El verano de 2008 los medios informaban de las compras que la empresa de alimentación Sos-Cuétara hacía en todo el planeta para mantener su liderazgo mundial en el aceite de oliva. En aquel momento, la adquisición había sido la marca italiana Bertolli, que pertenecía al grupo Unilever y que la firma anglo-neerlandesa había traspasado por la fabulosa cifra de 630 millones de euros. Con una compra de esta magnitud -Bertolli era líder del mercado del aceite en Italia- los españoles ampliaban hasta el 20% su cuota de mercado mundial del oro verde. Eran los días de gloria de una empresa que en aquellos momentos estaba valorada en cerca de 1.500 millones de euros.
Unos meses más tarde, en abril de 2009, saltaba la alarma cuando seis miembros del consejo de administración de SOS-Cuétara se negaban a firmar las cuentas de la sociedad porque no veían nada claras determinadas operaciones llevadas a cabo por el presidente de la compañía, Jesús Salazar. Hoy, sólo una década después, el que era un gigante del mundo empresarial español sobrevive bordeando la quiebra y sus acciones valen poco más de cero. Lo que ha pasado durante estos diez años es el resultado devastador de una tormenta perfecta, donde confluyen una gestión nefasta, crecimiento basado en la deuda y la siempre recurrente crisis iniciada en 2008. Pero hagamos un poco de historia.
"Sólo una década después, el que era un gigante del mundo empresarial español sobrevive hoy bordeando la quiebra y sus acciones valen poco más de cero"
Coincidiendo con la crisis financiera que sacudió el mundo a partir de 2008, la firma SOS-Cuétara realizó alguna de sus inversiones más ambiciosas para poder mantener el ritmo de crecimiento que le había acompañado desde su creación a inicios de los años noventa. Durante los primeros años del siglo XXI, el grupo podía presumir de tener en su escaparate algunas de las marcas más conocidas y consumidas de galletas (Cuétara), de arroces (SOS) y de aceite de oliva (Koipe, Carbonell), un potencial que lo llevaba a ser el líder mundial del aceite de oliva y el segundo grupo alimentario español.
Eran los tiempos en que el rey Joan Carles I inauguraba sus factorías, con bata blanca incluida y aspecto de catador profesional de galletas. El crecimiento acelerado del grupo desde su constitución acabaría convirtiéndose en el talón de Aquiles del entramado, que arrastraba unos niveles de deuda sólo soportables en un entorno económico de fuerte viento de cola. Cuando la economía se retardó, la deuda acumulada resultó una pelota difícil de digerir en las cuentas de la sociedad. Pero esto no era todo: en los momentos de bonanza, los máximos accionistas de la compañía, los hermanos Salazar, se habían ido concediendo préstamos con dinero de la empresa por un valor total que subía hasta los 220 millones de euros. Sin ninguna intención de devolver el dinero, y con una empresa que cada vez ganaba menos porque el mercado le había dado la espalda -con la crisis muchos consumidores se decantaron por las marcas de bajo coste, un segmento que SOS-Cuétara no tocaba- la situación empeoró a gran velocidad. El mismo 2008, optaron por desprenderse de la exitosa división de galletas, con la intención de generar caja y poder reducir la deuda. El comprador fue la catalana Nutrexpa, que todavía no se había escindido en dos sociedades y que abonó 215 millones de euros por la transacción.
Antes hemos visto como en abril de 2009 afloraron las disputas internas en SOS-Cuétara cuando algunos miembros del consejo de administración no quisieron firmar las cuentas de la sociedad. Un mes más tarde, lejos de apaciguarse la situación, los consejeros se amotinaron y desposeyeron de sus cargos de presidente y vicepresidente a los hermanos Salazar, con la intención de enderezar el rumbo de la empresa, pero el movimiento llegaba tarde y no resultaría suficiente para parar la caída por la pendiente. Como resultado de la revuelta, los Salazar perdían todo el poder ejecutivo, pero se mantenían como máximos accionistas con el 28% del capital.
En 2010 se profundizó en la desmembración del grupo en un intento desesperado para mirar de salvar los muebles, cuando toda la división de arroces fue vendida a EbroFoods por un importe de 195 millones. Al mismo tiempo, Ebro Foods se comprometía a entrar en el accionariado de SOS adquiriendo un 10%. Sin arroz y sin galletas fue necesario modificar el nombre de la empresa, que pasó a llamarse Deóleo, adaptándose así a la única rama del negocio que le quedaba: el aceite de oliva.
"Uno de los inversores más damnificados por la derrota fue Bankia, que había entrado en el capital de SOS con una fuerte inversión (compró el 10% del capital) justo antes de la bajada"
Los años siguientes se convirtieron en un descenso continuado del valor de las acciones, reflejando que la empresa cada vez valía menos. Había conseguido reducir la deuda, pero esta todavía era demasiado elevado para el dinero que generaba el negocio. Por cierto, uno de los inversores más damnificados por la derrota fue Bankia, que había entrado en el capital de SOS con una fuerte inversión (compró el 10% del capital) justo antes de la bajada. También se vieron implicadas algunas cajas de ahorros andaluzas, que habían intentado constituirse en núcleo duro por proximidad geográfica (SOS tenía la sede en Córdoba).
En 2014 se abrió el cielo porque el fondo de inversión CVC, uno de los más importantes del mundo, acudió al rescate de la firma andaluza. Inyectó dinero fresco (unos 135 millones) a cambio de quedarse con el 30% del capital. El objetivo del fondo no era filantrópico, sino que vieron la posibilidad de acabar ganando dinero si conseguían renegociar la deuda con la banca, recuperar los préstamos de los hermanos Salazar y relanzar las marcas de aceite de gran prestigio que mantenían en cartera. Por cierto, será casualidad o no, pero el vehículo inversor que empleó CVC para entrar en el capital de la empresa andaluza se llamaba "Ole Investments". El primer paso de los nuevos gestores fue hipotecar todos los activos, del primero al último, que tenía Deóleo, incluyendo las marcas. En el momento de hacer la transacción, la empresa ya valía sólo un tercio de los 1.500 millones que hemos mencionado al comienzo, cuando todo iba de cara. Un año más tarde, en 2015, CVC aumentó su participación hasta el 50% del capital.
Cómo era de esperar, a los hermanos Salazar se los llevó ante la justicia. Según las investigaciones de la fiscalía hechas públicas en 2016, el montaje era bastante más complicado que unos simples préstamos auto-concedidos y no devueltos. El caso es que con el dinero en sus manos, les hicieron correr por un laberinto de sociedades, hasta hacerlos descansar en una compañía luxemburguesa propiedad de los mismos Salazar. Y a partir de aquí y aprovechando el anonimato que les garantizaba aquel paraíso fiscal, estuvieron comprando acciones de SOS-Cuétara aprovechando la información privilegiada de la que disponían por razón de sus respectivos cargos ejecutivos. Por todo este entramado diseñado con la única intención de hacer trampas, la fiscalía les pidió un total de treinta años de prisión, además de una responsabilidad civil cuantificada en una cifra similar a la sacada de las cuentas de la firma de arroces.
Hagamos un salto en el tiempo, y avancemos hasta este año 2020, todavía, pero, en un periodo pre-pandemia. Dos hechos alteraron la vida de Deóleo: por un lado el pacto extrajudicial con los hermanos Salazar y por otro, la operación acordeón a la qué fue sometida la compañía. Recordamos que habíamos dejado el relato en 2016, cuando el fiscal pedía más de 200 millones de euros por la trama de los auto-préstamos. Pues muy claro tenían que tener Deóleo y sus acreedores (básicamente bancos y hedge funds) que nunca volverían a ver el dinero, porque llegaron a un pacto con los imputados bajando mucho sus pretensiones. Cuando se conocieron las cifras del acuerdo, la acción de la compañía cayó un 23% en una sola jornada, precisamente el día de los enamorados de este año. Por qué el mercado recibió tan mal el pacto extrajudicial? Porque saldaban la deuda ingresando sólo unos 10 millones de euros, muy por debajo de los 200 previstos. En otras palabras, los acreedores presionaron para cobrar lo que fuera, ante la conocida insolvencia de los Salazar.
"Coincidiendo con la finalización del estado de alarma, se producirá el esperado regreso de Deóleo a la bolsa después de todos los avatares del primer trimestre del año"
El otro hecho relevante ha sido, como avanzábamos, la operación acordeón que se ha ejecutado últimamente. Además de ser el terror de los accionistas minoritarios, qué es una operación acordeón? Es un procedimiento que une una reducción de capital de la sociedad, con una inmediata ampliación. Explicado con números, cuando una compañía es insalvable y necesita una inyección de capital urgente, se procede a reducir su capital social a cero para que los pocos activos que tenga se apliquen a reducir deuda y posteriormente se amplía capital para que los socios aporten dinero fresco. Qué pasa entremedias? Que los pequeños accionistas se arruinan porque su inversión pasa a valer cero. Lógicamente, los grandes accionistas también tienen una pérdida, pero se supone que tienen músculo financiero para acudir a la ampliación con recursos propios y, de este modo, continuar siendo accionistas. Justo es decir que en este caso se previó compensar los minoritarios con determinados beneficios si la firma podía ser vendida a buen precio en un futuro.
Coincidiendo con la finalización del estado de alarma, se producirá el esperado regreso de Deóleo a la bolsa después de todos los avatares del primer trimestre del año. Jueves 25 de junio volverá a cotizar con un valor de 10 céntimos la acción, pero con unas valoraciones que le asignan un valor real de unos 14 o 15 céntimos. Sea como sea, la compañía no valdrá mucho más de 70 millones de euros, a una distancia sideral de los 1.500 millones con los que abríamos este artículo. Ah, y la próxima vez que den un vistazo al lineal del supermercado y tropiecen con las marcas de aceite Carbonell, Koipe u Hojiblanca, recuerden esta historia.