Cuando parecía que la farmacéutica catalana Grifols había abandonado las primeras páginas de la prensa económica por un tiempo, la semana pasada se supo que, en un movimiento sorpresa, la familia Grífols intentará quedarse con la totalidad de la compañía con el apoyo de un fondo de inversión. Un movimiento que se puede interpretar fácilmente como una reavivación de la guerra que ha vivido esta empresa en los últimos tiempos. Si durante los últimos años el valor de Grifols se había ido deteriorando por culpa de un nivel excesivo de deuda, la estocada que parecía definitiva se produjo en enero de este año, cuando la misteriosa Gotham City desencadenó una tormenta asegurando que había errores en la contabilidad de la empresa catalana y que esta valía mucho menos de lo que decían los mercados. Si el declive progresivo comenzado en el 2020 había llevado a la cotización desde los 34 euros hasta poco más de 15, la embestida de Gotham la hundió hasta los 8 euros, una caída a plomo de casi el 50% en pocos días.
Durante los meses siguientes se vivió una guerra de acusaciones cruzadas entre Grifols y Gotham, que despacio fue desembocando en una pérdida de poder de la familia Grífols dentro de la empresa que habían fundado generaciones atrás. De hecho, no son pocas las voces que defienden que todo ello había sido un ataque del todo planificado por parte del deep state americano para expulsar la familia del control efectivo de la sociedad. En otras palabras, tener una Grifols sin los Grífols.
En el año 2017, en La gran telaraña, explicamos que dentro del paquete de cables diplomáticos de los Estados Unidos que Wikileaks había colgado en Internet había uno, con fecha del 18 de febrero del 2009, que demostraba que el Departamento de Estado de los Estados Unidos consideraba que algunas instalaciones de Grifols eran, según su criterio, "infraestructuras críticas", al nivel del gasoducto que une Algeria con el Estado español, por poner un ejemplo muy conocido. Desde aquella revelación hemos interiorizado que los americanos consideran Grifols como empresa estratégica, una circunstancia que puede ser un arma de doble filo, porque si la familia que hasta hace poco tenía la gestión y la propiedad cometía algún acto que no fuera del gusto de los americanos quizás podían tener problemas. Quién sabe si fueron las relaciones con China o alguna otra cosa, pero la realidad es que en poco tiempo los Grífols vieron comprometida su situación, hasta el punto de ser borrados de los órganos de administración de la firma. Ya en diciembre del 2023, pocos días antes del ataque de Gotham, se hizo público que Víctor Grífols Roura abandonaba el consejo de administración de la compañía, después de más treinta años de presencia (poco antes había dejado el cargo de presidente). En aquel momento la cotización había escalado un 75% desde mínimos, alejándose despacio del riesgo de recibir una opa. Un mes después del ataque de Gotham, en febrero de este año, los Grífols perdieron todos los cargos y quedaron solo como accionistas. Parecía que alguien había conseguido su objetivo.
Un mes después del ataque de Gotham, en febrero de este año, los Grífols perdieron todos los cargos y quedaron solo como accionistas
Y, como decíamos de buen comienzo, ahora llega su contraataque inesperado, el cual en el mundo del póquer etiquetaríamos como all-in: toda la carne en el asador. La propuesta de la familia pasa por comprar todo el capital que no está en sus manos (en total, controlan aproximadamente algo más de un tercio) y, una vez conseguido, excluir a la empresa de la bolsa mediante lo que habitualmente se denomina opa de exclusión. Para llevar a cabo este proyecto tan ambicioso, los fundadores de la empresa farmacéutica se han aliado con el fondo de inversión Brookfield, que es quien pondrá todo o casi todo el dinero que haga falta. Este fondo está domiciliado en Canadá y tiene una historia muy curiosa que, de alguna manera, lo liga con la ciudad de Barcelona: fueron los fundadores, en 1899, de una compañía llamada The São Paulo Tramway, Light and Power, una denominación que resonará a muchos lectores, y es que tiene un parecido muy grande con la Barcelona Traction, Light & Power, la conocida popularmente como "La Canadiense", la firma que electrificó Catalunya. El parecido no es una casualidad, porque detrás de las dos compañías había el ingeniero Frederick Stark Pearson, a quien más tarde, también se le añadiría Asa White Kenney Billings, su mano derecha en Barcelona.
Con el paso de los años, Brookfield se ha focalizado en las inversiones en energías renovables, infraestructuras, empresas no cotizadas y el mercado inmobiliario. Presumen de disponer de 925.000 millones de dólares bajo gestión, todo dirigido por su CEO, Bruce Flatt, que trabaja en la firma desde el 1990. Antes de trabajar en el mundo de las inversiones se había formado en Ernst & Young, una de las Big Four del sector de la auditoría.
Si realmente esta opa de exclusión acaba presentándose, la variable clave será el precio ofrecido a los accionistas
Si realmente esta opa de exclusión acaba presentándose, la variable clave será el precio ofrecido a los accionistas, que necesitarán tener suficiente incentivo para vender sus acciones. La cotización actual oscila alrededor de los 9,30 euros, un 35% por encima del mínimo absoluto, pero todavía muy lejos del consenso de los analistas, que sitúan el precio objetivo en los 17 euros. En todo caso, si la oferta tiene un precio mínimamente atractivo, los accionistas querrán huir del riesgo de quedarse atrapados con unas acciones en la mano sin ningún mercado organizado donde venderlas. Un caso parecido a este lo vivimos en el 2015, cuando la cervecera Damm excluyó de cotización a sus acciones y aproximadamente una quinta parte del capital quedó en manos de pequeños accionistas que no acudieron a la opa de exclusión.
Es de esperar que en las próximas semanas haya más noticias alrededor de este nuevo capítulo de la apasionante guerra por el control de Grifols.