En el año 2017, en La gran teranyina (Edicions del Periscopi), hablábamos con detalle del clúster farmacéutico catalán formado por siete compañías de un volumen respetable. El grupo estaba integrado por Grifols, Almirall, Ferrer, Esteve, Indukern, Uriach y Reig Jofré, una selección nacional envidiable y muy meritoria para un país de las dimensiones de Catalunya.
En los seis años que han pasado desde aquella publicación, las cosas han cambiado mucho. Los problemas de Grifols son conocidos con creces y aquí hemos hablado en octubre del 2022 y este mismo mes de mayo. Antes de todo esto, en septiembre del 2021, explicamos el caso de los laboratorios Uriach, porque la noticia del momento era que, después de 175 años de control del negocio por parte de la familia homónima, se vendían un trozo de la empresa a un fondo de inversión español por unos 100 millones de euros. Yendo más atrás en el tiempo, en 2019, otro de los laboratorios del clúster, Esteve, ya se había vendido la poco rentable división de genéricos a los japoneses de empresa Towa, que desde entonces no han parado de tener dolores de cabeza con la compra realizada por la imposibilidad de hacerla rentable. Y es que los genéricos tienen un precio topado por ley, pero nadie topa los costes de producción, de forma que en épocas de inflación elevada, los gastos de producción devoran con facilidad el escaso margen existente. Los 320 millones pagados por los japoneses difícilmente serán nunca rentables.
De Lubea se sabe muy poca cosa, porque ni la nota de prensa de Esteve habla
Y con este escenario, hace apenas una semana hemos sabido que Esteve iba un paso más allá y vendía una parte relevante de su capital (el 26%) a la compañía alemana Lubea, una firma puramente financiera y no del sector farmacéutico. Pero esto no es todo, porque la empresa catalana ha afirmado que esta transacción es la antesala de una operación de más peso, como sería la salida a bolsa de los laboratorios.
De Lubea se sabe muy poca cosa, porque ni la nota de prensa de Esteve habla, ni los alemanes son muy transparentes con sus datos. Parece que se trata de un vehículo inversor domiciliado en el estado de Schleswig-Holstein y que, según algunas fuentes, cuenta con un patrimonio de unos 700 millones de euros, a una distancia sideral, por lo tanto, de los grandes fondos transnacionales de private equity. Sus caras visibles (es una ironía) podrían ser Wolfram von Braunschweig (con pasado en Aldi, la banca Pictet, Morgan Stanley y Unicredit) y el doctor Peter Jung. Dejando de banda este misterioso nuevo accionista de Esteve, hay que recordar que la firma catalana está dividida en dos desde hace algunos años. Por un lado, hay Esteve Healthcare, que es la protagonista de la compraventa que estamos comentando, y por otra hay la Corporación Químico-Farmacéutica Esteve, que es un holding que agrupa las firmas participadas (donde hay marcas conocidas por el gran público, como por ejemplo los Laboratorios Isdin).
La telaraña de las grandes familias empresariales del país se está deshaciendo, con la sensación que muchos de los negocios han quedado en tierra de nadie
Desde el punto de vista organizativo, Esteve Healthcare está dirigida por un consejo de administración donde hay un par de miembros de la familia Esteve (Jordi y Albert, este último, presidente del consejo), y todo un puñado de consejeros independientes, donde destaca Julio Rodríguez, vinculado históricamente a la multinacional francesa Schneider Electric y también a la cimentera Molins. En el ámbito ejecutivo, quien tiene el poder es Staffan Schüberg, un CEO fichado hace cinco años del grupo danés Lundbeck. Curiosamente, antes de licenciarse en Administración de Empresas en el Reino Unido sirvió a la Royal Navy de Suecia (Svenska Marinen). Ni Jordi Esteve ni Albert Esteve tienen cargos ejecutivos en la empresa. Durante el ejercicio del 2022, la farmacéutica obtuvo unas ventas de 643 millones de euros y un beneficio de 99 millones.
Cuándo Esteve ha comunicado a los medios la operación corporativa que nos ocupa, se ha afanado a asegurar que todo ello se hace en beneficio de disponer de más recursos para crecer, tanto vía adquisiciones, como a través de intensificar la investigación científica. Bien seguro que esto es cierto, como también que la telaraña de las grandes familias empresariales del país se está deshaciendo, con la sensación que muchos de los negocios han quedado en tierra de nadie en cuanto a sus dimensiones, demasiado pequeños para competir internacionalmente. Quién sabe si las "imposibles" fusiones entre firmas familiares catalanas hubieran permitido conseguir una masa crítica que ahora ninguna de ellas tiene por separado. Y mientras tanto, la telaraña se seguirá deshilachando.