El 3 de enero de 2009 a las 18:15h vio la luz Génesis, el primer bloque de 50Bitcoins (BTC), dando oficialmente inicio a la que quizás sea la mayor revolución monetaria del siglo XXI. Desde entonces, y a lo largo de los últimos casi 13 años, hemos visto como el valor asociado a esta moneda digital ha mostrado, más allá de la volatilidad en el corto plazo, una clarísima y exagerada tendencia al alza, habiendo rebasado a mediados de octubre la barrera de los 60.000$ por unidad.
Al pensar en criptomonedas, es probable que el Bitcoin sea la que primero nos viene a la mente. Sin embargo, existen en la actualidad miles de criptomonedas con una capitalización total de 1,5 billones de dólares. Ether (de Ethereum), Cardano (la criptomoneda verde), BinanceCoin, Dogecoin, ShibaInu, la ingeniosa JRRToken, inspirada en El Señor de los Anillos y lanzada el pasado mes de agosto, o Squid, la criptomoneda basada en la popular serie de Netflix El juego del Calamar. Su precio pasó en pocas horas de 0,01$ hasta casi 3.000$, y se desplomó cuando sus creadores vendieron todas sus monedas y huyeron con el dinero recaudado. Casos como este han llevado a la creación y popularización, en los últimos meses, del término criptomeme.
El valor asociado a Bitcoin ha mostrado, más allá de la volatilidad en el corto plazo, una clarísima y exagerada tendencia al alza
Otro de los casos que ha copado los medios estas semanas ha sido el de la citada Shiba Inu. El pasado 4 de octubre Elon Musk, magnate cofundador de grandes corporaciones como Tesla o PayPal, publicó en Twitter una foto de su perro, de raza Shiba Inu, y la moneda digital creció un 238% en 4 días. Sin embargo, unos días más tarde, el 24 de octubre, y tras ser preguntado directamente por un periodista, Musk reconoció que no poseía ningún token de Shiba Inu. Inmediatamente el valor de la criptomoneda cayó hasta un 20% y, precisamente, ese es el riesgo principal del mercado de las criptomonedas en su conjunto, la enorme volatilidad que muestran sus valores. Pero, a pesar de ello (o precisamente por ello), cada vez es mayor el número de personas que creen ver en este tipo de inversiones una opción para rentabilizar su capital.
Sin embargo, lo primero es entender qué es exactamente una criptomoneda. Una criptomoneda o criptodivisa es un activo digital basado en criptografía que cifra los datos en una cadena de bloques o, en su nombre en inglés blockchain, que no es más que la manera de referir la tecnología que sustenta el sistema de codificación de la información de esa moneda. Así, resulta prácticamente imposible la modificación de los datos una vez escritos digitalmente. ¿Y qué diferencia a las criptomonedas con lo que conocemos, simplemente, como monedas? Muchos detractores del modelo aducen que el problema de la inversión en este tipo de divisas es la ausencia de bienes materiales que sustenten su valor. Y razón no les falta. El valor de estos activos se modula directamente por la ley de oferta y la demanda. Básicamente, un bitcoin (por poner un ejemplo) vale lo que el conjunto del mercado esté dispuesto a pagar por él, sin que su valor esté ligado a nada más.
Ahora cabría preguntarse si el valor de una criptodivisa es muy distinto del valor de un euro, de un dólar o de un yen. Para poder dar una respuesta, conviene remontarnos a finales del siglo XIX, cuando el sistema financiero internacional adoptó de forma generalizada lo que conocemos como “patrón oro”. Esto es: el valor de cada divisa estaba respaldado por la reserva de oro nacional, asociando de esta manera la valoración de la moneda a un bien tangible, el oro, que además venía caracterizado por ciertas singularidades que reforzaban su valía: se trata de un bien finito, escaso, no replicable y de valor consensuado. Sin embargo, y tras los acuerdos de Bretton Woods en 1971, Estados Unidos decidió, con el presidente Richard Nixon al frente, abolir el sistema de respaldo del dólar mediante metales preciosos, dando inicio así a lo que hoy conocemos como “dinero fiat” o sistema fiduciario (aquel basado en la fe que tenemos en las entidades que lo emiten, ya sea el BCE, la Reserva Federal, los Bancos Nacionales, etc.). Así, un billete de 20€ tiene valor porque yo creo que lo tiene, porque así lo creen también todos los que están dispuestos a aceptarlo como elemento de intercambio y porque todos nos fiamos de la solvencia del organismo emisor: el Banco Central Europeo, en este caso.
Cabría preguntarse si el valor de una criptodivisa es muy distinto del valor de un euro, de un dólar o de un yen
Los creadores de las criptomonedas se basaron precisamente en el mismo patrón que el dinero corriente para sustentar su valor en el mercado, manteniendo (como en el caso del oro) los límites necesarios: que sea un bien finito, escaso, no replicable y con la aspiración de llegar a tener un valor consensuado. Por lo tanto, podemos concluir que su valor se fundamenta en el mismo principio de fe sobre el que descansan el euro o cualquier otra moneda de uso habitual. Sin embargo, la principal motivación para la ideación de este nuevo sistema de pago fue la conveniencia de romper con la dependencia y el control de los movimientos monetarios por parte de los organismos emisores y reguladores. Es decir: mis datos bancarios los posee una entidad financiera, que tiene en todo momento información sobre cualquiera de mis movimientos. Toda esa información está centralizada y, además, no es anónima. Como contrapartida, el sistema de criptomonedas está descentralizado, es anónimo y nadie posee un control directo sobre los movimientos que realizan los integrantes del mercado. Y, por si fuera poco, la tecnología sobre la que se sustenta permite el intercambio de forma desregularizada, es decir, sin intermediarios.
Así, desde el nacimiento de las primeras criptodivisas, han ido aparecieron distintos sistemas para certificar y autentificar el valor de cada nuevo bloque minado por cada criptomoneda (como por ejemplo, los procesos PoW o Proof of Work, PoS o Proof of Stake o PoA, Proof of Autorithy), con el fin de blindar la seguridad de toda la estructura e imposibilitar que se puedan crear unidades de criptomoneda no certificadas o que vayan más allá de los límites establecidos por el sistema.
Como todo bien especulativo, la rentabilidad que pueden ofrecer las criptomonedas es tan alta como tan alto es el riesgo que se asume
Sin embargo, y a pesar de la gran ingeniería informática que lo sustenta, la principal contrariedad con la que se encontraron los creadores de las criptomonedas es la imposibilidad de utilizarlas como elemento de intercambio real. En el caso del Bitcoin, por ejemplo, existen en la actualidad unos 18.870.000, pero sus creadores estiman que el volumen total de bitcoins será de 21 millones. Así pues, y en tanto que bien finito, se ha convertido en un elemento puramente especulativo y totalmente volátil, cuyo valor a futuro dependerá de lo que la gente esté dispuesta a pagar por un bitcoin en el momento en el que la creación de estos haya llegado a su fin y todos estén repartidos. Todo ello ha derivado en una corriente especulativa entorno al concepto de criptomoneda, que muchas veces ha adoptado la creencia común de pelotazo rápido por la falsa impresión de que cualquiera puede multiplicar su inversión en cuestión de semanas, días o, incluso, horas.
Mi opinión personal es que nos encontramos en un momento de mercado en el que, por volumen y por variedad, es muy probable que algunas de las criptomonedas actuales registren en el medio plazo crecimientos muy elevados. Sin embargo, es igual de probable que la gran mayoría den pérdidas a sus inversores, pues no hay que olvidar que lo único que revaloriza los criptoactivos es el volumen de su demanda. Compramos hoy a un valor, esperando que en el futuro alguien esté dispuesto a pagar más por él. Esa enorme volatilidad imposibilita que sean usadas como bien de intercambio. Y, como todo bien especulativo, la rentabilidad que pueden ofrecer es tan alta como tan alto es el riesgo que se asume.