Hace unas pocas semanas publicamos un artículo que, bajo el título de Orden + contraordre = desorden intentaba poner de manifiesto como se podían cometer graves errores en la manera de dar las órdenes. Eso sí, nos metíamos poco con el contenido de las órdenes, y nos limitábamos a mostrar que "así, no!". Lo que ha ido pasando en los días siguientes nos ha dado la razón con creces, lamentablemente. Cómo exponemos a continuación.
La mentalidad castellana es, de por sí, "reglamentista", es decir, quiere determinar con pelos y señales lo que hay que hacer mediante el uso de un reglamento con todos los detalles del mundo. En el caso de la crisis del covid-19 esto se concreta en detallar horarios, número de personas, concretar el hecho de llevar mascarillas o no, donde hay que llevarlas y dónde no, donde se puede ir y dónde no se puede ir, y un largo etcétera; detalles, estos, que han sido fuente de innumerables bromas y chistes. Por ejemplo, podemos ir a un bar con amigos, pero no podemos hacer deporte juntos; podemos ir a un bar a tomar cervezas, pero no podemos ir a pasear cerca porque es otra región sanitaria. Y nos dejábamos la densidad de población (que ya de por si, es un cálculo que se hace pesado para mucha gente).
"La mentalidad castellana es, de por sí, "reglamentista", quiere determinar con pelos y señales lo que hay que hacer mediante el uso de un reglamento con todos los detalles del mundo"
Roda de Ter es un pueblo que, en un momento determinado, en 1805, se dividió de manera absurda en dos municipios: Roda de Ter y Masis de Roda. Roda de Ter es el casco urbano, tiene quizás un par de km2; y tiene cerca de 6.000 habitantes. Ya se ve que tendrán que guardar horario. Masis de Roda, es el conjunto de tierras que rodean Roda, y que esencialmente son casas de labrador, con algún pequeñísimo casco urbano, y no llegan a los 100 habitantes por km2. No hace falta que guarden horario.
Por si fuera poco, en la carretera de Vic a Roda, cuando se llega al pueblo, la calle por la que se entra (La Creu de Codines), la banda oeste pertenece al municipio de Gurb, y la banda este es de Masies de Roda; y algo más abajo, ya son los dos lados de Roda de Ter. Podéis decirnos por qué siete sueldos alguien que viva, por ejemplo, en el número 52 de esta calle (que pertenece a Gurb) no tiene que poder cruzar la calle ni bajar hacia Roda? Estas absurdidades reglamentistas desgraciadamente las crean los reglamentos, que curiosamente suponen un trabajazo que nos podríamos ahorrar.
En Catalunya no lo somos, de reglamentistes, pero a veces lo parecemos. Si miramos el momento en qué pudimos disfrutar de un Estatuto de Autonomía, siempre hemos tenido la impresión que quisimos hacer las cosas igual que Madrid, pero mejor hechas. Creemos que, hasta un cierto punto, lo conseguimos; pero también creemos que se tenían que haber hecho de otro modo, menos "reglamentista", más al estilo anglosaxón y porque no, nostrado. Lo que decíamos el otro día: pocas normas, claras, y no las cambiéis cada cinco minutos, por favor.
La división por provincias que quería Madrid era absurda; pero la de las regiones sanitarias, también. Algo menos, pero también. Y del descalabro de que se puede hacer y que no se puede hacer, ni hablamos, es de un absurdo que asusta.
Hace años, uno de los más brillantes ministros que ha tenido Francia en la época gaullista, Alain Peyrefitte, escribió un libro (Le mal français) donde daba (entre muchos otros) un magnífico ejemplo de reglamentismo desgraciado. En Francia, los hospitales, residencias de abuelos, entre otros, tenían que estar orientados hacia el Sur para aprovechar mejor el Sol. Parece una buena norma, en principio. Sólo que, esto también se aplicaba en los territorios de Ultramar, entre los que hay la isla de la Reunión, que es al hemisferio sur; y que, por lo tanto, allí, orientar un hospital hacia el sur no tenía ningún tipo de sentido. Si alguien nos dice (hace años nos lo dijo un colega) que en la disposición legal había que haber añadido la distinción entre los dos casos de hemisferio sur y hemisferio norte y así se arreglaba el problema, es que ya tiene la enfermedad del reglamentismo de manera incurable. Y además la tiene con todos los síntomas, desgraciadamente!
El pasado domingo a las 11 en el rato permitido de paseo de uno de nosotros por Barcelona, la hora de los "viejos"), vimos de todo. Familias con niños, ciclistas de todas las edades, motoristas pasando por calles que hoy son de peatones, gente con perro y gente sin (por cierto, que antes había muchos amos de perros que recogían los excrementos de estos animales; ahora, deben de pensar que los excrementos matan al coronavirus). Este desgavell es el resultado de unas órdenes complicadas, difíciles de cumplir, fáciles de saltárselas porque, además, hay poca vigilancia, y también, para acabarlo de rematar, fruto de rectificaciones constantes que hacen que nadie sepa exactamente qué se supone que puede o tiene que hacer y qué no.
"La abundancia de normas, mucha gente dirá que es una actitud paternalista. Peor que esto: en lugar de intentar hacer que la gente internalice los motivos para hacer una cosa, mejor dar normas, en ocasiones absurdas, "porque así lo determina la superioridad""
Razones? Explicaciones? Poquísimas! Y de hecho, si nos lo permitís, creemos que sólo se tendría que dar una: no os acerquéis a menos de dos metros de nadie con quien no vivís, si no lleváis los dos mascareta. La abundancia de normas, mucha gente dirá que es una actitud paternalista. Es cierto, pero es peor que esto: consiste en el hecho de que, en lugar de intentar hacer que la gente internalice los motivos por los que tiene que hacer algo, mejor dar normas, que en ocasiones serán absurdas, "porque así lo determina la superioridad". Y eso sí, ahora toca hacerlo aunque sea absurdo.
Desgraciadamente, esta enfermedad, desde hace unos cuántos años, se ha ido introduciendo dentro del mundo de la empresa. Normativas y más normativas. Indicadores y más indicadores. Tan sencillo cómo es saber qué se quiere conseguir, explicarlo bien, hacer que la gente lo sienta como propio, formarlos, y dejarlos hacer. Peyrefitte, unos años después del libro mencionado, escribió otro libro (La societé de confiance) donde argumentaba que el desarrollo de los países del primer mundo se debía a que se había creado una "sociedad de confianza" entre las personas y las empresas. La "decadencia" de Occidente, la pérdida de su importancia relativa, ¿no podría ser debida a que esta confianza ha ido desapareciendo, y ha sido sustituida por contratos, indicadores y sistemas de incentivos?