Los bolsillos están casi vacíos. Por una parte, como consecuencia de la inflación, pero por otra, porque cada vez hay menos dinero en efectivo. Todo pasa por el NFC, es decir, por el contactless, como por ejemplo las tarjetas de crédito o débito, el Bizum, las criptomonedas,... a través de las plataformas fintech, aplicaciones móviles, relojes inteligentes o de cualquier huella biométrica. Antes de la pandemia, en 2019, el 72% de las transacciones se realizaba con dinero físico y ahora, según el Banco de España, no llega al 60%. A este ritmo, en diez años, el efectivo se convertirá en el “viejo” dinero, como lo denomina Pay Pal en su publicidad. Aparte de los intermediarios, los máximos beneficiarios de este nuevo estado de cosas serán los bancos y las entidades financieras. Sin un duro en nuestra cartera, adquirirán más poder todavía sobre nuestro dinero: menos servicios, menos líos, más libertad de movimiento.
En veinte años, se han pasado de 1.000 millones de operaciones de compra a través de las terminales de punto de venta a casi 200.000 millones, según datos del Banco de España. La pandemia fue la gran impulsora. Por motivos higiénicos, en principio. Pero la tendencia venía de lejos. Desde 2002, permanece prácticamente intacto el número de operaciones de retirada de efectivo en los cajeros, en torno a los 1.000 millones al año, mientras en las dos décadas se han disparado las operaciones de compra en los puntos de venta a través de la tarjeta hasta los 6.000 millones. Esto conduce a la ratio peligrosa de un cajero por cada 49 TPV millones (Informe del Monitor de Consumo, enero 2023, CaixaBank Research), con la consecuente reducción de los servicios financieros presenciales para la población dispersa o para aquellos que quieren seguir utilizando el dinero físico como medio de pago. Esta implantación masiva no esconde, con datos de 2021, que el 16% de los comercios rechaza todavía los sistemas de pago electrónico o exige un mínimo de gasto, para los costes de la comisión que deben abonar.
La radiografía de los usuarios de las tarjetas puede dibujarse de esta forma:
1) La edad condiciona el medio de pago, pues más del 60% de los que tienen de 18 a 24 años y más del 50% de los mayores de 64 años prefieren los billetes y las monedas, mientras todas las edades intermedias prefieren consumir con dinero electrónico.
2) La utilizan más los que compran productos o servicios de ocio y turismo que en el resto de los sectores; si es Navidad y período de vacaciones, más que el resto del año; o si se trata de artículos de primera necesidad, por encima de las demás compras.
3) Los europeos, en su conjunto, pagan preferentemente en efectivo las partidas inferiores a los 50 euros. Cuando superan esa cantidad, en la mayoría de los casos la tarjeta se convierte en la mejor asistente.
4) Este último dato que aporta el Banco Central Europeo no esconde otro: a medida que aumentan los ingresos, la tarjeta de crédito se universaliza como herramienta de pago; mientras los más pobres se aferran a las monedas y billetes físicos.
5) Minsait Payments (XI Informe Tendencias de medios de pago, 2021) y CaixaBank Research coinciden prácticamente en que el 40% del dinero cash se usa fundamentalmente en el pequeño y mediano comercio; el 18%, en los servicios profesionales y del hogar; el 17%, en los bares y restaurantes; y el 15%, en el transporte público.
6) En la cartera, casi el 90% de los ciudadanos no lleva más de cinco billetes o equivalente a unos 50 euros, aunque el 70% no supera los cinco euros (Banco de España, 2020).
En paralelo a la mayor frecuentación de las tarjetas de crédito, se incrementa el fraccionamiento de los pagos a los bancos y entidades de crédito. Si antes se pagaba de golpe, lo habitual ahora es hacerlo entre tres y seis cuotas.
Quien gana y quién pierde
Pero lo de las tarjetas de crédito de banda magnética que han dominado en las últimas décadas como signo de poder tiene los días contados. En 2024, la UE las habrá sustituido por las biométricas con la impronta dactilar y, a finales del decenio, la nueva generación se habrá extendido por todo el mundo. Después de poco más de 50 años que BBVA colocara la primera tarjeta en España, otras formas más sofisticadas la van sustituyendo para trasladar dinero propio de una anotación de un banco a otro. Primero fue la aplicación Bizum; no hace más de seis años que se implantó gracias al acuerdo de la mayoría de las entidades, es activa en más de 20.000 establecimientos y hace posibles casi 650 millones de transacciones al año. Le siguieron PayPal, Twyp, Revolut, Verse y otros. Sin embargo, las proyecciones de Minsait Payments para 2030 dejan abierto un porcentaje importante a nuevos sistemas aún desconocidos, tanto biométricos como otros. En cualquier caso, en esa fecha, el 34% de las operaciones se realizará a través de tarjetas; el 24% de transferencias; el 16%, en efectivo; y el resto, en criptomonedas, domiciliaciones, etc.
Los principales ganadores serán los bancos cuando, en 2030, sólo el 16% de las transacciones se realizarán con dinero físico
Si, efectivamente, dentro de siete años sólo el 16% de las transacciones se desarrollará en dinero físico, los principales ganadores serán los bancos y las instituciones financieras. El aniquilamiento del dinero líquido les reduciría la complejidad del circuito, en la medida en que se recortaría un escalón fastidioso de su cadena de gestión, el cliente. Por un lado, aparte de reducir los costes, el control sobre el circuito sería prácticamente completo, a la vez que junto con las grandes tecnológicas permitiría parametrizar mejor los datos de los usuarios de cada institución financiera. Por otra parte, cualquier crisis financiera o ciberataque dejarían prácticamente indefensos a los clientes, que es lo que ocurrió con la caída de los sistemas europeos de Visa durante diez horas en junio de 2018, que impidió la realización de más de cinco millones de pagos. Estaríamos más cerca de 1984, de la novela de ficción distópica de George Orwell con el omnipotente y vigilante Gran Hermano, que gestionaría nuestro dinero y, a través de ellos, nuestras conductas de consumo. La Unión Europea, que estudia implantar el euro digital a largo plazo, afirma que nunca reemplazará al dinero en efectivo, porque los pagos son un bien público demasiado importante como para dejarlos en manos de los mercados financieros. Entre las prioridades para los próximos años, sitúa la de garantizar a los ciudadanos el acceso a los servicios de dinero efectivo respetando la privacidad (Eurosystem Cash 2030 Strategy, diciembre 20220).
España es uno de los países más reacios a la supresión de los billetes físicos
España es uno de los países más reacio a la supresión, mientras los Países Bajos e Islandia se sitúan en las antípodas, pues apenas uno de cada tres habitantes usa el dinero físico. Lástima que el motivo sea tan banal como la cantidad de dinero negro que corre en muchos sectores, especialmente en el del cuidado del hogar y de las personas mayores, el comercio, la hostelería o entre los autónomos.