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FMI, quien te ha visto y quien te ve

Ha madurado un consenso para un nuevo modelo de Fondo Monetario Internacional

La presidenta del Fondo Monetario Internacional (FMI), la búlgara Kristalina Georgieva | Britta Pedersen | Europa Press
La presidenta del Fondo Monetario Internacional (FMI), la búlgara Kristalina Georgieva | Britta Pedersen | Europa Press
Barcelona
18 de Abril de 2023

La semana pasada, en Washington, la jornada de primavera del FMI parecía más un funeral que una reunión con los jerarcas económicos del mundo. Esta institución, que ha congregado a todos los ministros de finanzas, nació eufórica, con objetivos concretos y recursos ilimitados. Ahora, tras el desprestigio de muchas de sus actuaciones, como la crisis de 2008, y la presencia en la dirección de personajes tan controvertidos como Rodrigo Rato, Dominique Strauss-Kahn o Christine Lagarde, la historia le está arrinconando.

En 1944, el inminente final de la Segunda Guerra Mundial abría paso a la creación del Fondo Monetario Internacional. Un año después, se constituía con 29 países y hoy ya son 184, prácticamente todos los del mundo. El primer Breton Woods, hijo de Keynes, nacía con la esperanza de una larga vida por ser el salvador de la economía mundial. Sus funciones consistieron en dar estabilidad al nuevo sistema monetario internacional, supervisar los parámetros económicos de los países y ofrecer préstamos. Las dos primeras se ciñen hoy al pronosticar, recomendar y advertir; y la tercera, la concesión de fondos, se ha reducido drásticamente, porque los países encuentran los recursos económicos en circuitos más baratos –como por ejemplo, países latinoamericanos y africanos en China–.

Estos días, el Fondo ha predicado una serie de recomendaciones sobre como evolucionará la economía mundial en los próximos meses. Es, probablemente, donde la institución se siente ahora más cómoda: en el papel de ser un organismo consultor dedicado a realizar pronósticos y simulaciones de lo que va a pasar. Lo de ser el guardián del rigor monetario lo sigue intentando, pero ha perdido el liderazgo, para pasar a ser el complemento menor del Banco Mundial o del BIRD, por mostrar dos ejemplos de instituciones con empuje.

Cuando un país pide los recursos del FMI se compromete a reducir drásticamente los servicios, prestaciones y subsidios sociales

A lo largo del tiempo, se ha ido convirtiendo en los "hombres de negro": ajustes económicos duros, reformas estructurales sesgadas hacia el rigor y la ortodoxia monetaria, recortes feroces del gasto social, aumento de los impuestos no siempre entre los más ricos . Cuando un país pide los recursos del Fondo se compromete a reducir drásticamente los servicios, prestaciones y subsidios sociales. Los desbarajustes de quienes planifican los acaban pagando los más débiles. La implantación de políticas monetaristas radicales no ha hecho más que aumentar las desigualdades entre ricos y pobres, entre los países ricos y los países pobres en los últimos setenta años.

El momento de inflexión se produjo en la primera década de este siglo. La crisis de Lehman Brothers rasgó la economía mundial y el Fondo optó por convertirse en ariete de la ortodoxia. La arrogancia no pertenece a sus funcionarios, era la tarea que le habían reservado los poderosos para controlar la política económica global.

Deber dinero al FMI ha salido demasiado caro: sólo hay que escuchar a Grecia, Portugal, Argentina, Rusia, México o Brasil

The Economist habla de “crisis de identidad”, diciendo que se trata de una institución paralizada porque es una multilateral que aspira a representar a todo el mundo, a la vez que es un club controlado por los países occidentales (“The IMF faces a nightmarish identity crisis, The Economist, 4/4/23). Las naciones en desarrollo tildan al Fondo de fracasado en las políticas para frenar el cambio climático y la pobreza, e incapaz de impulsar la educación, tres de los retos del pasado milenio y del actual. Se trata de conceptos muy frecuentes en la literatura de los organismos internacionales que el Fondo no ha hecho suyos. El propio presidente de la ONU, el portugués António Guterres, afirma que el FMI es “el abanderado de beneficiar a los ricos y a los poderosos”. Al guardián del sistema monetario internacional se la cuelan todas. El sur ya no es el sur, con China, India y algunos países del Sudeste Asiático desplegando su influencia; y con Latinoamérica y África que se desvelan con visiones antagónicas de lo que debería ser su política. Deber dinero al Fondo ha salido demasiado caro; sólo hay que escuchar a Grecia, Portugal, Argentina, Rusia, México o Brasil, que han sido los más abonados.

El FMI ha quedado paralizado por el eterno dilema entre el capitalismo y la socialdemocracia, recortar gasto social para reducir deuda pública. Uno de los informes presentados estos días en la reunión de Washington dice que cuando se equilibran ambos, las políticas económicas de los países funcionan mejor. Otra cosa es la obsesión de las derechas por la deuda: claro que debe controlarse el déficit público, pero los países deben endeudarse cuando van de capa caída para evitar empeorar el nivel de vida de la gente. En tiempo de bonanza se podrá reducir. Para hacer más suaves los aterrizajes, ya están los Estados y, sobre todo, los organismos multilaterales como éste. 200 años y pico de evolución del ¦capitalismo y 100 de socialdemocracia en Europa no permiten poner en duda que la disminución de las desigualdades es el objetivo primordial de la gobernanza.

Los episodios del Silicon Valley y del Credit Suisse han generado nueva desconfianza entre los bancos y entre todos los jugadores del sistema financiero. La inflación se controla a fin de mantener los tipos de interés altos. En los debates de la semana pasada en la capital política estadounidense se evidenciaba que este no es el parecer de los dos tercios de los países de ingresos bajos, medio ahogados por las deudas contraídas con el Fondo.

Consenso general en favor de que el FMI se sume a "reformas fundamentales"

Existe un consenso general en favor de que el organismo se sume a realizar "reformas fundamentales", como pide Alemania. La mayoría de los países no occidentales y bastantes occidentales piden la reconstrucción del sistema monetario internacional. Critican que del Fondo emanen políticas que fomenten el capitalismo de mercado libre, e impongan el control riguroso del gasto público y del déficit a todos aquellos que recurren a sus créditos.

Los resultados de estas políticas, como sucedió en la crisis de 2008, es la pérdida de poder adquisitivo de gran parte de la población mundial, sobre todo de los más débiles, y la mayor desigualdad social; el coste económico de enderezar la situación es muy superior a los beneficios de las medidas de rigor aplicadas. Ha madurado un consenso para un nuevo modelo del Fondo.