«La cultura debe ser negocio». Con esta afirmación tan contundente, Josep Maria 'Tatxo' Benet dejaba al auditorio en estado de shock. Era la segunda de las 11 sesiones de las jornadas Cultura: Versión 2050, organizadas la semana pasada en las Drassanes de Barcelona por parte del Área de Cultura de la Diputación. A primera vista, podríamos decir que Tatxo Benet, como socio de referencia de Mediapro, ha hecho de esta tesis su divisa profesional. La cultura de masas, desarrollada sobre todo desde el siglo XX, se ha convertido en una parte sustancial del gasto y del consumo de amplias capas de la población en todo el mundo. Como dijo Joan Manuel Tresserras en las mismas jornadas, la cultura del entretenimiento, cuando ya se han superado las religiones, es cada vez más relevante para evadirnos de un mundo cada vez más hostil, en el que de día para otro nos anuncian el fin del mundo, sea por una guerra, por una epidemia o por el cambio climático.
Es evidente que la globalización y la digitalización han favorecido también en la cultura de masas la emergencia de unos oligopolios de alcance mundial que, más que nunca, amenazan con la homogeneización de los referentes culturales en todo el mundo. Al menos, del mundo occidental.
Ahora, sin embargo, quizá la novedad sea que la mercantilización de la cultura llega a lo que tradicionalmente se consideraba alta cultura. En Barcelona tenemos suficientes y destacados ejemplos. Estuvimos meses y meses discutiendo sobre si era conveniente instalar una franquicia del museo del Hermitage en una ubicación privilegiada en el puerto de la ciudad. El rechazo de los promotores de aceptar ubicaciones alternativas dentro de Barcelona refuerza la impresión de que se trataba de una operación especulativa que, con la excusa de la cultura, conseguía un emplazamiento especialmente codiciado y con condiciones muy favorables. Se trataba de hacer dinero con el explotación comercial y de restauración, no con la cultura.
Tenemos museos privados de todo tipo, del chocolate al cannabis. Y en el ámbito de las artes plásticas nos encontramos con el ejemplo del MOCO
Pero no se trata sólo de ese caso emblemático del capitalismo salvaje que impera en Rusia y contamina sus instituciones culturales. Tenemos museos privados de todo tipo, del chocolate al cannabis. Ahora, en el ámbito de las artes plásticas nos encontramos con el ejemplo reciente del MOCO, en la calle de Montcada. Un museo que reúne obras de autores significados del siempre evanescente arte contemporáneo y que justifica el elevado precio de las entradas porque no dispone de ninguna subvención pública y debe autofinanciarse. Los promotores, por cierto, son una pareja de holandeses que tienen su sede original en Amsterdam, la única de las ciudades donde la franquicia del Hermitage todavía pervive.
El mercado y la libertad del artista
Otro ejemplo reciente que persigue hacer negocio en el ámbito de las exposiciones de artes plásticas es el del Palau Martorell, en la calle Ample de Barcelona. La empresa madrileña promotora ya hizo un primer intento en las Drassanes, con una exposición sobre Escher, pero la pandemia lo frenó. Ahora vuelven a intentarlo con un artista más popular en el mundo local y sacando el polvo a fondos no expuestos del Museo Sorolla de Madrid. Por cierto, dicen los entendidos que los esbozos que ahora se presentan eran ensayos para uso propio, no dirigidos al mercado, por lo que son más libres e innovadores y el pintor conservó la mayoría y formaron parte del legado de su casa museo. Ahora, los esbozos de los artistas conocidos también se venden y cotizan en el mercado del arte.
Empresarios que apuestan por la cultura
Tatxo Benet, además de resucitar la histórica librería Proa en un magnífico espacio junto al antiguo Ritz y muy cerca de la tradicional sede de la librería, tiene otro proyecto cultural entre manos. Se trata de lo que se llamará museo del Arte Prohibido, que ocupará el edificio modernista Garriga i Nogués, que hasta hace poco hospedaba otro museo privado, el que impulsó una de las primeras fortunas de Catalunya, Liliana Godia. Este museo cerró sin dar demasiadas explicaciones.
Las fundaciones Miró y Tàpies pasan por dificultades económicas: la segunda lleva tres años sin director
En estos proyectos, la frontera entre el mecenazgo y el negocio está poco clara. En ocasiones, el mismo programa o el precio de la entrada ya nos orientan. Un caso claro de mecenazgo en la exhibición de las artes plásticas es el conjunto de espacios expositivos de la Fundación Vila Casas, tanto en Barcelona como en Palafrugell y Torroella de Montgrí. Existen también otros proyectos museísticos basados en el legado de un artista destacado. En Barcelona tenemos, por ejemplo, la Fundació Miró y la Fundació Tàpies, Las dificultades económicas de las dos, sin embargo, son bien conocidas: la propia Tàpies lleva tres años sin director, a las puertas del centenario del nacimiento del artista.
Por eso mismo es legítimo y comprensible que las instituciones culturales busquen el mayor número de ingresos directamente derivados de su actividad. Es poco probable que la librería Ona se convierta en un gran negocio, aunque Tatxo Benet haga todo lo posible para no perder dinero. Como seguramente tampoco la librería Finestres, impulsada por el empresario Sergi Ferrer-Salat, es probable que gane mucho. Más bien lo contrario. En este caso, también se trata de un empresario con la suficiente sensibilidad cultural para ejercer de mecenas de diversos programas culturales y sociales.
La asignatura pendiente del mecenazgo
El mecenazgo, por su parte, representa una de las grandes asignaturas pendientes del sistema legal y cultural en Catalunya y España. Acaba de hacerse público que el Ayuntamiento de Barcelona ha aceptado por primera vez una obra de arte –un espejo diseñado por Gaudí– como pago de una deuda tributaria. En España, hace muchos años que este mecanismo funciona a toda pastilla. Al menos desde que asustaron al pobre Dalí, enfermo, por sus enredos fiscales y así consiguieron que legara al Estado las obras que siempre había previsto dejar en su Museo-Teatro de Figueres. Ni que decir tiene que, en la inmensa mayoría de casos. las obras conseguidas en pago de cargas fiscales van a parar a Madrid.
En Catalunya, como en otros muchos países occidentales, muchos empresarios destacados habían destinado una parte relevante de su fortuna al mecenazgo cultural y también social. El propio Gaudí que ahora comentábamos es un buen ejemplo de ello y podemos darnos por satisfechos, porque la gran mayoría de edificaciones de la Barcelona de la época no se encargaron a los brillantes arquitectos modernistas, sino a otros más mediocres y más acordes con el gusto general del mercado.
La Fundació Catalunya Cultura defiende que se conceden más beneficios fiscales a los mecenas culturales
Ahora mismo, a raíz de la discusión de los presupuestos de la Generalitat, está sobre la mesa una propuesta de la Fundación Catalunya Cultura, que se dedica a promover el mecenazgo, para que se conceden más beneficios fiscales a los mecenas culturales. El modelo anglosajón de aportaciones culturales a cambio de rebajas fiscales es el referente de estos planteamientos. Ya se emplean este tipo de mecanismos en otras actuaciones, como las vinculadas a la sostenibilidad. La capacidad normativa de la Generalidad en este ámbito es limitada y sólo significativa en lo que se refiere al tramo autonómico del IRPF.
Es realmente el Estado quien tiene la sartén de la fiscalidad por el mango, especialmente en lo que se refiere al Impuesto sobre Sociedades. Pero este impuesto es ya un colador de exenciones y rebajas de todo tipo que, en buena parte, explican las escasas cargas fiscales de las grandes empresas.
Sin embargo, todo ello no debería ser un obstáculo definitivo que impidiera ir explorando y evaluando los resultados de un mejor tratamiento fiscal en los mecenas, sean personas físicas o empresas. Y tampoco podemos conformarnos con que determinados mecenazgos hayan acabado convirtiéndose en financiación irregular de personas y partidos, como en el Palau de la Música. El miedo a las irregularidades acaba convirtiéndose en una losa burocrática que amenaza con paralizarlo todo, que afecta desde la cultura en general -como se repitió continuadamente en estas jornadas- hasta el nivel de ejecución de los Fondos Next Generation.
El mercado también puede ser perverso
Decíamos que Tatxo Benet tiene previsto mostrar su colección de arte censurado. Quizá por eso, después de declarar que la cultura debía ser arte, lo justificó diciendo que era el público y no los burócratas quien debían decidir qué era arte y qué quería ver. Y quizá tenga una parte de razón.
Sin embargo, la primera obra de su colección fue el montaje fotográfico Presos polítics, con 24 fotos de caras medio pixeladas, entre ellos varios políticos catalanes perseguidos por el Procés. Cuando se mostró al público, el escándalo mediático hizo que los responsables de la feria retiraran la obra. Estaba expuesta en Arco, el salón madrileño del arte. El más relevante escaparate y mercado del arte de España. Y es que el mercado, en lo que respecta al arte y la cultura, también puede ser perverso.