grifo del gas ruso continúa abierto y la expulsión del sistema de pagos internacionales (Swift) entre la banca se limita a determinadas entidades, no concretadas. Seguramente las menos implicadas en las transacciones del gas.
El gas ruso que importa España sólo es el siete por ciento del total y las relaciones comerciales y financieras son menores a las de Alemania, Italia o Francia
Como apuntaban los mercados, la duración del conflicto en el este de Europa y las dimensiones de la operación militar son decisivas para determinar los males que sufrirá la economía occidental. Desde casa nuestra, las primeras reacciones se atenían a la limitada implicación de nuestra economía y de nuestras empresas con Rusia y Ucrania por desdramatizar la situación. Los más preocupados parecían los hoteleros de la Costa Dorada, donde los rusos habían llegado a ser el tercer mercado emisor. Eso sí, este año tampoco había muchas expectativas que volvieran masivamente porque la eficacia de la vacuna rusa contra la covid -Sputnik- no ha sido validada por la Agencia Europea de Medicamentos. El gas ruso que importa España sólo es el siete por ciento del total y las relaciones comerciales y financieras son muy menores a las de Alemania, Italia o Francia.
Un impacto indirecto mucho más intenso
Pero esto sólo es el potencial impacto directo del conflicto. Porque lo más importante y siempre más difícil de evaluar es el indirecto, que no será menor si tenemos en cuenta nuestra estrecha vinculación a las economías de los grandes países europeos, estos sí mucho más susceptibles de verse afectados gravemente por un conflicto largo y amplio.
Rusia es un gran exportador no sólo de energía, sino de otros muchos minerales relevantes para los procesos industriales
Rusia es un gran exportador no solo de energía, sino de otros muchos minerales relevantes para los procesos industriales. Estamos llegando al final del invierno y, cuando menos, las necesidades europeas de gas para calentarse van rápidamente a la baja. No así para determinados procesos industriales -siderurgia, cerámica- que requieren la capacidad calórica del gas. Pero lo más importante es la utilización del gas como energía primaria para hacer electricidad ante la opción europea de renuncia al carbón por demasiado contaminante. Por cierto, el carbón es el combustible fósil con yacimientos más extendidos por todo el mundo y, por lo tanto, menos dependiente de unos pocos exportadores.
Por lo tanto, el escasez de suministros rusos, o las expectativas que así sea, tendrá una repercusión directa en la industria occidental, que los tendrá que pagar mucho más caros a los mercados internacionales o, simplemente, se producirán interrupciones en el abastecimiento que agravarán la crisis de los microchips que, en Catalunya, ya ha hecho cerrar a SEAT durante dos semanas hace cinco meses. Por cierto, uno de los metales o tierras raras imprescindibles para fabricar semiconductores tiene gran parte de la producción mundial concentrada en Rusia, borde el Mar Negro.
El otro gran producto de exportación, sobre todo por parte de Ucrania, son los cereales. Probablemente, no nos llegaremos a encontrar con carencia de suministros, pero sí con importantes incrementos de precio que inevitablemente repercutirán en el pan y otros alimentos farináceos. El pan ya no es el principal alimento de la población, pero repercutirá sobre todo en las familias más pobres.
10 efectos a corto plazo
¿Qué podemos esperar, pues, a corto plazo? Siempre que Putin no recurra a males mayores y si la guerra no finaliza en pocos días o semanas.
- La continuidad y el aumento de la inflación, que ya no se limitará a los productos energéticos, sino que incluirá los alimentos y se trasladará mucho más que hasta ahora al resto de productos y servicios.
- Una disminución de la capacidad adquisitiva por parte de la gran mayoría de la población, cuando menos, europea. Las rentas salariales, las pensiones, los ingresos de los autónomos y de las pymes nunca crecen al mismo ritmo que los precios en épocas de inflación intensa.
- El aplazamiento de muchas decisiones empresariales, sobre todo en cuanto a inversiones. Especialmente las destinadas a productos y procesos vinculados a la transición energética. Y también un regreso a la seguridad de las emisiones de deuda pública.
- Un replanteamiento de la transición energética. Si desde Bruselas ya proponían otorgar categoría -y recursos- de energías de transición a las nucleares y al gas, por un lado se incrementará la necesidad de ser menos dependiente de los combustibles fósiles importados y, por el otro, se irá con mucha más cura en el proceso de materializar la descarbonización en un contexto de incertidumbre energética y general. Sobre todo cuando grandes productores de energías fósiles –como Rusia- temen que a no muy largo plazo disminuyan sus ingresos y su poder.
- La interconexión europea de redes energéticas -gasoductos- e incluso las compras conjuntas de energía -y otros productos especialmente sensibles- pueden ponerse finalmente en marcha, aunque sean procesos lentos de materializar. Europa tiene que acontecer un verdadero mercado único tanto a la hora de comprar fuera como de compartir las compras. Cada uno de los estados por si solo -ni que sean tan importantes como Alemania- lo tienen cada vez más magro en un mundo dominado por las grandes potencias y por los cárteles de productores.
- Un nuevo aplazamiento de la recuperación del turismo internacional. Ya no se trata solo de rusos y ucranianos, sino de la incertidumbre de los consumidores europeos y de un posible el aumento del miedo a volar. Ahora mismo, ya se han cerrado los espacios aéreos europeos a los vuelos rusos. Y recordemos el avión holandés abatido encima del Donbass a inicios del conflicto. En Catalunya somos especialmente sensibles a las oscilaciones de este tipo de turismo.
- Si en Catalunya hay algo que va bastante bien son las exportaciones industriales. Pero nuestros principales mercados continúan siendo Alemania y Francia. Si sus industrias y sus consumidores sufren mucho por el conflicto, esta dinámica positiva se troncará.
- El retraso o el estallido general de la recuperación económica después de la pandemia. Los primeros pronósticos hablan de unas décimas menos de crecimiento. Esta semana Bruselas hará públicas sus nuevas previsiones. Seguramente volverán a ser forzosamente optimistas para no generar malas expectativas. Pero no parece nada claro que en caso de que se alargue mucho el conflicto y las sanciones podamos salir tan indemnes.
- El repunte de la inflación tendría como consecuencia, en una situación convencional, la aceleración en el aumento de los tipos de interés. Pero se trata de una inflación de origen importado y que puede convivir fácilmente con un estancamiento económico, la tan temida estanflación. Entonces, no está nada claro que un aumento de los tipos de interés sirviera para frenar los precios, sino que más bien dificultaría la recuperación económica. No es casualidad que el pasado jueves, en el IBEX 35, los bancos fueran los valores más perjudicados. Los inversores vieron alejarse un aumento de tipo que favorecería la rentabilidad del negocio bancario.
- El regreso a la ortodoxia financiera en términos de déficit público y endeudamiento de las administraciones quedará aplazado una vez más. De momento, desde el Banco Central Europeo ya hablan de un año más para imponer políticas para volver a buenas prácticas tradicionales.
¿Una Europa más unida para un mundo de grandes bloques antagónicos?
A medio plazo, nos podemos encontrar con un par al menos de cambios estructurales en el mundo y la economía que hemos conocido hasta ahora.
Primero, un aumento real de la integración europea. Si unas eventuales compras conjuntas de energía todavía no se han materializado, ya se negoció conjuntamente el abastecimiento de las vacunas contra la covid y se ha puesto en marcha el diseño y fabricación de microchips avanzados. Con significativa participación catalana, por cierto. Por no hablar de la emisión de deuda conjunta para financiar los fondos de recuperación y modernización de la economía Next Generation.
Ante una amenaza exterior como la Rusia de Putin, todo el mundo puede ir dejando de lado sus intereses o tradiciones particulares. El canciller alemán, a la vez que anunciaba la creación de dos grandes plantas por regasificar el gas licuado y reducir su dependencia del gas y de los oleoductos rusos, anunciaba un aumento del gasto militar hasta el 2% del PIB. Podría ser el primer paso hacia un ejército europeo, autónomo dentro de la OTAN.
Ni la crisis financiera del 2008 ni el ascenso de Trump, ni el Brexit ni la covid han podido modificar el rumbo de la globalización
En segundo lugar, nos podemos encontrar con un replanteamiento, ahora más intenso, de la globalización. Si tal como se ha desarrollado hasta ahora la globalización nos ha hecho muy dependientes del que importamos -sea de mascarillas, semiconductores o energía- y sea por motivos políticos, sanitarios o de costes de transporte, algo tendremos que hacer los europeos para evitar esta fragilidad. La integración europea ayudaría, pero podríamos volver a las dinámicas de la Guerra Fría, con un mundo partido en dos: el bloque occidental y Rusia y China por la otra. Si es que China, la gran beneficiada de la globalización desde que en 2001 obtuviera acceso a todos los mercados occidentales, decidiera seguir la estela rusa.
Esto podría querer decir limitar los grandes flujos de intercambios en los interiores respectivos de dos, o tres, grandes áreas económicas mundiales. Si ni la crisis financiera del 2008 ni el ascenso de Trump, ni el Brexit ni la covid han podido modificar el rumbo de la globalización, un conflicto grave con Rusia de Putin a raíz de la invasión de Ucrania podría llegar a hacerlo.