Nuevamente, Venecia hace el ridículo tomando medidas turísticas inaceptables, haciéndose pasar por si estuviera actuando a favor de salvar su patrimonio y adaptándolo al turismo. En unas semanas, el Ayuntamiento impondrá un peaje de cinco euros a todo aquel que entre a la ciudad. Aunque los infractores deberán pagar una multa de 50 a 300 euros, dos cosas resultan risibles. La primera, prácticamente todos quedan excluidos del compromiso por motivos inverosímiles. Y la segunda, el control de haber abonado el pago lo realizarán los agentes municipales, quienes podrán solicitar en cualquier momento por la calle la presentación del boleto.
En cualquier lugar del mundo, tomar medidas para salvar el planeta, hacer sostenible el turismo es mucha palabrería y poca acción. Demasiadas palabras y teorías, pero pocos hechos. En Venecia, los responsables municipales y los del turismo estatal proclaman a diario los esfuerzos sostenibles que realizan, convocan cumbres medioambientales, pero la ciudad ha duplicado en poco tiempo el número de visitantes hasta los 25 millones anuales, y la página web venessia.com indicaba recientemente que en la ciudad quedaban 49.265 venecianos, después de perder 120.000 desde 1950. Vamos, un parque temático o un museo que se está hundiendo hasta el día que caiga por completo si no se toman medidas definitivas
En Venecia, cada día proclaman los esfuerzos sostenibles que realizan, pero la ciudad ya ha duplicado en poco tiempo el número de visitantes hasta los 25 millones anuales
Actualmente, la gran iniciativa consiste en llevar a cabo un nuevo experimento para evitar la masificación. Los sábados y domingos después de Semana Santa, los visitantes diurnos deberán pagar los cinco euros del boleto para poder acceder, que deberán adquirir electrónicamente. La gracia está en la lista de exentos de pagarlo para circular por la Serenísima: los venecianos, sus parientes y amigos; los residentes en el Véneto; los trabajadores que acceden diariamente; los estudiantes; los congresistas; los que van al hospital o a gestionar algún trámite; los deportistas... El experimento durará un mes y posteriormente se evaluará. Me pregunto cuántos pagarán y cuáles son los resultados esperados. Quiero decir, ¿cuántas multas serán capaces de cobrar los municipales por la calle? ¿Qué se hará con el dinero? ¿Está previsto imponer la medida los 365 días del año? ¿Qué porcentaje de desmasificación se producirá? Me imagino la escena: “Potete mostrarmi il biglietto d'ingresso a Venezia, per favore?”. “Das Ticket für was”. Marcello Mastroianni, manos en el bolsillo por el Puente de los Suspiros.
Algunos dirán que el estereotipo italiano marca las tintas, pero hoy no va de eso. La ciudad ha arriesgado varias veces ser excluida de la lista de lugares patrimonio de la humanidad donde está inscrita desde 1987. Retiró en tiempo de descuento los cruceros que pasaban por el Gran Canal frente a la plaza de San Marcos. Después de retrasar sine die la puesta en marcha de los tornos de acceso a sus calles y puentes y hacer pagar a los visitantes de 3 a 7 euros, fueron vandalizados el día de la inauguración y nunca más se ha oído hablar de la epopeya
Venecia ha arriesgado varias veces ser excluida de la lista de lugares patrimonio de la humanidad donde está inscrita desde 1987
¿Qué más decir? El proyecto de los diques móviles Mose para defenderse de las acque alte y frenar la marea retardó su construcción hasta el 2020. Silvio Berlusconi lo impulsó en 2003; por el camino quedaron atrapados muchos políticos y empresarios. El hecho es que construir los diques hidráulicos que cierran las tres bocas de la laguna veneciana cuando la marea sube por encima de los 10 centímetros ha costado el doble de lo presupuestado; también se retrasó la construcción del segundo dique que sirve de barrera para evitar que se inunde la plaza de San Marcos.
En el blog de venessia.com se puede leer: "¿Quiénes somos los venecianos? Arrogantes o románticos. Descarados o buenos cronistas. Esto y más". En cualquiera de los casos, pocos de sus gobernantes han sido conscientes de que la hermosa y ducal ciudad-república fue construida hace mil años sobre pilotes y madera, apuntalada sobre la marcha con piedras y cemento, y que se está cayendo a pedazos porque diariamente la pisan 100.000 personas. Se hunde en el fango de la historia. Huele por todas partes. Se ha convertido en una ciudad encantadora, cada vez más atractiva para los visitantes que ya la contemplan como un museo o un parque temático. Sin embargo, los venecianos desertan y sus mejores palacios han pasado a manos de las firmas de moda más importantes del mundo que los usan una vez al año para desfiles. Nunca se buscan los fondos suficientes para la gran operación de salvamento definitivo; hoy no, mañana, dicen. Menos aún cuando los avances del cambio climático hacen estragos en muchos lugares turísticos. Los negacionistas deberían saber que de las 25 peores acque alte registradas en Venecia desde 1900, la mitad han ocurrido en los últimos diez años
Capacidad de carga
Una de las sorpresas de los planificadores y consultores es el escaso interés que han tenido las autoridades turísticas en redactar y hacer cumplir la capacidad de carga. Es decir, ¿en las condiciones actuales cuánta gente puede visitar el lugar y cada uno de sus sitios? Está claro que se debe preservar la actividad turística en lugares donde las ciudades tienen un alto grado de atractivo. Pero lo que clama al cielo es que las políticas turísticas de muchos lugares no sean conscientes de que es mil veces mejor reducir ahora el número de visitantes a su capacidad actual de carga que permitir la sobresaturación, dejar que se degrade y perder para siempre el futuro. Tanto para sus habitantes como para los turistas. Que todo cambie para que no cambie nada. El Gatopardo. El conde de Lampedusa.