Lunes, primera hora. Allí estaba el jefe, junto a la máquina del café. Ya no respetaba ni esos momentos iniciales del desperece y parecía que se había propuesto machacar desde el minuto uno.
—¿Qué? ¿Te gusta el eslogan? Es el de esta semana. Motivador, ¿verdad? Se me ha ocurrido a mí —saludó, mientras señalaba el frontal de la máquina donde lo había pegado.
—Sí, sí. Y tanto —respondió a modo de cortesía.
—Me gusta. Suena muy bien: “sin engagement no hay paraíso”. Bueno, te dejo, que tengo un montón de compromisos esta mañana. Hay que trabajar. ¡Con entusiasmo!
Sonar, podía sonar bien. No obstante, ¿qué relación había entre una cosa y otra? Lo de “paraíso” lo entendía, aunque no lo ubicaba en la empresa, pero eso de engagement… ¿qué pintaba? Antes solían poner aquello de “el trabajo es salud” o “todo esfuerzo tiene su recompensa”. ¿Casposo? Sí, pero se entendía.
—Vaya con el eslogan —observó su compañero, que venía a disfrutar de su primera dosis de cafeína.
—Lo ha puesto el jefe. Se le ha ocurrido a él.
—Moderno, sí señor —afirmó extrayendo su café.
Esos anglicismos modernos le descolocaban. Nunca se había sentido cómodo usando palabras que no acababa de entender, aunque aquel no era el momento de confesar sus limitaciones idiomáticas. Al principio pensaba que emplear términos en otro idioma implicaba dominarlos, pero pronto se dio cuenta de que primero los usabas y después, con suerte, los entendías. Todo el mundo lo hacía sin ningún tipo de complejo ni tino.
—Moderno, sí. Sin embargo, cuando mi equipo me pregunte cómo se aplica el eslogan al trabajo diario, ¿qué les digo?
—Tú no te compliques mucho. Les sueltas lo de siempre y, cuando no sepas qué decir o no lo tengas demasiado claro, mete lo del engagement por el medio. Despista y sube tu caché.
—Ya, pero si lo haces allá donde no corresponde seguro que metes la pata. Porque estos términos los carga el diablo. No obstante, si hay que utilizarlos, se utilizan.
—Hoy no te reconozco. Tu pragmatismo acostumbra a ponerse en marcha a media mañana, no con tu primer café.
—Lo tengo claro: si he ponerme al día, me pongo. Si para ello debo abrirme a nuevos conceptos y renovar vocabulario, lo haré. ¡Faltaría más! Si me permites, ahora que estamos en petit comité, ¿qué significa esa palabreja?
—Así, de forma simplificada, es algo parecido a “dejarse la piel”, a “sudar la camiseta”. Más completo y en inglés, claro.
—¿Completo?
—Por supuesto. Fíjate: dejarse la piel, sudar la camiseta. Todo muy físico, ¿no? El engagement va más allá. ¿Cómo te diría? Ahora no es suficiente con “dejarte las pestañas” en el proyecto, sino que además debe existir una conexión emocional con la organización. Vamos, tener orgullo de pertenencia y esas cosas.
—Ya veo. Toda una implicación afectiva. Aunque son términos bastante vaporosos, ¿no crees?
—Tienen su concreción: has de sentir el trabajo como algo retador y divertido. Te ha de inspirar y entusiasmar y has de ver en ello una verdadera fuente de placer.
—Suena bien. Y la dirección respecto a los colaboradores, ¿se emociona y se siente orgullosa? Y todo eso, ¿tendrá una repercusión en las nóminas? Porque me lo van a preguntar. Seguro.
—A lo primero, un rotundo “sí”. Respecto a lo segundo, dicen…—¿Dicen…?
—Bueno, el compromiso emocional existe. Lo de las nóminas es para más adelante.
Lo sospechaba. El esfuerzo, el dejarse la piel y el comprometerse estaban muy claros desde el principio. Los beneficios del paraíso quedaban para futuros desarrollos.
—Ya. Entiendo que el jefe le dé a la máquina de los eslóganes, se emocione pegándolos en los lugares comunes y se ponga poético cuando habla de ellos. Pero...
—¿Pero…?
—Que si su poética y su praxis diaria coincidieran, esto no sería el paraíso, pero… se aproximaría.