En los momentos de cambio tecnológico trepidante, como el actual, es lógico que la desorientación conduzca a decir palabras y expresar sentimientos que no se pronunciarían en momentos de mayor tranquilidad. Si le añadimos las tensiones vinculadas al entorno económico más inmediato y, sobre todo, a las contiendas electorales que tendrán lugar en los próximos meses, aparecen desgraciadamente en el debate público palabras y sentimientos distorsionadores. Como por ejemplo, el pim-pam-pum contra los empresarios en general y algunos de ellos en particular.
En la sociedad política democrática, legislativo, judicial y ejecutivo equilibran su poder a golpe de consenso. En el ámbito económico, las patronales, los sindicatos y el resto de organizaciones empresariales y civiles se contrapesan por buscar juntos una mayor riqueza y un mejor bienestar social. Cuando analizamos la historia social contemporánea europea, aparece la figura de Margaret Thatcher, primera ministra británica entre 1979 y 1990. Quería desregularizar el sector financiero, flexibilizar el mercado laboral y cerrar las minas de carbón del Reino Unido y, por todo ello, necesitaba reducir el poder de las trade unions. La dama de hierro lanzo un pulso definitivo a los sindicatos y lo ganó. Habría que distinguir entre el reequilibrio de poderes que buscaba y el menosprecio haia los sindicatos. Ella optó por ambas cosas a la vez; la historia valora la visión política hasta convertirla en estandarte de las políticas de derechas mundiales, pero ha terminado rechazando las furibundas palabras y acciones utilizadas por la líder tory contra el movimiento obrero. Las derechas en general nunca han tenido simpatía por los sindicatos, al igual que las izquierdas han recelado de las patronales. Desde los orígenes de la revolución industrial, a finales del XVIII y principios del XIX, los partidos conservadores y liberales construyen gobiernos que permiten que los nuevos grupos de empresarios emergentes, la burguesía, construyan una sociedad en la que los objetivos de su enriquecimiento excluyen cualquier movimiento societarista o sindicalista.
Madurez social y política
Pero la madurez política de estos gobiernos y de la sociedad en general permite en muchos países la legalización del movimiento obrero en la segunda mitad del siglo XIX. Más deseado o menos, en algunos países de elevada tradición socialdemócrata contemporánea, como Alemania, los trabajadores se sientan en las mesas de los consejos de administración de muchas compañías.
Hasta abril de 1977 no se legalizaron los sindicatos contemporáneos en el Estado Español. Tres meses después, Carles Ferrer Salat impulsa la creación de la patronal española, CEOE. A pesar de las disfunciones producidas en el interior de cada organización y las relaciones entre ambas, sin ellas sería inimaginable el progreso social y económico de los últimos 50 años.
El exceso verbal de algunos, incluso de políticos relevantes, parece salido de siglos atrás
¿Qué ocurre cuando la figura del empresariado se coloca en medio del escenario político y social para intentar desacreditarla? En primer lugar, lo mismo que cuando se intenta ridiculizar a la figura del sindicato; aunque exista revuelo -en los medios, en las redes sociales-, el impacto real es bastante reducido, pues la mayoría de la población rechaza las palabras contra unos protagonistas indispensables. En segundo lugar, el exceso verbal de algunos, incluso de políticos relevantes, parece salido de siglos atrás, cuando hace tiempo que la sociedad ha evolucionado en concordia- Volver atrás es para los nostálgicos y con ellos no se construye el futuro. En tercer lugar, al igual que hay sindicalistas vagos, malcarados o incumplidores, no todos los empresarios son iguales: es verdad que algunos no pagan impuestos, incumplen los convenios y servicios a sus trabajadores o descapitalizan sus empresas para enriquecerse personalmente, pero la mayoría paga salarios dignos, facilita horarios laborales adecuados a la maternidad, construye guarderías en los puestos de trabajo, aplica la flexibilidad laboral, valora el talento, crea planes de carrera para sus empleados o participa en la vida local.
La sociedad dispone de numerosos mecanismos para denunciar situaciones de prepotencia o incumplimiento de la normativa. Incluso, cuando alguien desea avanzar hacia modelos socioeconómicos distintos a los actuales -como hizo la Thatcher aniquilando a los sindicatos ingleses-, hay que hacerlo con consideración hacia el adversario-partner. Nunca aprovechar la ocasión para desacreditar a un colectivo social que, conjuntamente con sus empleados y trabajadores, genera riqueza, innovación, inversiones, estabilidad y progreso social. Es necesario perfeccionar el mundo que nos han legado y hacerlo avanzar hasta donde se pueda, respetando los pilares políticos y sociales existentes.