El olor de vainilla que llena los entornos de la basílica de Santa Maria de Mataró no deja lugar a dudas: en la Casa Graupera están trabajando en todo gas. Desde hace 120 años, los artesanos de la familia Graupera endulzan la vida de mataronins con sus populares barquillos, la fama de las cuales traspasa las fronteras locales y es, hoy en día, un producto solicitado por ciudadanos de toda Cataluña y más allá.
Es extraño el día en que la pequeña tienda de la calle de Santo Simó no recibe la visita de un autocar lleno de turistas o tiene que atender los pedidos que le llegan del extranjero. Los barquillos de Casa Graupera se comen incluso en Tailandia, donde la empresa mantiene una línea de exportación para una cadena hotelera. La pequeña botigueta familiar ha llegado muy lejos en este siglo y pico.
Teresa Graupera, junto con sus hermanas Pilar, Hermínia y Roser, es el actual responsable del negocio. Una empresa nacida en 1895, cuando su bisabuelo Vicenç Graupera abrió una pequeña tienda en la plaza Grande, que posteriormente pasó a manso de su hijo Andreu y más tarde, de su nieto Enric Graupera. Enric vivió uno de los peores momentos del negocio, cuando la industrialización del sector puso en jaque la continuidad de una actividad tan artesanal cómo es la elaboración de los barquillos, que a la Casa Graupera se hacen a mano una por una. La necesidad de buscar un disparo diferencial para competir con los barquillos de máquina trajo Enric Graupera a investigar y recuperar tradiciones perdidas como la de los silbatos o los barquillos medievales.
Espíritu innovador para afrontar las crisis
Enric inculcó el espíritu innovador y creativo a su hija Teresa, que en 1993 se puso al frente del negocio con la voluntad de darle continuidad y el objetivo de desestacionalitzar el barquillo para convertirla en un producto delicatessen para degustar más allá de las fechas navideñas.
Esta artesana hija, limpia y bisnieta de artesanos neulers, se propuso darle la vuelta al negocio de los barquillos y modernizarlo. La primera acción fue la de recuperar la pequeña tienda de venta al por menor, después de unos años dedicados a la producción al por mayor. La segunda, aplicar sus inquietudes artísticas de licenciada en Historia del Arte y convertir el barquillo en un campo de pruebas donde dar salida a su creatividad.
Así nació, en 1994, el primer barquillo relleno de turrón de Jijona que se hizo en el Estado español, y que fue el primero de los muchos productos que Casa Graupera ha ido presentando los últimos años. Entre estos, destacan las "joyas gastronómicas", una colección de fardos de barquillo con sabores tan variados como fresa del Maresme, chocolate y menta, tiene verde, yogur y frutas del bosque o mango, o los barquillos salados por maridar con cerveza. Además, han ido incorporando a su ofrecida chocolates, galletas, turrones y otros productos de confitería selecta.
Teresa y sus germanas representan la cuarta generación al frente de un negocio con grandes retos. El más grande, garantizar el relevo. "Mis germanas y yo somos la cuarta generación, y la quinta generación también son todo mujeres. Y ser mujer empresaria es muy difícil", se lamenta Teresa Graupera, que no esconde sus dudas sobre la continuidad del negocio en manso de la próxima generación.
El secreto del éxito
Tradición e innovación. Este es el "secreto del éxito" de Casa Graupera. Esto y "dejarse la piel cada día", añade Teresa Graupera, que conoce muy bien la dificultad de encontrar financiación y mecenas para poder invertir en la mecanización de la empresa, hacer crecer el negocio y hacer frente a la dura competencia que representan tanto las fundaciones –con muchos empleados y ayudas gubernamentales- y también las grandes industrias productoras de barquillos y turrones. Pero a pesar de las dificultades, las germanas Graupera continúan al pie del cañón, triplicando esfuerzos en estas fechas navideñas en que la actividad se vuelve frenética.
Es extraño el día en que la pequeña tienda de la calle de Santo Simó no recibe la visita de un autocar lleno de turistas o tiene que atender los pedidos que le llegan del extranjero. Los barquillos de Casa Graupera se comen incluso en Tailandia, donde la empresa mantiene una línea de exportación para una cadena hotelera. La pequeña botigueta familiar ha llegado muy lejos en este siglo y pico.
Teresa Graupera, junto con sus hermanas Pilar, Hermínia y Roser, es el actual responsable del negocio. Una empresa nacida en 1895, cuando su bisabuelo Vicenç Graupera abrió una pequeña tienda en la plaza Grande, que posteriormente pasó a manso de su hijo Andreu y más tarde, de su nieto Enric Graupera. Enric vivió uno de los peores momentos del negocio, cuando la industrialización del sector puso en jaque la continuidad de una actividad tan artesanal cómo es la elaboración de los barquillos, que a la Casa Graupera se hacen a mano una por una. La necesidad de buscar un disparo diferencial para competir con los barquillos de máquina trajo Enric Graupera a investigar y recuperar tradiciones perdidas como la de los silbatos o los barquillos medievales.
Espíritu innovador para afrontar las crisis
Enric inculcó el espíritu innovador y creativo a su hija Teresa, que en 1993 se puso al frente del negocio con la voluntad de darle continuidad y el objetivo de desestacionalitzar el barquillo para convertirla en un producto delicatessen para degustar más allá de las fechas navideñas.
Esta artesana hija, limpia y bisnieta de artesanos neulers, se propuso darle la vuelta al negocio de los barquillos y modernizarlo. La primera acción fue la de recuperar la pequeña tienda de venta al por menor, después de unos años dedicados a la producción al por mayor. La segunda, aplicar sus inquietudes artísticas de licenciada en Historia del Arte y convertir el barquillo en un campo de pruebas donde dar salida a su creatividad.
Así nació, en 1994, el primer barquillo relleno de turrón de Jijona que se hizo en el Estado español, y que fue el primero de los muchos productos que Casa Graupera ha ido presentando los últimos años. Entre estos, destacan las "joyas gastronómicas", una colección de fardos de barquillo con sabores tan variados como fresa del Maresme, chocolate y menta, tiene verde, yogur y frutas del bosque o mango, o los barquillos salados por maridar con cerveza. Además, han ido incorporando a su ofrecida chocolates, galletas, turrones y otros productos de confitería selecta.
Teresa y sus germanas representan la cuarta generación al frente de un negocio con grandes retos. El más grande, garantizar el relevo. "Mis germanas y yo somos la cuarta generación, y la quinta generación también son todo mujeres. Y ser mujer empresaria es muy difícil", se lamenta Teresa Graupera, que no esconde sus dudas sobre la continuidad del negocio en manso de la próxima generación.
El secreto del éxito
Tradición e innovación. Este es el "secreto del éxito" de Casa Graupera. Esto y "dejarse la piel cada día", añade Teresa Graupera, que conoce muy bien la dificultad de encontrar financiación y mecenas para poder invertir en la mecanización de la empresa, hacer crecer el negocio y hacer frente a la dura competencia que representan tanto las fundaciones –con muchos empleados y ayudas gubernamentales- y también las grandes industrias productoras de barquillos y turrones. Pero a pesar de las dificultades, las germanas Graupera continúan al pie del cañón, triplicando esfuerzos en estas fechas navideñas en que la actividad se vuelve frenética.
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