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Cómo implantar el teletrabajo de manera real (si quien decide no cree en él)

El experto en teletrabajo David Blay critica la nueva norma del Gobierno español y apunta que habría que permitir a los trabajadores ejercer su profesión desde casa si son eficientes

Muchos han aprendido a teletreballar durante la pandemia | iStock
Muchos han aprendido a teletreballar durante la pandemia | iStock
Valencia
25 de Septiembre de 2020

Por desgracia, lo que publicamos hace menos de un mes se ha cumplido: el Real Decreto Ley que regula el teletrabajo ha sido como esperábamos. Lo que quiere decir que no soluciona ninguno de los problemas reales de las personas que ejercerán su trabajo en remoto. Después de analizar algunos puntos del texto, el resumen es sencillo: al final, para declararse voluntario, la última decisión pertenece a la figura responsable. Y la estadística nos dice que en febrero sólo un 4,8% de las personas teletrebajaban. Pero no porque no quisieran hacerlo. Básicamente era porque o bien no les dejaban o bien no se atrevían a plantearlo.

Que el teletrabajo (y la conciliación. Ahora abriremos ese melón) no constituyan un derecho en medio de una pandemia mundial evidencia que difícilmente lo serán a corto plazo. El hecho de ser reversible puede llevar a la situación de que un padre o una madre tengan que volver a la oficina mientras sus hijos permanecen en casa a consecuencia de una cuarentena escolar. ¿Y qué hacemos ahí? ¿Los exponemos a los abuelos, grupo de riesgo? ¿Contratamos (si tenemos dinero) a alguien que los pueda vigilar? ¿O pedimos por anticipado a nuestro compañero que nos cubra, generando mal ambiente?

Además, lo que tendría que ser el proceso lógico (empezar por un día de trabajo remoto para ir adaptando a quien nunca se ha gestionado así) quedará fuera de la legislación, puesto que sólo a partir del 30% de la jornada se considerará teletrabajo. Lo que puede convertirse en una trampa: yo como empresario te digo que puedes quedarte un día en casa pero no te pago los gastos porque la ley no me obliga a hacerlo.

"La norma actuará como una trampa: yo como empresario te digo que puedes quedarte un día en casa pero no te pago los gastos porque la ley no me obliga a hacerlo"

Hablamos de otra contradicción. Se escribe de negociar la flexibilidad laboral pero se obliga a fichar las horas trabajadas y se permite al empleador vigilar con todos sus medios. Y, al tiempo, se garantiza el derecho a la desconexión digital. ¿Alguien me puede explicar cómo podremos desconectar si tenemos un horario flexible? Y si no lo tenemos, ¿qué diferencia hay entre sentarse ocho horas en una silla, en el lugar donde solemos ejercer o aquel en el que vivimos?

No quiero dar la sensación de que los empresarios son los malos y los trabajadores, las víctimas. Es más, todos conocemos gente que si no estuviera integrada en un colectivo, quizás hubiera sido despedida años atrás. Pero lo cierto es que, en el caso concreto del teletrabajo, la carencia de confianza de los jefes es evidente desde hace décadas.

Llegados aquí, pensamos cómo lo hemos pasado cada uno de nosotros en la pandemia. Cuántos teníamos un despacho en casa. Cuántos una silla en condiciones. Cuántos, que somos padres, teníamos equipos suficientes (ordenadores, tablets y teléfonos) para compatibilizar nuestra actividad profesional y las clases online de nuestros hijos. O a cuántos nos llegaba el ancho de banda para todos.

Y miremos ahora una estadística escondida, porque no la conoceremos hasta de aquí a unos meses: cuánta gente sufre hoy mal de espaldas y no ha pedido la baja por miedo a perder el trabajo. Y como, al no especificar qué tipo de material deberán de tener los empleados en casa, continuarán haciéndose daño hasta que no puedan más. O no haya vuelta atrás.

¿Cómo debería de ser la ley, al menos en sus orígenes? Posiblemente permitiendo los trabajadores ejercer su profesión desde casa si pueden demostrar ser eficientes en un periodo de prueba. Haciendo que los gastos que pagarán las compañías se centren en el lugar integral de trabajo y no sólo en la tecnología. Generando una formación desde el Estado para dotar de habilidades a la gente ante una nueva manera de afrontar su trabajo. Estableciendo ayudas (y no palos en las ruedas) en la compra de equipos y software remotos. Legislando para que la flexibilidad se pueda ejercer siempre que se cumplan los objetivos que se plantean (la tecnología nos deja enterarnos de sobra)...

Pero, sobre todo, negociando con personas e instituciones que saben desobra lo que pasa en la calle. Malasmadres, la Asociación Española de Racionalización de Horarios, el ecosistema de startups. Y tanta gente que lleva años no sólo hablando del tema, sino demostrando que, como dijo Genís Roca en este artículo de VIA Empresa, el siglo XX ya duraba demasiado. Aunque parece que continuamos dentro de él por secula seculorum.