En la reunión organizada por VIA Empresa sobre el tema ¿Qué mueve la economía?, una de las cuestiones tratadas fue la visión antiempresa que persiste en muchos lugares de la sociedad. Y me pregunto por qué una parte amplia de la población se muestra todavía reticente ante estas estructuras productivas. Se trata de una visión popular sostenida a lo largo de los dos últimos siglos, cuando la evolución social ha configurado un nuevo rol de las empresas dentro de la economía, de la misma manera que otros colectivos sociales, como las administraciones públicas y las universidades, también se proyectan de forma radicalmente distinta.
Las primeras empresas las constituyen los templarios en el siglo XII utilizando las letras de cambio como moneda y gestionando las cuentas de muchos clientes privados. Aunque embrionarias, son consideradas las primeras estructuras empresariales que gestionan talento y recursos para ofrecer productos y servicios; su influencia en las economías occidentales es relativamente pequeña. En la edad media aparecen empresas para dar soporte logístico, de seguridad, de almacenamiento y sobre todo financiero a las rutas comerciales de la Liga Hanseática hacia el norte de Europa, a las expediciones por todo el Mediterráneo y el Índico, y posteriormente, en la edad moderna, a la colonización de América. Así nacen las compañías de las Indias en la mayoría de los países al servicio de la colonización; todos los países crean las suyas: los franceses, los británicos, los neerlandeses, los suecos, los daneses, los portugueses, los españoles... Se trata de estructuras imponentes, de ámbito nacional, que controlan las rutas del monopolio del comercio de las zonas que les han otorgado las monarquías nacientes; impulsan la extorsión de los nativos para acaparar materias primas, oro y plata incluidos, y cultivan la piratería marítima. Estas compañías eran escasas y herméticas; los trabajadores formaban parte de una élite, tanto en salarios como en beneficios; poder acceder a trabajar en estas empresas era un privilegio. Desgraciadamente, su número era mínimo, al igual que sus trabajadores.
Origen de la mala fama
La revolución industrial de 1800 requiere la modernización definitiva. Las empresas industriales textiles, siderúrgicas, mineras del carbón y del estaño, y de otros sectores, se multiplican y se amplían a todos los campos productivos, proveyendo y suministrando nuevos productos. Se convierten en los motores de la economía en cada rincón del mundo. Con las revoluciones posteriores, se ampliarán a los servicios. En los últimos treinta años se han creado más de tres millones en todo el mundo.
La evolución social ha configurado un nuevo rol de las empresas dentro de la economía
Es a partir de entonces cuando las empresas comienzan a generar una dialéctica social negativa: los trabajadores las acusan de explotación, de pagar mal, de acumular riqueza sobre sus espaldas. Este enfrentamiento no hará más que enfurecer a la mayoría. Gracias al esfuerzo de los sindicatos obreros del XIX y del XX -mucha sangre, sudor y lágrimas-, desde entonces se logran ventajosas conquistas laborales que modifican sustancialmente el concepto de empresa industrial y de trabajador. Queda mucho trabajo por hacer para que el capital y el talento reciban la remuneración adecuada por su aportación, pero llama la atención cómo perdura en la sociedad en general la visión antiempresa. Dos razones de peso. La primera, que la tradición aún pesa sobre la conciencia colectiva. Y la segunda, que en muchos países, entre los cuales el nuestro, los empresarios no han sabido demostrar que su labor de creación de riqueza, de innovación y de puestos de trabajo los convierte en los artífices del bienestar y del progreso conquistado.
¿Quien paga manda?
Es verdad que algunos empresarios consideran todavía que quien paga manda, que ellos solos son los dueños de todo, y que el talento -directivos, staffs y mano de obra internalizada o externalizada- representa un rol secundario que se puede menospreciar e infravalorar. Ahora bien, la mayoría de las pymes y las grandes empresas luchan cada día animando a los recursos humanos para competir en mejores condiciones y obtener más beneficios económicos, sociales y medioambientales.
En la reunión de VIA Empresa se descendió al detalle, concretando la desconfianza de parte de las administraciones hacia las empresas. De hecho, la mayoría de los políticos honrados, los que se dedican a la función pública para mejorar los servicios a los ciudadanos, toman precauciones y extreman los protocolos para evitar que las empresas licitantes acaben saltándose las normas. Esta, se dijo, se convierte en la causa fundamental de la lentitud de la gestión pública. Aunque hay muchas otras razones, desconfían de ellas. No es este el caso de los políticos que van a hacer su carrera particular; con los favores otorgados y la experiencia adquirida, vuelven triunfantes a la vida económica civil a cobrarse los réditos. Por unos y por otros, por unas razones y por otras, el hecho es que las administraciones continúan pesadas, lentas, evanescentes y con baja eficiencia, siendo como son las organizaciones empresariales de servicios públicos de mayor magnitud en las ciudades y en los países.
Por otro lado, aquellos centros de formación dedicados a preparar la mentalidad y la práctica de los alumnos a la realidad laboral y ambiental de las empresas tienen un éxito superior al de aquellos que lo hacen con discordancia. La brecha entre unos y otros se amplía.
En medio de las amenazas a los modelos de gobernanza democráticos y de las vicisitudes geopolíticas, vivimos una cierta época de bonanza en la que se debe afrontar el crecimiento de una manera distinta. Y para abordarlo, cabe recordar que aquellos países que han entrelazado bien el triángulo empresas-administraciones-universidades adquieren una mayor competitividad. No es hora, pues, de maledicencias ni contra la empresa, ni contra las administraciones, ni contra la universidad, pilar de la sociedad.