En nuestro imaginario colectivo, viajar se ha convertido en el sueño cotidiano más frecuente, y ahora que estamos en pleno verano, esta práctica se encuentra en su momentoálgidodel año. No hay instastory que no muestre una playa paradisíaca (o mejor, de la Costa Brava), una montaña idílica, una sala de un museo, un landmark típico de cualquier capital europea o una celebración festiva de un lugar remoto de las islasBaleares. Los anuncios de la televisión no paran de bombardearnos con imágenes de parejas enamoradas y familias fantásticas que parece que, sólo por estar fuera de casa, son diez veces más felices de lo que podrían ser en su vida habitual.
Antes, el viaje del verano se hacía en un lugar cercano, de la costa o de la montaña, donde las personas viajaban por un objetivo concreto: bañarse, esquiar, respirar aire puro de los Pirineos o visitar a familiares que vivían lejos. Las vacaciones eran más largas y en contadas ocasiones se visitaba un museo o una torre o un castillo del siglo XI. Viajar no parecía más que la necesidad de salir de casa, de "cambiar de aires" y poder disfrutar, durante unos días, de las ventajas que proveía al otro lugar donde se residía durante, normalmente, todo el mes de agosto. Ahora, las vacaciones se han convertido en una actividad que, aunque no siempre, en la mayoría de las ocasiones acaba resultando agotadora.
Hay tres aspectos que son relevantes cuando pensamos sobre la práctica del turismo: la vivencia, el estatus y el planeta
Sólo en 2021, un año flojo para el sector debido a las consecuencias de la pandemia, el turismo y los viajes supusieron aproximadamente 5.800 millones de dólares estadounidenses en el PIB mundial. Por tanto, estamos hablando de una de las industrias más potentes del mundo, y es la industria predominante del sector terciario en todo el mundo. Además, España es, junto con Japón y Estados Unidos, uno de los países líderes en turismo a escala mundial, siendo el territorio catalán en particular uno de los territorios más visitados, especialmente por la ciudad de Barcelona y la Costa Brava. Hay tres aspectos que son relevantes cuando pensamos sobre la práctica del turismo: la vivencia, el estatus y el planeta. Empecemos.
Vivencia
"Tenemos que visitar tres museos, hacernos una fotografía con la torre de Pisa y hacer un taller de pasta por la tarde". "Ostras, hoy no hemos hecho nada, sólo hemos visitado tres de las ocho cosas que teníamos apuntadas". "Yo con estos no viajo más, que van muy tranquilos y yo, durante las vacaciones, quiero ver cosas". Éstas son frases que todos hemos dicho u oído decir en algún momento de nuestra vida. Y es que la vivencia del viaje ya no reside en el flaneur baudeleriano que vaga por las esquinas de la ciudad observando la fisonomía de la ciudad que le rodea, sino más bien una especie de tour laberíntico por todo aquello que “no te puedes perder de ninguna manera” si vas a Florencia, Viena o Copenhague. La contraposición de esta práctica sería el flaneur de Baudelaire, aquella persona anónima que vaga por la ciudad, observando desde su propia subjetividad lo que le rodea. Pero el flaneur, al contrario del turista, es quien se deja maravillar por su entorno; no busca atracciones turísticas, sino que encuentra, en su vagar, a personas o situaciones que le interpelan. Para recuperar la vivencia genuina del lugar, deberíamos ser menos turistas y más flaneurs.
Estatus
¿Por qué tenemos esa necesidad impetuosa de viajar? Desde hace unas décadas, viajar se ha convertido no sólo en una experiencia única que nos permite alejarnos de nuestras rutinas y hacer todo lo que durante el año no tenemos ocasión de hacer, sino que se ha convertido en una cuestión de clase. Viajamos para vivir lo mismo que vemos que viven las personas en las películas, las canciones y en las historias de Instagram. Vamos lejos de casa pensando que allí encontraremos lo que no tenemos: sensaciones únicas, experiencias increíbles, romper con la rutina... pero lo que no pensamos muchas veces es que el problema quizás no se soluciona huyendo con una dosis de exotismo, sino preguntándonos: ¿por qué no soy así el resto del año? La profesora de filosofía de la Universidad de Durham, Emily Thomas, explica que viajar es un encuentro con lo desconocido, que nos muestra la alteridad y nos ofrece una sensación inmediata de cosas que nunca hemos experimentado. Así, para ella, viajar nos obliga a ampliar y repensar lo que ya sabemos, contrastando nuestra experiencia personal con nuevas realidades. ¿Pero es siempre ésta nuestra única motivación a la hora de visitar nuevos rincones del mundo? En algunas ocasiones, viajar se ha convertido así en una cuestión de estatus, una práctica que denota no sólo la capacidad adquisitiva de poder viajar y viajar lejos, sino de tener la práctica incorporada en nuestras vidas. "Nosotros viajamos mucho" o "viajan mucho, tienen mucho dinero" son algunas analogías que llevamos a cabo cuando hablamos socialmente del hecho de viajar. Un estudio de la Universidad de Barcelona se recoge la visión del sociólogo y profesor de Geografía Humana Daniel Hiernaux, quien explica cómo la geografía del turismo ha caído en el error de considerar el turismo estrictamente como una actividad económica, dejando de lado su poder como constructor de sociedad y de relaciones sociales. Así, el acto del turismo no sólo tiene relación con la vivencia directa y la evasión de nuestra rutina, sino que también nos permite crear un relato y posición dentro del grupo a partir de la forma y las razones por las que llevamos a término esta práctica.
Planeta
Más allá de lo que se ha convertido en la práctica de viajar como vivencia y como signo de estatus social, hay un aspecto del acto de viajar que no hemos tenido en cuenta: el impacto en el planeta. Según datos de la Organización Mundial del Turismo, sólo en el sector transporte las emisiones pueden crecer un 45% hasta 2030, representando un total del 22% de las emisiones totales del sector transporte. Además, en términos de biodiversidad, encontramos cómo la presencia humana en varios espacios naturales protegidos está provocando una afectación muy grande sobre el medio (flora y fauna), algunos ya no recuperables. En este aspecto, creo que el documental “La Gran Evasió” explica de forma crítica pero divulgativa los efectos de este tipo de acciones en el territorio catalán. Además, no sólo se produce una contaminación climática cuando viajamos, también existe un gran impacto social en muchos territorios en materia de pérdida de identidad cultural, adaptación a un tipo de turismo de masas o perpetuación de las desigualdades de territorios ya empobrecidos antes del boom turístico. El turismo ha permitido a muchos países conseguir un nicho para explotar sus recursos nacionales, pero también ha dañado paisajes y ha erosionado zonas que antiguamente habían sido parajes naturales protegidos, además de ofrecer condiciones precarias para las personas que habitan la región y se ven sin otra alternativa que no implique trabajar en el sector turismo, sea directa o indirecta. El ecoturismo es una nueva fórmula que se ha popularizado en los últimos años para conciliar la práctica de viajar con la protección y preservación del medio, y estamos viendo las primeras iniciativas en esa dirección. Veremos si son suficientes para conseguir un equilibrio entre objetivos, y pueden permitirse continuar explorando nuevos territorios sin contaminar ni perjudicar a la región.