Es una realidad que las ciudades utilizan estrategias de marketing y branding que les otorgan una identidad única, buscando una simbología que reproduzca su esencia y, como resultado, logrando posicionarse como “marcas” exitosas con más o menos éxito.
De esto, en Barcelona sabíamos mucho; recuerdo, de más joven, que los telediarios y diarios hablaban mucho de “la Marca Barcelona”, lo que, a mí, personalmente, me hacía sentir orgulloso y partícipe de algo más grande. Entre otros muchos éxitos, fuimos capaces de organizar lo que, a mi parecer, han sido los mejores Juegos Olímpicos de la historia, que a su vez fueron un ejemplo para el mundo de cómo se puede reordenar por completo una ciudad, de cómo la colaboración público-privada puede con todo, de cómo es posible unir a la ciudadanía por un objetivo común.
Así pues, además de las estrategias y posicionamientos de marca, creo firmemente que la parte fundamental del éxito de una ciudad es su autoestima colectiva.
Últimamente, parece que es tendencia, con la inmediatez de las redes, criticar, poner en duda y llevar la contraria, hablar de “cómo de mal se hacen las cosas” o “cómo de mal estamos”, y a largo plazo este círculo vicioso puede generar algo muy peligroso: que nos lo creamos.
Sería una pena que olvidáramos de lo que somos capaces como ciudad y dejáramos de creer en el poder de “la Marca Barcelona”.
Es cierto que nuestra ciudad debe afrontar muchos retos que ponen a prueba la convivencia y la prosperidad de nuestros vecinos. En una economía global, estos retos son más difíciles de combatir, porque tienen muchas aristas que escapan del control de nuestros gobernantes. No obstante, si se trabaja con responsabilidad y con el asesoramiento de todos los actores implicados, las probabilidades de éxito aumentan.
Uno de los mayores problemas que tenemos es el acceso a la vivienda. Tenemos una ciudad que es una máquina de atraer talento, disfrutamos de una gran calidad de vida y de muchas oportunidades laborales, hechos que incrementan la presión sobre la demanda de vivienda de calidad; hay algunos factores demográficos que ayudan a explicarlo (por ejemplo, cada vez hay más personas que optan por no tener pareja y hay más familias monoparentales), y otros del mismo mercado, y también es cierto que la demanda no solo proviene de locales o nacionales, sino también de extranjeros recién llegados.
En cualquier economía que pretenda crecer y progresar se necesita talento; talento local y extranjero. De esto también hemos sabido mucho en Barcelona. Hemos sido siempre una ciudad cosmopolita, abierta e integradora que ha recibido con los brazos abiertos a todos aquellos que han venido a aportar su granito de arena.

Recientemente, durante una conferencia sobre el futuro de las oficinas, surgió una pregunta muy interesante desde el público: ¿Las empresas que se establecen en la ciudad tienen en cuenta las necesidades habitacionales de sus empleados?
“En cualquier economía que pretenda crecer y progresar se necesita talento; talento local y extranjero”
La respuesta fue que sí, no es la única, pero es una variable más que tienen en cuenta a la hora de decidir implantarse en nuestra ciudad. Así, la falta de vivienda no solo supone un grave riesgo para los barceloneses, sino que, además, puede suponer un freno para nuestra economía a medio plazo.
¿Soluciones? Las hay; y todas implican diagnosticar dónde está el problema y sentar a todos los actores implicados a hablar.
En el mismo coloquio que comentaba unas líneas más arriba, se explicó que en Barcelona el stock de oficinas ha crecido en los últimos años, mientras que el de vivienda de nueva obra, prácticamente no se ha movido. En otras palabras: el sector intenta dar respuesta a esta demanda de vivienda de calidad, pero no es capaz. Las razones son muchas, pero principalmente provienen de una regulación que parece no ser capaz de diagnosticar el origen del problema.
En el centro de Madrid, por ejemplo, en los últimos 2 años aproximadamente 300.000 m² del stock de oficinas (en gran parte obsoleto), han transformado su uso, principalmente a residencial, para adaptarse a las nuevas necesidades de espacios de calidad en la ciudad.
Para contextualizar, en la ciudad condal tenemos lo que posiblemente sea el mejor y más moderno stock de oficinas de España, principalmente ubicado en el distrito 22@ (que es un ejemplo para el mundo de reconversión urbana y mezcla de usos en sí mismo), mientras que al mismo tiempo, en el centro de la ciudad, tenemos edificios de oficinas de los años 70-90, totalmente obsoletos y lejos de lo que demandan las empresas actualmente.
Estos serían edificios perfectos para reconvertir a residencial, aumentando así la oferta, y aliviando la presión sobre el precio de la vivienda.
Pero no es la única propuesta: hay muchas otras políticas que se podrían implementar y tenemos algunos ejemplos de su funcionamiento en España y en el extranjero.
Estamos ante una oportunidad única para, manteniendo nuestra esencia y nuestra diversidad de opiniones, llegar a un “consenso de ciudad”, reordenarla de nuevo (como ya hemos hecho en el pasado), llegar a acuerdos de colaboración público-privada y unir a la ciudadanía por este objetivo común.
“Tenemos edificios de oficinas de los años 70-90, totalmente obsoletos y lejos de lo que demandan las empresas actualmente”
Lo único que tenemos que hacer es mirarnos a nosotros mismos para recordar de qué somos capaces, recuperar algo tan nuestro como ha sido siempre la autoestima colectiva y levantarnos “bien de mañana, bien de mañana” y ponernos a trabajar con este objetivo común.