Un tiovivo te recibe en la entrada. A su lado, un pasillo interminable que conduce a una sala-café con el techo rallado ampulosamente en un strip negro y blanco con un neón rojo despampanante donde se lee interminablemente: Gala, Gala, Gala… Cruzando la estancia, un precioso patio de manzana con una nariz-fuente —diseño de Quintana Partners como el resto de interiorismo— que bien podría hacer de complemento a aquellos dalinianos labios Mae-West…. Al atravesar, otra sorpresa: ¿Una librería con chimenea? A estas alturas, pocos restaurantes logran arquear cejas (al menos a los que nos dedicamos a divagar en la efervescencia constante de la restauración barcelonesa). Gala sí que pondrá algún que otro pelo de punta (si no en lo culinario, que también podría) en el interiorismo que se gasta el nuevo local del ya famoso Grupo Isabella’s.
Oda al surrealismo daliniano con nombre de mujer
Conocidas son ya otras plazas bajo el sello restaurantil de rápido fulgor de Isabella Heseltine, que cuenta ya con seis establecimientos en España —proyecta una próxima apertura en Madrid— y uno en Oporto. La entrada del grupo inversor Salomon 1965 de la mano de Toni y Harry Serra (con una cartera valorada en 50 millones), ha posibilitado dotar de solidez al grupo en los últimos tiempos y posicionarse como una de las empresas del sector con más proyección.
Sus espacios, llenos a reventar cuando se acerca el fin de semana por acólitos deseosos de colarse en la escena in de los new in town, sitios como Harry’s o el primigenio Bella siguen de moda. Cada uno de los restaurantes del grupo versa sobre una apuesta culinaria concreta. Gala no. El nuevo negocio que lidera Marco Garí —y que recupera la plaza donde antes estaba el mítico El Principal— es una amalgama de todo lo que a uno le puede apetecer, un tropel de propuestas, un poco a capricho del paladar. “En Gala está tan cuidado lo que se ofrece en los platos como el ambiente en el que se degustan”, revindica Garí.
Le creemos. Josep María Masó, chef ejecutivo, mezcla todo lo mezclable en una carta que mira al disfrute: desde propuestas mediterráneas (recomendables, la tortilla vaga de alcachofas con trufa negra laminada o los guisantes del Maresme con butifarra negra), de receta tradicional (unos impecables macarrones cardenal o unos canelones), a una barra de sushi espectacular que ocupa el 20% de la carta —probad el tartar de negi toro y caviar. Espectacular—. ¿Estamos en un japonés? No. Ahí está también el jamón de Guijuelo de 70 meses de curación cortado a cuchillo —el peso de la loncha, de 0,4 miligramos, permite que la grasa haga ventosa, se pegue al plato y este se pueda poner en vertical, explica el aguerrido cortador en la misma mesa—, y un excelente lomo alto de angus de Nebraska para compartir (fuera de carta). La vajilla, floreada y vistosa, juega al contraste con la cromática de cada plato. Sillas, cojines y mesas también van a la zaga formando parte de este atrezzo de un espectáculo interiorista al servicio de la divertida y gamberra experiencia.
Copas, té y discoteca (cuando se pueda)
Abierto todos los días del año, de mediodía a madrugada, el tardeo clama a una taza de té en ese patio domiguero y, ya entrada la noche, copas (el apartado de coctelería es bien diverso y pertrechado) con espacio club en el subterráneo (a más de uno arrancará un nostálgico suspiro).
Bajamos al aseo. Una tarotista espera tras una cortina para leernos la mano, al otro lado, una máquina Zoltar nos traslada a Big. Pero nosotros nos resistimos a introducir la moneda y que el adivino nos lea su bola de cristal. No queremos sentirnos en The Outer Limits o The Twilight Zone, así que lo dejamos para otro día. Efectivamente, como en un cuadro de Dalí, aquí puede asomar de todo en cualquier esquina.