La elevadísima presencia de seguidores del Eintracht Frankfurt en el reciente partido de la Europa League en el Camp Nou ha dejado al descubierto lo que muchos barcelonistas constatábamos desde hace años: la asistencia de socios abonados y no abonados en partidos estadio era y es realmente baja, y únicamente el alto volumen de turistas y espectadores ocasionales ha maquillado los datos de asistencia de la actual temporada y, sobre todo, de las previas a la aparición del virus.
Las explicaciones del presidente Laporta en comparecencia de prensa no han sido convincentes. El club no puede escudarse en que socios de la entidad hayan vendido ilegalmente sus asientos a aficionados alemanes, ya que esto no explica la magnitud de la tragedia. El Barça gestionó la venta de 35.000 entradas para ese partido y, visto el aspecto de la grada, es indiscutible que la inmensa mayoría de ellas acabaron en manos de los seguidores rivales con los consecuentes riesgos de seguridad que comportó. Es necesaria, pues, una asunción de responsabilidades real, por mucho que duela a los incondicionales de Laporta cegados por la figura de un líder que creen infalible.
El club no puede escudarse en que socios de la entidad hayan vendido ilegalmente sus asientos a aficionados alemanes, ya que esto no explica la magnitud de la tragedia
La exigencia de luces y taquígrafos a quienes comandan el club no debe hacer olvidar que no se ha llegado a este escenario de un día para otro. La conversión del Camp Nou en un parque temático para el turista tiene el pecado original en el Seient Lliure. Se trata del sistema originado en el mandato de Joan Gaspart (2000-2003) para que los abonados que no pudieran ir a un partido pusieran a la venta, a través del Club, su asiento con el objetivo de que otro culé, socio no abonado preferentemente, asistiera a ese encuentro. La buena idea original – facilitar a un culé ocupar ese espacio que habría quedado vacío– se desdibujó con el tiempo: gracias al Seient Lliure, muchos abonados recuperan parte del coste anual del abono de la temporada siguiente – no se puede obtener más del 90% de su precio para evitar que hagan negocio— a la vez que se garantizan el asiento para los partidos más atractivos. Por mucho que ahora esté suspendido temporalmente, la perversión del Seient Lliure, la alta presencia de turistas en Barcelona, la poco clara relación del club con ciertos turoperadores y la reticencia de algunos abonados a volver al estadio por la pandemia han conformado la tormenta perfecta. Además del doloroso partido contra el Eintracht Frankfurt, otro ejemplo fue el último Barça-Madrid de Liga, en el que la sustitución de abonados barcelonistas por seguidores merengues, la inmensa mayoría de ellos también turistas, generó una mezcla de aficionados en varias áreas del estadio en las que seguidores de un lado y otro no llegaron por poco a las manos. Se puede ir un poco más atrás y recordar el partido de vuelta de Supercopa de España del 2017 en el Camp Nou, donde una parte significativa de la grada celebró los goles del Real Madrid como si estuvieran en el Santiago Bernabeu.
Alguien puede pensar que un primer equipo en proceso de reconstrucción no ayuda a tener mejores asistencias, a pesar de que el efecto Xavi pueda arrastrar más socios a las gradas del Camp Nou. Es cierto que un equipo ganador anima a la tropa a ir al estadio, pero incluso en la época de Pep Team con un Messi divino las cifras no eran para tirar cohetes si se tiene en cuenta el efecto turista, que escondía la desnaturalización que se producía en la grada por mucho que se quisiera tapar con una artificial y vulgar Grada de Animación.
Pero ¿es todo ello culpa de los socios, abonados y no abonados, que no llenan las gradas? Pues no del todo, porque las juntas de Gaspart, Joan Laporta, Sandro Rosell y Josep Maria Bartomeu miraron a otro lado ante la progresiva pérdida de identidad en la grada. ¿La razón de la desidia? El Seient Lliure se convirtió en un jugoso ingreso. La reventa de la entrada de aquel socio que no iba al estadio generaba ingresos por mucho que tuviera que recompensarse económicamente a quien lo cedía. Sin ir más lejos, el Barça ingresó 71,6 millones de euros en la venta de entradas en taquilla para ver al primer equipo en la temporada 2018-2019. Con estas cifras se entiende perfectamente que a los abonados se les bombardeara días antes de cualquier encuentro con SMS y correos electrónicos que les recordaban las ventajas de poner los abonos en el Seient Lliure, en algunas ocasiones con el incentivo de descuentos y obsequios tentadores. Cuanto más liberen a los abonados, más entradas a vender y más ingresos. Con unos precios de entradas demasiado elevados por mucho que se hiciera algún descuento a los socios no abonados, el turista que pasaba por allí era el público objetivo real. Compraba sin quejarse mientras el Barça hacía el agosto y la despersonalización del Camp Nou avanzaba sin parar. En esta espiral económica, tampoco es descartable que a algunas juntas les beneficiara una despersonalización de la grada para impedir que se produjera alguna pañolada en momentos críticos. No es lo mismo sacar el pañuelo si tus vecinos también se suman que hacerlo rodeado de turistas que no comprenderán nada de lo que está pasando… ¿Verdad que nos entendemos? Ah, y para más inri, uno de los anteriores presidentes, Sandro Rosell, era accionista de Viagogo, empresa de compra y venta de entradas de espectáculos, también deportivos. Una vinculación que entonces obviaron muchos de los medios de comunicación que ahora piden explicaciones a Laporta.
Las juntas de Gaspart, Joan Laporta, Sandro Rosell y Josep Maria Bartomeu miraron a otro lado ante la progresiva pérdida de identidad en la grada
A la Milanesa de Messi le duele que el Camp Nou haya dejado de ser un estadio familiar en el que coincidías con la misma gente para pasar a ser una atracción turística. Antes, decías «Feliz Navidad» y «hasta la próxima temporada» a quienes te rodeaban porque sabías que los volverías a ver. Ahora la incógnita es saber si el anónimo que se sentará a tu lado vivirá el partido con los cinco sentidos, algo excepcional, o si estará haciéndose ver en las redes sociales con fotos y vídeos del estadio sin que le importe qué pasa al rectángulo de juego. O peor aún: tener que seguir el partido rodeado de aficionados rivales que tienen en sus asientos libres una alfombra roja para hacerse suyo el Camp Nou, tal y como ocurrió contra el rival alemán.
Al entender de la Milanesa de Messi, la anémica economía del Club no puede ser excusa para aferrarse al Seient Lliure una vez se consolide la presencia de turistas en Barcelona. Hay muchas ideas para intentar llenar el Camp Nou con abonados y no abonados antes que limitarse a perseguir al espectador ocasional por mucho que éste deje más dinero en la caja. De entrada, contémonos y seamos transparentes, por lo que hay que hacer público un mapa de usos del estadio para saber qué lugares son de abonados y cuáles retiene el Club para vender a espectadores ocasionales. A partir de aquí, hay que dar la vuelta a la dinámica perversa del Seient Lliure y sustituirla por premiar a los abonados fieles que más asisten al estadio: quien más vaya al Camp Nou más barato pagará el abono la próxima temporada, y viceversa. Otra línea implica fomentar las excedencias anuales voluntarias por motivos justificados (enfermedad, trabajo en el extranjero, cuidado de terceros, etc.) con la intención de que aquellos que están en la lista de espera de un abono puedan disfrutar de un asiento al menos una temporada entera. También es imprescindible luchar de verdad contra la reventa fraudulenta por mucho que implique poner punto y final a tratos de favor a terceros, sean peñas barcelonistas o turoperadores. Y, finalmente, un objetivo a medio y largo plazo: hay que incentivar la presencia de niños socios en el Estadio para garantizar un relevo generacional en la grada, ahora completamente amenazado. Somos animales de costumbres: si uno no tiene el hábito de ir al Camp Nou de pequeño, difícilmente se aficionará más adelante. Si a esto le sumamos los estudios que aseguran que la llamada Generación Z pierde interés por el fútbol, el horizonte es muy negro. Incluso el propio Piqué ha admitido que a largo plazo habrá que cambiar aspectos del fútbol para mantener la atención del público joven.
O recuperamos el Camp Nou con una alta asistencia de socios o corremos el riesgo de que la despersonalización se convierta en crónica y de que el abonado que va a los partidos no sea más que atrezzo para el turista que pasa por allí
En resumidas cuentas: o recuperamos el Camp Nou con una alta asistencia de socios o corremos el riesgo de que la despersonalización se convierta en crónica y de que el abonado que va a los partidos no sea más que atrezzo para el turista que pasa por allí. O ponemos remedio o un día llegará el partido en el que habrá espectadores en el Camp Nou pero sin apenas socios en la grada. Entonces ya habremos perdido una parte más de nuestra identidad. Lo que ocurrió en la vuelta contra el Eintracht Frankfurt fue el último aviso. Ahora nadie puede decir que el emperador no va desnudo y negarse a aceptar la realidad de lo que ocurre en el Camp Nou desde hace años. No sabemos si todavía estamos a tiempo, pero todo lo que no sea intentar recuperar la grada del estadio será un mal servicio a la entidad.