La caída del Muro de Berlín tenía que ser el fin de la historia. Las grandes contradicciones y conflictos planetarios marcaban un final con la caída de la Unión Soviética – o, como mínimo, un nuevo inicio. Los Juegos Olímpicos del 1992 hicieron de Barcelona el epicentro de una "efímera felicidad" que recuerda el director adjunto de La Vanguardia, Enric Juliana, la de un mundo sin trincheras. El que fuera secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte y ministro de Asuntos Exteriores, Javier Solana, explica cómo estos conflictos nunca desaparecieron, sino que recorrían las placas tectónicas de las relaciones internacionales, marcando el futuro con cada movimiento y negociación. En un acto organizado por la Sociedad Barcelonesa de Estudios Económicos y Sociales de Foment del Treball, periodista y diplomático ha conversado sobre los orígenes, los efectos más inmediatos sobre la geopolítica y el camino a seguir en el mundo que saldrá de la guerra de Ucrania, el último fenómeno saliente de las tensas primeras décadas del milenio.
Ucrania, cómo recuerda el mismo Solana, es una parte extremadamente importante del dibujo que Rusia hace, ya hace siglos, de sí misma. En su capital, Kiev, está el origen espiritual de la Rusia moderna – un simbolismo bastante poderoso como para plantearse seriamente si Vladimir Putin se atreverá a atacar la ciudad. Más allá del mito, sin embargo, ya en el auge de la URSS el territorio ucraniano era materialmente indispensable para la supervivencia de la Unión. Cuando Nikita Jruschov presumía del potencial de fabricación de misiles que tenía su país golpeando con el zapato sobre la mesa de la Asamblea General de la ONU se refería, recuerda el exministro, a las fábricas ucranianas. "El norte y el este han sido siempre una potencia tecnológica, mientras que el sur es crucial en el ámbito alimentario", razona Solana. Si Ucrania es el "granero" de Europa, lo es mucho más de Rusia.
Solana: "Putin nunca pensó que Yanukóvich podría perder las elecciones, fue una derrota tremenda que todavía recuerda"
Mirando atrás, la espina clavada de Putin con Ucrania tiene dos orígenes claros. El primero, la derrota en la repetición electoral del 2004 del candidato prorus a la presidencia de Ucrania, el entonces primero ministro Víktor Yanukóvich, después del envenenamiento del candidato opositor Víktor Yuschenko, que eventualmente sería el presidente de la república entre el 2005 y el 2010. "Putin nunca pensó que Ianukovitx podría perder las elecciones, fue una derrota tremenda que todavía recuerda en conversas", narra Solana. El segundo, la cumbre de la OTAN de Bucarest, en que la organización celebró el afán de adhesión de Ucrania – que, según se había acordado, no entraría nunca – y Georgia, una decisión que acabó con el ataque ruso sobre este país en agosto del mismo año. "Con la perspectiva actual, aquello fue una gran temeridad; pero con la de entonces también lo era", rememora Solana, que describe un gran conflicto dentro de la Unión Europea por la relación con los países del este.
"Los europeos más fuertes – Alemania, Francia, España – no estaban por la labor de ninguna adhesión, como sí lo estaban Polonia, Hungría y los Estados Unidos", critica la exsecretario general. La cumbre de la OTAN de Madrid, en 97, marcó el camino de la no-adhesión de Ucrania, y este camino se rompe el 2008, el desencadenante de los conflictos a la región hasta día de hoy. Las dos hojas de ruta que se establecen con la apertura de la Alianza para los antiguos países de influencia soviética se rompen, y dan salida a unas tensiones geopolíticas que, como reconoce Solana, están en su origen del conflicto que ahora sufre Europa.
Otra multipolaridad
El escenario global que abre la guerra con Ucrania tiene el potencial de reorganizar las relaciones internacionales – o de ser un catalizador para estabilizarse en los conflictos que se iban cocinando en las últimas décadas. Igual que en el 72 las negociaciones entre Richard Nixon y Mao Zedong establecen un triángulo entre China, los Estados Unidos y Rusia en que aquellos dos colaboraban para frenar la influencia de este, ahora esta figura, con los mismos vértice, puede cambiar de sentido. Solana augura, a pesar de que la república china no ha abajo firmante ningún posicionamiento oficial sobre el conflicto, que la tendencia sea a culpar el papel norteamericano como actor global y su uso de la OTAN por esta invasión. "Las declaraciones que salen de los portavoces chinos son muy duras con Estados Unidos", avisa Solana.
Los posicionamientos de las principales voces chinas ante la comunidad internacional van en la línea de las conversaciones y pactos establecidos entre los líderes de las dos potencias. Como recuerda el exministro, justo antes de los juegos de invierno, el presidente chino Xi Jingpin y Putin tienen una "larga conversación" de la que sale un documento conjunto que, a todos los efectos, materializaría aquel triángulo de resistencia a los Estados Unidos. "Si este documento se lleva hasta sus últimas competencias, estaremos ante una solución muy complicada", lamenta Solana, que no considera que la posible subalternidad rusa hacia China en este pacto sea un problema. "Rusia sabe lo que es, es una sociedad atrasada, no es una sociedad tecnológica cómo sí que lo es la Xina. Rusia no es el país que quiso ser", razona el exsecretario general de la OTAN, que considera que los intereses geopolíticos del gobierno de Putin pueden ser más importantes que el liderazgo chino.
"Las declaraciones que salen de los portavoces chinos son muy duras con Estados Unidos"
Esta, sin embargo, no es la única salida posible. En primer lugar, las conversaciones entre Putin y los líderes europeos, con el presidente francés Emmanuel Macron y el canciller alemán Olaf Scholz al frente, han sido fructíferas, y pueden acercar a una resolución negociada a la guerra. En segundo lugar, Solana alerta contra la tendencia a "confundir Putin con Rusia". "Hay otra Rusia posible, y mientras el mundo se haga más racional", también lo hará el gigante eurasiático. "Podemos llegar a acuerdos con Rusia, que tiene materias primeras y muchas cosas a compartir con Europa".
Un acercamiento entre Rusia, con Putin al frente o sin én, y la Unión Europea, pediría lo que Solana describe cómo un "ejercicio de jardinería". "El jardinero cuida de su jardín cada día, y en la diplomacia hay una parte de estos cuidados", reclama el exministro, que pide una reconstrucción de las relaciones no solo económicas y políticas, también personales, entre los líderes globales, una propuesta de recoser a pequeña escala que encuentra necesaria para cualquier tipo de entente. En este sentido, el exsecretario general se muestra nostálgico en recuerdo de unas décadas de los 80 y los 90 en que, afirma, "no había ganas de humillar la otro, sino de resolver sus problemas". "Esto será difícil de recuperar, porque las bombas ya han caído, pero hay que hacerlo", exige. En este sentido, la asamblea general de la OTAN que Madrid acogerá en junio acontece clave para la gestión de las relaciones internacionales, y Solana considera necesario un cambio de liderazgos. "Tiene que haber un nuevo secretario general, y sería un gesto importante que fuera una mujer".
El empujón final para una Europa unida
Solana se muestra, según ha declarado, "orgulloso" de la respuesta conjunta de la Unión Europea ante la guerra – tanto es así que espera que "se mantenga el nivel de respuesta". El diplomático reivindica la apuesta por la "serenidad" que observa a los líderes de la Unión, justificando el envío de armas a Ucrania cómo una forma "de ayudar a defenderse a quien quiere hacerlo". En este sentido, la solución a la guerra marca el camino de actuación de una UE que, a entender del representante, tiene que pensarse unida. "Nos tenemos que poner a trabajar como Europeos", afirma.
"Europa no irá a la guerra, porque nació para no ir a la guerra, pero tenemos que tener capacidades para ayudar"
Así, la gestión del conflicto abre la posibilidad a una nueva gestión conjunta de varias problemáticas que afectan a toda la Unión. La primera, la más evidente, una política energética común ante la dependencia eléctrica del gas ruso. En este caso, el potencial del Estado español como nuevo hub gasístico, como llevan reclamando varias organizaciones empresariales del país desde el inicio del conflicto, es clave, pero faltan infraestructuras. Como constata Solana, el gran número de gasificadoras en territorio español tienen limitada su influencia continental sin un gasoducto que conecte la península con el continente – como lo sería el MIDCAT, en caso de ampliarse.
Más allá de la gestión energética, muchos de los grandes problemas europeos se podrían gestionar conjuntamente a partir de la experiencia en la resolución del conflicto en Ucrania. La acogida de las personas refugiadas, que por venir de un país del norte supondría, afirma Solana, un problema menos significativo para países como Polonia y Hungría – que rechazaron a los migrantes de la guerra de Síria – abre la puerta "a una política migratoria común". A estas dos verticales se añade la defensa común europea, que, según el exministro, tendría que pasar a ser una prioridad para los líderes de la Unión. "Europa no irá a la guerra, porque nació para no ir a la guerra, pero tenemos que tener capacidades para ayudar" fuera de las fronteras.
El gran riesgo que supone la gestión de este nuevo conflicto y sus consecuencias, para Solana, es que lo urgente quite tiempo a lo importante – que dirigir las problemáticas inmediatas, desde la posible crisis de refugiados a la dependencia energética, retarde resoluciones de grandes retos globales como la emergencia climática. Solana, en este sentido, pide el mismo trabajo conjunto que a la hora de solucionar el conflicto en Ucrania, y alerta contra la tentación de "dar grandes pasos atrás, como el uso del carbón". "No entiendo cómo no vamos más lejos en la lucha contra el cambio climático", concluye Solana, que pide "cabeza fría" para mantener los horizontes de cambio necesarios para resolver las grandes crisis mundiales.