Hace unos días escuchaba en France Info una entrevista de Anne Lassman-Trappier, presidenta de France Nature Environnement de la Haute-Savoie y responsable de "calidad del aire" y autora de La eco-guía del automóvil, donde denunciaba lo que bautizaba como el HybridGate. La trampa del coche eléctrico.
Son cada vez más las voces que se atreven a criticar abiertamente los incuestionables postulados dogmáticos de la nueva religión del todo eléctrico impuesta por Bruselas. Lo cierto es que desde hace dos años, estamos construyendo una sociedad dirigida por un sinfín de dogmas incuestionables al límite del fundamentalismo místico.
Hasta en los Países Bajos, donde vivo y que siempre es un referente en nuevas tecnologías y digitalización, han empezado a salir voces muy críticas en relación con su desembocada carrera hacia el todo eléctrico. Científicos, políticos y universidades cuentan con estudios que ponen en entredicho tanto los siempre exitosos números oficiales como la justificación de inversiones multimillonarias con la excusa del cambio climático. Un tema siempre polémico convertido en uno de esos dogmas incuestionable y sobre el que un día escribiré.
Nunca he sido un fan del vehículo híbrido o eléctrico, ni creo que el futuro de la automoción vaya a ser eléctrico a pesar de su rápido y exponencial incremento. En 2021, las ventas de vehículos híbridos igualaron por primera vez a las de vehículos diésel, con un incremento interanual del 70,7% para los híbridos recargables. La aparición del coche híbrido representa el mayor engaño de los últimos años. Combina las desventajas de los dos tipos de motorización. Por una parte, el motor convencional con sus emisiones de CO2 y por otro, el motor eléctrico que contamina en la fase producción, además de incrementar el peso de los coches que acaban contaminando hasta cuatro veces más, según las pruebas de certificación. Un sin sentido disfrazado de coche verde.
La aparición del coche híbrido representa el mayor engaño de los últimos años
Un interesante estudio efectuado por Volvo presenta una imagen más compleja de la situación, ilustrada por el hecho de que su gama XC40 ofrece todas las motorizaciones. Según Volvo, la fabricación de un C40 genera un 70% más de emisiones que la fabricación de un XC40 con un motor ICE normal y eso que ambos coches se fabrican en la misma plataforma y comparten muchas de sus piezas. Sólo en términos de materiales y componentes, las baterías se llevan la palma. Volvo calcula que un coche eléctrico necesita casi 200.000 km para compensar el CO2 que se emite en su fabricación.
El éxito superficial de Tesla
El coche eléctrico abanderado por Tesla dobló su cuota de mercado, alcanzando un 7,5% entre 2020 y el 2021. En realidad, es un éxito superficial. La voluntad política con sus subvenciones y reducción de impuestos que ha sustituido la ley del mercado influyendo en el consumidor final. Es significativo que en países como Hong Kong o Dinamarca, las ventas de coches eléctricos de desplomaron más de un 60% cuando en 2017, eliminaron las subvenciones y ayudas. Actuando así, los gobiernos no solo están favoreciendo una tecnología que aún debe demostrar su verdadera eficacia climática, sino que están frenando el desarrollo de alternativas que no tienen oportunidad de demostrar sus ventajas, como los carburantes sintéticos compatibles con el actual parque automóvil.
El problema para el coche eléctrico vendrá cuando los gobiernos dejen de subvencionarlo, como ocurrió con el coche diésel, que tuvo fuertes ayudas en los años 80 y que fue sacrificado años después para abrazar las exigencias climáticas. Países como Noruega, donde el 70% de los nuevos coches son eléctricos el agujero financiero causado por las ayudas, la eliminación del IVA i la reducción de los impuestos de la gasolina, supera los 2.000 millones de euros. Una situación insostenible a medio plazo que lleva a plantear la creación de impuestos especiales a los vehículos eléctricos de alta gama. Todo es empezar, no hay duros a cuatro pesetas.
El problema para el coche eléctrico vendrá cuando los gobiernos dejen de subvencionarlo, como ocurrió con el coche diésel
El recurrente cambio climático, y su gestión cuestionada por más de 200 científicos que no queremos escuchar, algunos de ellos de la propia ONU, está justificando que la mayoría de los gobiernos se hayan lanzado en fuertes inversiones y subvenciones para potenciar el uso de vehículos enchufables, argumentando que son más respetuosos con el medio ambiente. Visto así, todo es maravilloso y gracias a la electricidad verde todo se traduce en menos contaminación del aire y menos emisiones de CO2. “Con el vehículo eléctrico, estamos ayudando a la naturaleza y al clima”, es el mensaje que estamos comprando sin reflexionar.
"Tontería"
“Tontería”, como lo expresó el Holandés Dr. Ir. Guus Berkhout, profesor emérito de geofísica y presidente de CLINTEL, (Climate Intelligence), una fundación independiente que opera en los campos del cambio climático y la política climática abogando por una visión serena frente a tanto alarmismo climático injustificado. “Nos están engañando de nuevo. Los coches eléctricos no son verdes. Funcionan con carbón, gas, madera y nucleares sobrecargando una red que hoy por hoy, no puede manejar tanta electrificación”.
Tenne T, operador líder europeo en sistemas de transmisión de electricidad con actividades en los Países Bajos y Alemania viene advirtiendo los últimos años, que la red eléctrica existente tendría muchas dificultades para gestionar el incremento de la demanda ligada a la introducción masiva de vehículos eléctricos. Estamos jugando con fuego porque corremos el riesgo de cortes de suministros que serían un desastre para cualquier economía moderna e interconectada.
Pero, ¿de dónde viene toda esa electricidad? Según la Oficina Central de Estadísticas (CBS), en el 2019, el 77% provenía del carbón y gas, un 13% de origen eólico y solar, un 5% de biocombustibles y finalmente un 5% del nuclear. No creo que esas cifras hayan variado tanto en los últimos 2 años. Estas cifras nos obligan a replantear la agenda 2030, y el todo eléctrico que los tecnócratas de una comisión europea poco transparente con su vicepresidente Frans Timmermans, abanderando la cruzada climática nos están vendiendo con planteamientos que no se aguantan por ningún lado.
Un conductor de Tesla o cualquier híbrido que recarga su coche eléctrico está utilizando más del 87% de la electricidad procedente de la madera, el carbón, el gas, la biomasa y la energía nuclear, un 4% de hidrógeno y sólo un 9% del sol y el viento. Además, tanto la energía solar como la eólica no son fuentes fiables, con resultados muy inferiores a los teóricamente prometidos debido a las variables climáticas que impiden su pleno rendimiento.
Las baterías de los coches eléctricos es otro de los aspectos más problemáticos de esta nueva moda. Al igual que pasa con el petróleo, los minerales necesarios para su fabricación son finitos
Las baterías de los coches eléctricos es otro de los aspectos más problemáticos de esta nueva moda. Al igual que pasa con el petróleo, los minerales necesarios para su fabricación son finitos. Su extracción está destruyendo y contaminando zonas enteras en países de África central. Su control está generando conflictos bélicos además de la explotación del trabajo infantil que se esconde detrás de esas minas. Una explotación que no parece importar mucho. Todo sea por salvar el planeta.
Un reciente estudio de Greenpeace calcula que casi 13 millones de toneladas de baterías de coches eléctricos llegarán al final de su vida útil entre 2021 y 2030, creando montañas de basura con los materiales (cobalto, litio, níquel...) que han sido usados en su fabricación. En el mismo periodo se fabricarán nuevas baterías extrayendo 11 millones de toneladas de nuevos materiales, generando un importante impacto ambiental en el ecosistema del planeta. Por otra parte, un informe de la Unión Europea indica que sólo se recicla el 5% de las baterías de litio. El 95% restante acaban en contenedores, en vertederos o incineradas. No creo que esto sea la mejor manera de salvar el planeta. Existen iniciativas industriales que aún deben consolidarse, pero no son rentables y deberán subvencionarse con fondos públicos. Más dinero para el planeta.
Las baterías no son las únicas en generar residuos. Las nuevas herramientas para producir la tan ansiada electricidad generan toneladas de residuos que en su mayoría no son reciclables. Las placas solares o las torres eólicas fabricadas con un material (resina), acabarán enterradas a 20 metros bajo algún desierto del planeta. En Los Países Bajos, un informe del ministerio de energía calcula que en los próximos años, hasta el 2025, se tendrán que destruir más de 80 millones de placas solares que deben ser reemplazadas y que no se podrán reciclar. Otra actividad que los gobiernos rehenes de esta carrera eléctrica deberán subvencionar generando más déficit publica, desviando recursos que un día necesitaremos para cosas realmente importantes.
Carrera sin control
Todo esto no tiene ningún sentido y como en la gestión del cambio climático, empiezan a salir voces muy críticas que piden una moratoria, abrir debates contrastados sobre esta carrera sin control hacia el vehículo eléctrico que solo favorece algunos negocios privados. En una época donde cuestionar los dogmas impuestos por algunas instituciones internacionales, poco transparentes y sospechosamente corruptas, te aboca a ser etiquetado con burdas descalificaciones, mucho me temo que no tendremos ese debate tan urgente como necesario. Algo no cuadra cuando países como China o Alemania han tenido que reabrir más de 28 minas de carbón que puedan alimentar centrales térmicas para suministrar electricidad. No tiene lógica que estemos destruyendo bosques, convertidos en biomasa para generar electricidad. Ni tampoco se entiende el cambio de criterio de la Comisión Europea rescatando a las centrales nucleares y el gas convertido por arte de magia en energía limpia cuando fueron condenados por peligrosas.
Todas estas incongruencias no son la mejor manera de hablar de cambio climático, de energía verde o de otros dogmas que parecen servir de excusa para el enriquecimiento de algunas grandes corporaciones. No cabe duda de que el bochornoso espectáculo de la última cumbre, con sus 400 jets privados y sus 12 mega yates con consumos de gasoil insultantes, no es la mejor manera de vendernos los esfuerzos que nos exigen. Hace unos días, una delegación europea viajó a Lyon en coches eléctricos para promocionar su uso. En Lyon, los vehículos tuvieron que ser recargados con generadores diésel. Nada en toda esta película climática y eléctrica tiene lógica, argumentos sólidos y sentido común. ¿Alguien en su sano juicio puede pensar que en el 2030, las empresas de automoción dejarán de fabricar coches de gasolina o diésel? ¿En serio? ¿Y qué haremos con todos los vehículos existentes, los motores, los camiones, los aviones, los vehículos militares, etc? ¿Al desguace?
¿Alguien puede pensar que en el 2030, las empresas de automoción dejarán de fabricar coches de gasolina o diésel? En serio?
Yo personalmente, creo que no. Solo con mirar a nuestro alrededor, analizar la vida real, circular por las autovías, queda claro que solo es un nuevo brindis al sol de oscuros tecnócratas de la UE que de momento, han tenido que aplazar hasta el 2035, el final de los motores de combustión interna.
El vehículo eléctrico nunca ha sido verde, ni salva ningún planeta, presentando más desventajas que ventajas. Pero nadie quiere hablar de eso. Es el nuevo Santo Grial. Todos los gobiernos han entrado irracionalmente en una visión túnel persiguiendo una quimera de la que no saben nada. Todas las inversiones, o restricciones, como algunos sugieren, parecen ser pocas para salvar el planeta. La mayoría de los gobiernos se niega a debatir y a estudiar otras soluciones más realistas y menos traumáticas.
Estamos vertiendo millones en subvenciones poco justificables y con escaso retorno. Como decía Ronald Plasterk, periodista holandés, en una de sus columnas en el Telegraaf, “con la excusa de salvar el planeta, estamos subvencionando nuestro propio desastre ecológico”.