A finales de 2024, y de manera sorprendente, la histórica petrolera Cepsa hizo público un profundo cambio de denominación e imagen corporativa. Dejaba atrás casi un siglo con el nombre de Compañía Española de Petróleos, SA. El cambio se enmarca en la carrera actual que mantienen algunas firmas petroleras por hacer ver que esto de los hidrocarburos no va con ellos y que se dedican a actividades mucho más verdes. La nueva marca se basa en una palabra inventada, pero nos recuerda a la manera castellana de hablar del concepto de movimiento, una de las ideas que quieren transmitir. Al mismo tiempo, también es un acrónimo formado por las iniciales de “movimiento”, “optimismo”, “energía”, “valentía” y “evolución”. Casualidad, incluye la combinación de vocales “oe”, muy frecuente en la lengua neerlandesa, la que habla su actual CEO, Maarten Wetselaar. Este ejecutivo está al cargo desde el primero de enero de 2022, cuando sustituyó a Philippe Boisseau. Justo antes del mandato fugaz del francés, el cargo de primer ejecutivo de la compañía había sido para el catalán Pere Miró Roig, hasta que en 2019 se jubiló después de más de cuarenta años en la empresa.
Más allá de lo que puede ser el conocimiento general sobre Cepsa, lo cierto es que esta compañía tiene una historia muy interesante y con fuertes vinculaciones con Catalunya. Para hablar de ello, hay que ir a su prehistoria, en concreto al año 1927 cuando se creó la otra gran petrolera española, la Campsa. En el contexto monopolístico y centralizador de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), el gobierno tuvo la idea de crear una compañía que gestionase, en régimen de monopolio, el sector estatal del petróleo, y para ello crearon la Compañía Arrendataria del Monopolio del Petróleo, SA. Entre los aspirantes a gestionar el conglomerado, el ganador del concurso fue un pool formado por los principales bancos estatales, asociados con una constelación de inversores de menor dimensión. Así sucedió a finales de 1927 y en el primer ejercicio completo que se cerró, 1928, el núcleo duro de accionistas lo formaban cinco bancos de grandes dimensiones (Bilbao, Banesto, Hispano Americano, Urquijo y Vizcaya) con participaciones individuales alrededor del 6% cada uno, para totalizar un paquete consolidado del 32%. Otro inversor relevante era el mallorquín Manuel Salas Sureda, gran empresario del sector antes de la creación del monopolio, que atesoraba un 7,5% del capital. Este grupo de grandes accionistas se completaba con el Estado español, que se reservó un 28% de las acciones. En total, dos tercios de las compañías estaban en manos de los accionistas indicados. La representación catalana venía a través del Banc de Catalunya -dirigido por Eduard Recasens- el Hispano-Colonial y la Banca Marsans, que entre los tres acumulaban un 6% de la empresa. En la sala de máquinas de la firma petrolera había otros personajes vinculados al país, como Demetrio Carceller Segura (subdirector) y Josep Maluquer Nicolau (jefe del departamento técnico).
El propósito de la nueva compañía fue desde el principio dedicarse solamente a la distribución de combustible, sin tener ninguna voluntad de entrar en los segmentos de refinamiento y de prospección. De hecho, el carácter de monopolio estatal de Campsa provocaba que la gran mayoría de países productores de crudo le hubiesen vetado la posibilidad de tener concesiones propias. Esta limitación fue la causa de que solo dos años después de la creación de la firma, en 1929, algunos elementos importantes de Campsa protagonizasen una escisión para crear una empresa nueva con un perfil más ambicioso, la Cepsa. El brazo financiero de la operación fue el mencionado Eduard Recasens Mercadé, mientras que su hermano, Francesc, fue el encargado de comprar los activos necesarios para comenzar (pozos y concesiones para hacer prospección), que provenían de la Falcon Oil Corporation. El verano de 1929, Francesc Recasens presentó el proyecto de negocio al ministro de Hacienda, José Calvo Sotelo, que poco después lo autorizó. La nueva compañía comenzó a caminar con una producción de 4.000 barriles diarios extraídos de campos petrolíferos de Venezuela.
El fichaje estrella de la firma para poder tirar adelante no fue otro que Demetrio Carceller, a quien hemos visto antes con altas responsabilidades en la Campsa y que pasó a ser director general de la nueva compañía. Este ingeniero textil había nacido en un pueblecito de Teruel, pero bien pronto su familia emigró a Catalunya y bajo la protección de Alfons Sala Argemí, conde de Égara, pudo cursar estudios superiores. Su primera experiencia profesional fue en la empresa Sabadell y Henry, un fabricante de lubricantes con oficinas en el Paseo de Gracia, una posición que le permitió pasar a la Campsa cuando esta fue creada.
Pero la ambición de los gestores de Cepsa iba más allá de producir petróleo en Venezuela y llevarlo hacia España, porque bien pronto se plantearon la posibilidad de explotar una refinería, sobre todo porque Campsa parecía no querer operar en este segmento de la cadena de producción. Los intentos de Cepsa de construir una refinería en la Península se encontraron siempre con las puertas cerradas a causa del monopolio, de manera que no quedó otra opción que levantarla en Tenerife, ya que el archipiélago canario quedaba fuera del territorio de exclusividad del monopolio. A finales de 1930 comenzó a funcionar, justo antes de la tormenta perfecta, y es que en la década que se iniciaba se combinaron toda una serie de factores que complicaron mucho la vida de Cepsa.
A la crisis mundial de los años treinta, que hundió los precios del crudo a un tercio de lo que habían sido antes, hay que añadir el boicot de las autoridades estatales. No es ningún secreto que el ministro de Hacienda de la República, Indalecio Prieto, maniobró para que la Campsa liquidase sus depósitos en el Banco de Catalunya para provocar la quiebra de esta entidad bancaria, circunstancia que afectó de lleno a la Cepsa, ya que esta entidad financiera era el pilar de la petrolera. En paralelo, en 1933, Carceller creó una compañía en Canarias, Disa (Distribuidora Industrial, SA), con el objetivo de distribuir productos petrolíferos. Hoy en día, esta empresa continúa en manos de la familia Carceller, con una red de gasolineras con bandera propia y también mediante la explotación de gasolineras bajo la marca Shell. Los Carceller son conocidos sobre todo por ser unos de los accionistas de referencia de la cervecera Damm.
A pesar de los numerosos obstáculos, Cepsa siguió adelante y en 1934 iniciaron un proyecto para hacer prospecciones petrolíferas en la Península. Los cabezas visibles del intento fueron el ingeniero de minas Enrique Dupuy de Lôme Vidiella (1885-1965) y el geólogo americano Anderson, pero el estallido de la Guerra Civil interrumpió los trabajos, que no tuvieron continuidad hasta 1940. En ese momento Cepsa creó la filial Ciepsa, Compañía de Investigación y Explotaciones Petrolíferas, SA. Una vez acabada la Segunda Guerra Mundial, esta nueva acometida fue de la mano de la firma americana Socony (Standard Oil Company of New York), que formaba parte de la constelación de negocios del magnate John Davison Rockefeller Jr. Los americanos aportaron su know-how y por este motivo un contingente de ingenieros se desplazó a diversas zonas del Estado para comenzar las prospecciones, siempre con el apoyo de Dupuy de Lôme. Esta expedición estaba formada por A. E. Fath, R. Anderson, B.H. Grove, Verner Jones, Vinton Arthur Bray y B. Trzesniowsky. El primer pozo lo abrieron en 1947 en la localidad de Oliana (Alt Urgell), que con sus 2.323 metros de profundidad se ganó el título de pozo más profundo del Estado durante muchos años. El responsable de aquella prospección fue el geólogo de Nebraska Vinton Arthur Bray (1903-1963), que después también trabajaría en Burgo de Osma (Soria), La Marina (Bajo Vinalopó), Rojals (Bajo Segura) y Boltanya (Sobrarb). Con mucho trabajo hecho, pero sin éxitos relevantes, la colaboración de Ciepsa con los norteamericanos tuvo su punto final en 1950. Los años siguientes, el trabajo de prospección se haría con técnicos españoles, con el apoyo puntual de geólogos alemanes.
Por su parte, la matriz Cepsa continuó su crecimiento en las décadas de los cincuenta y sesenta, con la entrada en servicio, en 1967, de la segunda refinería, en Algeciras. Con el paso de los años, el Banco Central se destacó como accionista de referencia de la compañía, que tenía desde muy pronto una parte de capital cotizando en bolsa (de la misma manera que la cultura popular bautizó las acciones de Telefónica como “Matildas”, las de Cepsa eran conocidas como “Petrolitos”). A finales de los ochenta, el Central abrió la puerta del capital a los fondos soberanos de Kuwait (el famoso KIO) y Abu Dhabi (IPIC), primero con paquetes muy minoritarios, pero después con un peso relevante en el capital. En 1992 el Central se fusionó con el Hispano-Americano y siete años después esta entidad fue absorbida por el Santander, de manera que la participación en Cepsa acabó en manos de la familia Botín. Las políticas estratégicas del Santander, poco amigas de los grupos industriales, provocaron que el banco fuese cediendo el control de la petrolera en beneficio de la francesa Total (a través de Elf Aquitaine), que en 2006 ya llegó a la línea del 50% del capital. Tres años más tarde, los Botín se desprendieron del tercio que les quedaba en el accionariado de Cepsa, un paquete que fue traspasado al fondo soberano de Abu Dhabi (IPIC).
Hoy en día, Moeve es una compañía que tiene como accionista principal al fondo Mubadala (fondo heredero de IPIC) con un 60% del capital, secundado por el fondo Carlyle, que en 2019 consiguió un 37% de las acciones (compradas, precisamente, a Mubadala). En 2011 las acciones dejaron de cotizar en bolsa. La facturación de la compañía está por encima de los 25.000 millones de euros.