
Toda empresa necesita trabajadores o empleados bien formados. La evidencia no admite discusión, pero a veces es útil recordar el porqué. Las personas bien formadas están en disposición de innovar. De tanto usarse, tendemos a relacionar el significado de innovación con la formación en nuevas tecnologías, con los últimos avances en brillantes sistemas de producción, olvidando que los aspectos más cotidianos también requieren constantemente una reformulación o replanteamiento. Si innovamos, estamos en condiciones de ampliar mercado y ofrecer mejores servicios a los clientes, de modo que llegamos al eslabón que lo enlaza todo: conseguir ser más competitivos.
No hay duda de que el conocimiento de lenguas es un activo importantísimo para los empleados y las empresas. Grados, másteres y algunos estudios profesionales, a menudo privados, apuestan por el inglés como lengua vehicular para una mayor proyección en un mercado globalizado, una opción comprensible siempre que no tenga como único objetivo la atracción de estudiantes extranjeros. Pero no hace falta ir tan lejos para darse cuenta de la necesidad de empleados formados lingüísticamente.
En este nuevo país de 8 millones de habitantes que es Catalunya, trabajadores extracomunitarios procedentes, sobre todo, de países sudamericanos, asiáticos y africanos, se incorporan con fuerza al sector servicios, a menudo sin un conocimiento suficiente de la lengua del país. Empresas grandes y pequeñas, gremios y organizaciones empresariales llevan tiempo manifestando las dificultades que encuentran a la hora de contratar trabajadores que puedan atender en lengua catalana. En esta carencia ven un problema doble que, en el fondo, es el mismo: por un lado, el de no cumplir los estándares legales mínimos —poder atender a un cliente que se dirija en catalán sin obligarlo a cambiar de lengua— y, por otro, directamente relacionado con el anterior, el de no cumplir los estándares de calidad mínimamente aceptables —un cliente que usa el catalán no tiene por qué sentirse inseguro o lingüísticamente cohibido en el acto de consumo.
En esta intersección —un mostrador de un establecimiento, una caja de supermercado, un recibidor donde acaba de llegar un operario que reforma un piso— confluyen y chocan realidades y orígenes distintos que también deben abordarse socialmente en conjunto, y no solo desde la legalidad o la calidad. Es necesario, por tanto, acoplar, integrar, compaginar y conjugar derechos y deberes o, dicho de otro modo, hacer de la lengua un punto de encuentro para cohesionar a locales y recién llegados. En este sentido, la función social de la empresa es clarísima: debe actuar como un crisol donde se fundan y se unan voluntades y expectativas. ¿Cómo se puede garantizar el derecho a ser atendido en catalán si no se reconoce abierta y claramente que los derechos lingüísticos también son derechos laborales? Si el trabajador no tiene derecho a acceder a conocimientos de lengua en el ámbito y en horario laboral, ¿cómo se asegura la calidad del servicio, los derechos lingüísticos del consumidor y, a su vez, su propio derecho a participar plenamente de lo que este país le puede ofrecer? Todo tiene su papel, incluso la responsabilidad individual: el derecho del trabajador a aprender un bien público como la lengua del país no es practicable si los consumidores no ejercen de manera activa y cívica el derecho a hablarles en ella...
Como decíamos, en todo este asunto la responsabilidad social de la empresa es clave. El Consell de Relacions Laborals de Catalunya, espacio estable de diálogo social y participación institucional de sindicatos, organizaciones empresariales y la Administración de la Generalitat de Catalunya, adscrito al Departamento de Empresa y Trabajo, ofrece un Espacio para el impulso del catalán en las relaciones laborales, que incluye, entre otros recursos, una página donde se armonizan la responsabilidad social y la responsabilidad lingüística, con un mapa en el que se visibilizan experiencias exitosas de uso del catalán en las empresas.
Por su parte, el Consorci per a la Formació Contínua de Catalunya y el Servei d'Ocupació de Catalunya (SOC), con la colaboración del Consorci per a la Normalització Lingüística y el Departament de Política Lingüística, están formando en lengua catalana a cerca de un millar de personas trabajadoras. El programa formativo Prescriu-te el català, destinado gratuitamente a los profesionales de la salud, ha incorporado a la oferta formativa el nivel A2, además de los niveles B1, B2 y C1.
Las iniciativas deben seguir multiplicándose dada la magnitud del reto. La empresa tiene mucho que decir y no puede quedar al margen.