No hace paso demasiado, las calles de las principales ciudades del Vallès los gobernaba el sonido de los telares, un ruido constante fruto de los tramados de la ropa que vestiría el país entero. La llegada de género procedente de Asia, pero, hizo truncar un modelo industrial que provocó que muchas empresas tuvieran que bajar la persiana. Algunas, pero, supieron reinventarse. Es el caso de Finsa , que el 1978 decidió dar un tumbo al negocio familiar después de que la empresa centenaria, Sala y Badrinas, tuviera que cerrar golpeada por la dura competencia que vendía del este.
Finsa no perdió la tradición: apostaron para seguir tejiendo, sustituyendo el textil por el metal, pasando de vestir personas a vestir edificios. La Caja Mágica de Madrid, la Ciutat de la Justicia de Barcelona o la comisaría de los Mossos d'Esquadra de Sabadell son algunas de sus obras, como también lo son las verjas decorativas de los lluernaris de la Sagrada Familia.
La reconversión de un proyecto
Joaquim Badrinas, propietario y presidente de Finsa, quiso retomar el negocio familiar. Consciente, pero, que la situación había cambiado y que competir con los gigantes asiáticos era una odisea, apostó para hacer un cambio de chip. "Tenía cultura del textil y decidí aprovechar estos conocimientos pero no con el textil convencional, sino con tejidos técnicos o por aplicaciones industriales", explica Badrinas.
Se trataba de elementos que funcionan por filtración, especializados, por ejemplo, para la minería, para el tratamiento de aguas residuales o para el sector de la farmacia. Por este motivo, Badrinas decidió hacer una prospección en Alemania, donde se concentra el grueso de talento en este sector, y fue donde contactó con dos empresas que se ofrecieron para acompañarlo en la creación del nuevo negocio, una de las cuales, GKD Group, sigue todavía hoy en día como socia.
Del sintético al metal
La colaboración se convirtió en una alianza estratégica que permitió establecer una relación en qué Finsa se encargaba de la producción de tejidos sintéticos y GKD de tejidos metálicos. "La bajada de la peseta y el incremento del precio del marco hizo que quedáramos fuera de mercado, hecho por el cual apostaron para comprar maquinaria y empezar a producir los tejidos propios", explica Badrinas.
El crecimiento hizo que crearan una sala de telares modernos y hacer el salto más allá del mercado peninsular, abriendo camino a la exportación a partir del año 2005.
Edificio de oficinas en Sitges, con tejidos metálicos de Finsa. Cedida |
El salto internacional
Esta reconversión ha permitido hacer un salto en todo el mundo y que hoy en día el 70% de la producción se destine a mercados extranjeros. "Empezamos con una red en Sudamérica y actualmente contamos con unos 40 países, entre los cuales Francia, Suecia, Alemania, Turquía, Polonia o Rusia", explica el propietario.
Así se apostó por el modelo franquicia a través de socios locales, donde exportan la materia primera y la tecnología porque se manipule el tejido directamente al lugar para venderlo al cliente final. "Los damos asesoramiento técnico y visitamos los clientes con ellos", apunta Badrinas. Actualmente Finsa cuenta con 50 trabajadores y factura alrededor de los 8.000.000 euros.
Una alianza clave
La alianza con GKD abrió las puertas a una nueva vía de negocio, gracias a la visión que se tuvo en su momento para integrar aspectos no convencionales a la arquitectura. Fue de la mano del arquitecto francés Dominique Perrault, que propuso integrar tejidos metálicos a los edificios: "En Francia no le hicieron caso, y en Alemania GKD sí", explica Badrinas.
La relación empezó con la proyección de la Biblioteca Nacional de Francia, donde integró mallas metálicas por todas partes, generando una controversia sobre el resultado final de la obra.
Un producto innovador
"La malla metálica ofrece una serie de ventajas, desde un bajo mantenimiento porque para lavarlo con la lluvia o el agua a presión se limpia, hasta la protección que ofrece", explica Badrinas. En este último aspecto, no sólo garantiza la privacitat del interior, puesto que hace difícil ver qué hay detrás de una ventana, sino porque además ofrece protección en servicios que requieren un refuerzo y donde se quiere prescindir de rejas o barrotes, como es el caso de centros psiquiátricos.
Por otro lado, la verja supone un adelanto para reducir la emisión de gases contaminantes y, por lo tanto, tiene un beneficio en el ámbito sostenible. "Esto es así porque de la malla al muro la diferencia de temperatura se reduce entre 5 ºC y 6 ºC, protegiendo en verano del calor del exterior, reduciendo el consumo energético y la emisión de dióxido de carbono", asegura Badrinas.
Una de sus propiedades también pasa por la protección de las olas electromagnéticas. El propietario de la empresa explica que están trabajando con un nuevo modelo de verja que servirá para proteger espacios de las frecuencias de olas como las de la telefonía móvil o las redes inalámbricas, que se apunta como nocivas para garantizar el descanso de las personas.