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Los árbitros del mercado (y sus secretos)

Roger Vinton analiza el poder de las agencias de rating: educación, prensa y fondos de inversión

La Torre de Fitch en Manhattan. | iStock
La Torre de Fitch en Manhattan. | iStock
Barcelona
18 de Diciembre de 2019
Act. 18 de Diciembre de 2019

Con la crisis de 2008 hicieron acto de presencia en la cultura popular un montón de conceptos que hasta la fecha no habían traspasado las fronteras del mundo financiero. Términos como "hipotecas subprime", entidades como Lehman Brothers y la pareja de baile Fannie Mae y Freddie Mac o las agencias de rating irrumpieron en las conversaciones más habituales de personas que hasta entonces habían visto las finanzas como algo de otro planeta. De todo el hilo de casi-neologismos, prestemos atención al último de los mencionados, las agencias de calificación. La santísima trinidad formada por Standard & Poor's, Moody's y Fitch tiene el encargo de poner nota a toda la deuda que circula por el mundo, de lo que es fácil deducir que su rol es trascendente en la evolución de las inversiones de millones de personas.

"La santísima trinidad formada por Standard & Poor's, Moody's y Fitch pone nota a toda la deuda que circula por el mundo y su rol es trascendente en la evolución de las inversiones de millones de personas"

El trabajo que desarrollan estas agencias consiste en analizar las cifras intrínsecas de los emisores de deuda (empresas y países) y transformarlas en una nota, que sirve para indicar la probabilidad que estos emisores devuelvan el dinero que les hemos dejado cuando hemos comprado sus bonos. Como en la escuela, las notas están agrupadas en dos niveles, equivalentes al aprobado y al suspenso, que ellos denominan "inversión estable" e "inversión de riesgo". Más allá de este primer corte, después lo concretan con una pequeña sopa de letras que va de la A a la D y que permite afinar más sobre la calidad de la empresa en cuestión.

A quién más quién menos le sonará la expresión "triple A" como sinónimo de máxima calidad. La repercusión sobre las emisiones de deuda que tienen las calificaciones de las agencias es inmediata: quién tenga una nota baja -en teoría, menos solvente- tendrá que pagar más intereses a los inversores; quién tenga una nota muy alta podrá emitir bonos ofreciendo un rendimiento más bajo, dado que los inversores ya se sienten en parte retribuidos por la certeza de que recuperarán el dinero. Hasta aquí, todo parece bastante razonable.

De la función que hacen las agencias ya tenemos referencia puntual a través de los medios de comunicación, pero lo que nadie parece explicar nunca es quién hay detrás de estas firmas que tienen un papel tan relevante en los mercados financieros. Por lo tanto, puede resultar un ejercicio enriquecedor a la vez que sorprendente zambullirse en sus entrañas. Manos a la obra!

El libro de Standard & Poor's

La agencia Standard & Poor's fue adquirida hace unos años por el gigante de los libros de texto MacGraw-Hill Companies. El año 2013, esta empresa decidió escindirse en dos sociedades independientes y por este motivo se creó la marca MacGraw-Hill Financial -que agrupaba todos los negocios financieros, incluyendo el de calificación creditícia- mientras que la rama educacional -la de los libros de texto- fue vendida al fondo Apollo Global Management. Tres años más tarde, MacGraw-Hill Financial cambió de denominación para pasar a llamarse S&P Global Inc., es decir, asumieron la denominación de la firma adquirida.

Si consultamos los nombres de sus accionistas significativos, encontraremos que la gran mayoría son fondo de inversión, una circunstancia muy frecuente en las grandes corporaciones de los Estados Unidos. En este caso, encontramos a Vanguard (8% del capital), State Street (4,8%), BlackRock (4,6%), Fidelity (3,6%), etc. Los grandes accionistas, todos fondos, acumulan un 31% del capital. En el consejo de administración de la compañía se sientan personas vinculadas a otros grandes multinacionales, como por ejemplo Lockheed Martin, Cisco Systems, MetLife o Crédit Suisse. La sede central del grupo está en el distrito de Manhattan, en Nueva York.

La Torre 7 de Moody's

La segunda agencia en importancia es Moody's, una empresa que, cosa curiosa, tiene la sede en la Torre 7 del World Trade Center de Nueva York, que es la nueva versión del edificio homónimo que se derrumbó el 11 de septiembre de 2001 por razones no suficientemente explicadas hasta ahora (a diferencia de las torres gemelas, este no sufrió el impacto de ningún avión, pero se fundió en cuestión de segundos). Dando un vistazo a los principales accionistas, vemos que destaca con una participación importante la sociedad Berkshire Hathaway (13%), que es el vehículo de las inversiones del magnate Warren Buffet. Los otros puestos de privilegio los ocupan los sospechosos habituales, es decir, Vanguard (8,5%), BlackRock (4,2%) y State Street (3,9%). Los principales accionistas totalizan un 45% del capital. Como en el caso anterior, en el consejo de administración encontramos presencias vinculadas a firmas muy conocidas, como Citigroup, Cisco Systems o ING.

La prensa de Fitch

Para acabar, la tercera en discordia -Fitch- muestra un perfil muy diferente a las dos anteriores en cuanto a la distribución de su capital: el 100% está en unas únicas manos, las del grupo de medios Hearst Corporation, que pertenece del todo a la familia Hearst. Quizás a muchos este apellido los resuena a la memoria. En efecto, son los descendentes de William Randolph Hearst, el magnate de la prensa que tanto pan mojó con el hundimiento del Maine, el punto de ignición de la guerra entre España y Estados Unidos y que acabó con la pérdida de las colonias por parte de los españoles en el "fatídico" año 1898. Sí, también es el personaje en quién Orson Welles se inspiró para escribir la película Citizen Kane, que él mismo dirigía e interpretaba.

"Fitch es propiedad de los magnates de la prensa que sirvieron de inspiración a Orson Welles para la película Citizen Kane"

Han pasado muchas décadas desde la Guerra de Cuba y también desde la puesta en circulación de la nueva acepción de la palabra "Rosebud", pero no todo ha cambiado porque el actual presidente del grupo -no ejecutivo- lleva por nombre William Randolph Hearst III y es nieto del fundador. El conglomerado familiar es el propietario de una multitud de cabeceras de prensa, de revistas y de canales de televisión, con una facturación que se ensarta hasta los 11.000 millones de dólares anuales. Tiene la sede central también en Manhattan -igual que Moody's y Standard & Poor's- en este caso en la llamada Hearst Tower, una construcción muy extraña diseñada por Norman Foster, autor para la ocasión de una fachada formada por decenas de triángulos de vidrio que yace sobre el viejo edificio de piedra que fue la sede en los años veinte de esta empresa familiar.

Un conflicto de intereses de millones de dólares

Antes de saber todo lo qué acabamos de explicar quizás alguien pensaba que las agencias de rating, que marcan el paso de los mercados financieros, tenían algún tipo de estatus especial que les permitía atribuirse el papel de árbitros neutrales. Resulta evidente que no es así, puesto que son simples firmas con unos accionistas detrás que, en muchos casos, son al mismo tiempo empresas cotizadas con mucho protagonismo en los mercados. Un buen lío si no se está acostumbrado al funcionamiento habitual de las grandes corporaciones americanas. Llegados a este punto, es fácil que alguien se pregunte si las valoraciones que hacen Standard & Poor's y compañía pueden estar influenciadas por los intereses de sus propietarios, una duda comprensible sobretodo si tenemos en cuenta los errores históricos que han cometido de vez en cuando a la hora de valorar determinadas empresas o productos. Pero no es este el único conflicto de intereses que se puede plantear durante el desarrollo de su trabajo, sino que hay otro mucho más prosaico. Tal como sucede en el mundo de la auditoría, en el que la empresa auditada es quien contrata y paga la firma auditora, en el mundo del rating, son los emisores de deuda quien contratan las agencias, de forma que pueden dibujarse situaciones en las qué otorgar una mala nota lleve implícito la pérdida del cliente, que mirará de contratar otra agencia para intentar salir mejor parado en la fotografía. Este marco de relaciones cliente-proveedor puede desembocar en escenarios indeseables. La gran compañía eléctrica californiana Enron o el banco de inversión Lehman Brothers tenían buenas calificaciones justo antes de colapsar, y la crisis inmobiliaria que asoló la economía mundial de 2008 hasta ahora fue causada por unos productos de inversión basados en créditos hipotecarios que no valían nada, pero que las agencias calificaban como excelentes.

"Durante la mencionada crisis las agencias de rating contribuyeron con sus errores a la evaporación de miles de millones de dólares de los inversores, que habían confiado ciegamente"

No sabremos nunca si por incompetencia o por connivencia con sus clientes, pero lo cierto es que durante la mencionada crisis financiera las agencias de rating contribuyeron con sus errores a la evaporación de miles de millones de dólares de los inversores, que habían confiado ciegamente en sus análisis.