La irrupción en el mundo occidental del coronavirus conocido como SARS-Covi-2 ha provocado un hundimiento sin precedentes en los mercados financieros. Caídas que no habíamos visto ni durante la crisis financiera del 2008 han asolado los parqués europeos; sin ir más lejos, la bolsa española sufrió un descalabro récord del 14% el pasado 12 de marzo. Con todo, esta no es la única interacción entre este minúsculo fragmento de ARN envuelto con lípidos y proteínas y el mundo de las finanzas, sino que todavía hay una de más directa y sorpresiva: los bonos catastróficos.
"Del mismo modo que los inversores pueden adquirir bonos emitidos por un Estado o una empresa, también pueden comprar bonos vinculados a grandes catástrofes como terremotos o huracanes"
Puede parecer una broma, pero del mismo modo que los inversores en los mercados financieros pueden adquirir bonos emitidos por un Estado (deuda pública) o por una empresa (deuda corporativa), también es posible comprar bonos vinculados a grandes catástrofes como por ejemplo terremotos o huracanes. En realidad tiene mucho sentido. Explicado de forma sencilla y prescindiendo de los artificios, cuando hay un riesgo de que un territorio determinado pueda sufrir -como alguna de las situaciones mencionadas- y ninguna aseguradora tiene capacidad para hacerse cargo de la cobertura de los daños a causa de su ingente volumen, es cuando entran en juego los llamados "bonos catastróficos". El primer paso es hacer una valoración del coste que tendría la reconstrucción del lugar asolado por la desgracia natural, y después este importe se desmenuza en títulos financieros que ofrecen una determinada rentabilidad anual a los inversores que compren. Si durante el periodo pactado -por ejemplo, cinco años- no se ha producido la catástrofe natural, los inversores recuperan la inversión inicial, que hasta entonces había sido inmovilizada e invertida por si era necesario utilizarla. En caso contrario, si durante la vida de estos bonos se produce el siniestro, la operación se cancela y los inversores dejan de percibir los intereses además de perder todo el capital aportado, que es destinado de forma inmediata a paliar los efectos negativos del acontecimiento.
Este producto financiero constituye una solución ingeniosa para cubrir riesgos que ninguna entidad ni pool de entidades tiene capacidad para asumir y a la vez, ofrece una propuesta de elevada rentabilidad a los inversores. Además, aporta un valor adicional muy apreciado por quienes gestionan grandes bolsas de dinero: la descorrelación. En otras palabras, que los bonos catastróficos sean más o menos rentables no depende de la evolución de los tipos de interés, ni de los índices bursátiles, ni de ninguno otro factor presente en la economía, sino que su resultado está vinculado a un factor externo que podemos considerar aleatorio cómo es el comportamiento de la naturaleza. Es en casos como estos en qué el tan denigrado concepto "especulador" coge un valor positivo, porque es gracias a quien apuesta contra acontecimientos naturales que se pueden acumular recursos para intentar paliar los efectos adversos de un desastre.
Pues bien, los bonos catastróficos están de vigente actualidad porque durant el pasado año 2017, el Banco Mundial hizo una emisión de 425 millones de dólares de esta clase de bonos donde, precisamente, el acontecimiento a cubrir eran los efectos de una pandemia, justo el escenario en que nos encontramos estos días. Desde el punto de vista formal, la denominación no era de bonos, sino de "Pandemic Emergency Financing Facility", y preveía una serie de riesgos cubiertos, como eran la gripe pandèmica, el filovirus, el coronavirus y un grupo de enfermedades locales africanas. El vencimiento previsto era julio de 2020 y los inversores obtenían una rentabilidad anual de entre el 7% y el 11% por encima del Libor (es el interés de referencia del mercado de Londres, el equivalente en libras esterlinas del Euribor), en función de la modalidad adquirida.
"El año 2017, el Banco Mundial hizo una emisión de 425 millones de dólares en bonos catastróficos y preveía gripe pandèmica, filovirus, coronavirus o enfermedades locales africanas"
Según la letra pequeña del producto -que hay mucha, porque sólo el prospecto tiene casi 400 planas- en una de las series de bonos hay que esperar 12 semanas desde la emisión del informe de situación de la OMS para cancelar la operación y empezar a aplicar el dinero, una circunstancia que se tenía que producir este lunes y que implicará que los inversores hayan perdido el dinero. Que exista este requisito ha provocado muchas críticas entre los expertos, porque a la práctica se traduce en una demora que acaba provocando muchas víctimas mortales. Pero otra serie de estos bonos todavía tiene un requisito que plantea más dudas morales, puesto que según las especificaciones, la operación financiera no se cancelará hasta que no se hayan producido 2.500 víctimas mortales causadas por el virus en cuestión.
Más allá de estas características concretas asociadas al diseño de los bonos, que nos pueden parecer poco aceptables, los bonos catastróficos resultan útiles porque cubren un vacío en el mercado de la cobertura de riesgos, a la vez que aportan una inversión útil a los gestores de fondos.