Viajes extremos, servicios mínimos

Causas y consecuencias del triángulo fatal entre el turista, la agencia de viajes y la aseguradora

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Unos cuantos episodios desgraciados de viajeros en busca de experiencias extremas en los últimos tiempos nos sitúan ante un triángulo fatal: el turista que quiere salir de la rutina, la agencia de viaje organizadora y la compañía aseguradora. El triángulo no funciona.

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Algunas agencias italianas conducían a los turistas a primera línea de fuego en los noventa en la antigua Yugoslavia; en dos horas en coche o autobús desde Kiev te llevan hoy a visitar la zona de Chernóbil; vehículos de alta cilindrada te conducen por el peor y mejor Soweto en Sudáfrica, enseñándote las casas del obispo Desmond Tutu, Mandela y su exesposa, Winnie Mandela, y las alcantarillas abiertas en medio de las calles; a cualquier edad, te hacen la primera inmersión submarina en las Maldivas o en Sharm el Sheik, en el Mar Rojo; monitores de compañías nórdicas te acompañan en el buceo bajo el hielo del Mar Blanco incluyendo la visita a las islas y al monasterio de Solovetsky; por 60.000 euros te suben al Everest, da igual la condición física que tengas, aunque puedes morir en el intento como el personaje de la película dirigida por Baltasar Kormákur en 2015; en la ciudad turística de Pattaya en Tailandia, donde el otro día murió un saltador BASE inglés de treinta y tres años, te puedes tirar desde un vigésimo noveno piso de un rascacielos; en Colombia está ampliamente desarrollado el turismo carcelario.

Todo el mundo tiene derecho a ir donde quiera. Pero, hay que distinguir. Primero, no es lo mismo el turismo extremo que las experiencias no convencionales, aunque a veces se parecen como dos gotas de agua. Y segundo, todo tiene un riesgo, pero cada persona debe discernir cuál asume a partir de su condición física y anímica, del entorno donde desea viajar o de la situación de la comunidad de destino. En cada caso, se deberán tomar todas las medidas y asumir el costo real de prevenirlas al máximo.

"No es lo mismo el turismo extremo que las experiencias no convencionales, aunque a veces se parecen como dos gotas de agua"

Bajar en bicicleta por el camino de la muerte de Bolivia

Para un experimentado en el descenso de los ríos, hacer rafting es pan comido, y, en cambio, puede ser mortal para otro que no tiene aptitudes; lo mismo le pasa a un ciclista habituado a hacer montaña que puede cubrir los 80 kilómetros de recorrido con un desnivel de 3.500 metros desde La Paz a Coroico haciendo el Camino de la Muerte en Bolivia sin despeinarse, mientras se despeñan por estos barrancos un centenar de personas cada año; para un actor como Àngel Llàcer la shigelosis infectada en Vietnam le ha llevado hasta el extremo, mientras a su lado miles de turistas que han viajado a este país no han sufrido ninguna enfermedad.

Ir a una zona de alto conflicto, como hicieron las dos farmacéuticas de Barcelona y el químico de Girona en Afganistán hace unas semanas, tiene un riesgo elevado; es verdad que iban organizados, pero esto no deja de significar que en cualquier momento el peligro de las luchas internas se puede desatar. ¿Culpa de ellas?... Sabían con qué se podían encontrar y se lo encontraron. No es el mismo caso de las dos turistas de Lloret que tuvieron la mala fortuna de que un globo se precipitara en Capadocia; era de madrugada en Göreme, en octubre de hace dos años, y fue un verdadero infortunio que puede suceder en cualquier lugar del mundo con mínima probabilidad. La casualidad es una cosa y el riesgo, otra.

"La casualidad es una cosa y el riesgo, otra"

La pancreatitis que contrajo hace tres meses el vasco Àlex Garcia en Bangkok es otro infortunio; acaba de salir ahora de la UCI del hospital de Cruces de Bilbao cuando hace noventa días estaba entre la vida y la muerte y el servicio médico militar español lo rescató y lo trajo a casa. ¿Es justificable la intervención del ejército? Claro que sí; el estado del bienestar debería cubrir estos aspectos cuando los ciudadanos se encuentran indefensos, sea donde sea. ¿Eso significa que el sector público debería hacerse cargo de todo el mundo que se rompe la pierna subiendo a la montaña en situaciones peligrosas, está a punto de ahogarse en el mar por no haber hecho caso de la bandera roja, o se pierde en un bosque buscando setas? Distingamos. Debe dar apoyo público siempre que sea necesario; ahora bien, la fiesta la debe pagar el accidentado -o su compañía de seguros- si no ha tomado las medidas mínimas y necesarias, si no ha asumido adecuadamente los riesgos y si ha tentado una temeridad.

Aquí es donde entran en juego los otros dos vértices del triángulo, las agencias de viaje y las compañías de seguros. Cuando el turista extremo descubre un lugar que presupone satisfará su afán, puede organizarse por su cuenta la gestión del periplo, aunque en la mayor parte de las veces lo confía a una agencia experta a cambio de un costo; de ahora en adelante, aparte de convertir el periplo en algo confortable, esta deberá evaluar los riesgos y tomar todas las precauciones para evitarlos; incluso, haciéndole desistir si estos son incontrolados. Hay agencias profesionales y otras que lo son menos; agencias conscientes y otras que son inconscientes; agencias que aplican KPI adecuados en cada momento y tienen en cuenta todos los elementos que rodean una experiencia y otras que no saben ni qué son estos indicadores.

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¿Quiere un seguro? Una vez se ha adoptado el calendario del viaje y las actividades, llega la última parte; justo antes de pagar, hacen la pregunta: "¿quiere un seguro"? Esta parte es sustancial, y el cliente, a pesar de su importancia, le dedica unos segundos o algún minuto. La tramitación de la póliza es rápida y muy a menudo obscena: la mayoría de los viajeros la minimiza, al estar ausente en el acto un experto que valore detalladamente los riesgos de la experiencia y le ponga un costo real. Después de repasar algunas pólizas, hemos llegado a la conclusión de que por cuatro duros -bastante menos del 10% del costo global del viaje- se ofrecen seguros que cubren la asistencia médica, el desplazamiento y alojamiento de acompañante, la repatriación y otros servicios... con el límite de 3.000 euros. ¿Alguien cree que esta cantidad da para cubrir gastos de un contratiempo medio a más de 1.000 kilómetros a la redonda? Nada que ver con el riesgo real. El negocio de las compañías de seguros consiste en que todos los viajeros adopten una póliza, aunque sea de pequeña cantidad, sabiendo que tendrán que gestionar un porcentaje mínimo -eso sí, más tarde que temprano-. Si un profesional evaluara cuidadosamente los riesgos reales de un viaje extremo, el costo se encarecería de tal manera que pocos acabarían realizándolo.

"Si un profesional evaluara cuidadosamente los riesgos reales de un viaje extremo, el costo se encarecería de tal manera que pocos acabarían realizándolo"

No hay vuelta de hoja. Se debe acabar con la complicidad actual de los vértices del triángulo que hace que el viajero quiera una experiencia extrema a bajo precio, que la agencia de viajes desee que el cliente firme cuanto antes mejor, y que la compañía de seguros se conforme con pólizas pequeñas que no cubren los riesgos reales y le ofrecen alta rentabilidad. Y dentro de esta complicidad, también se debe acabar con que los servicios públicos socorran a todo el mundo, cuando quienes se deben hacer cargo son los usuarios imprudentes o sus coberturas de seguros.

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